1 de enero de 2008

SOLEMNIDAD DE LA MADRE DE DIOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

Con facilidad decimos palabras, e incluso palabras buenas. Pero decir una palabra es comprometedor, y, a veces, si es buena todavía más. Hoy, solemnidad de Santa María, madre de Dios, y día primero del año, es un día para decir una palabra que nos puede comprometer, es una palabra que solemos decir: ¡Feliz año nuevo!

Y sucedió así: Una persona de cierta relevancia, años atrás, fue diciendo a un grupo de personas que encontró la palabra habitual de hoy: Feliz año nuevo. Pasados tres meses una de las personas del grupo vino al personaje relevante y le comunica:
-Oiga, que eso de feliz año no ha funcionado.

Claro quien deseaba esa felicidad, se quedó mudo, sin saber qué responder, y menos plantearse si podía hacer algo para ayudar al otro a lograr que el año fuese pasablemente "bueno".
Sucede que el nuevo año no lo da el calendario, ni la sociedad o las personas con los buenos deseos de felicidad. El nuevo año lo da Dios, como nos da la vida y la luz de cada día. Solo aquí está la felicidad.

La felicidad que nos viene de Dios es la verdadera bendición de Dios. La bendición que la Palabra de Dios del libro de los Números nos invita a pronunciar: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda la paz. El Señor te mire y te conceda la paz... Esta es la bendición de Dios que da la felicidad. Que Dios pasa, te mira y te da su paz. Como el texto de Ezequiel: Así fue tu nacimiento: el día que naciste no te cortaron el ombligo, no te bañaron ni te envolvieron en pañales. Nadie se apiadó de ti, sino que, asqueados, te arrojaron a campo abierto. Pasando yo a tu lado, te vi, te miré, y te dije, mientras chapoteabas en tu propia sangre: Vive, y crece como un brote campestre (Ez 16 5).

Así vivió el pueblo de Dios, Israel, a pesar de sus infidelidades. Gracias a la mirada de Dios, que pasaba, le miraba y volvía a repetirle: ¡Vive!

O cuando se aparece el Resucitado a sus apóstoles, se presenta en medio, les mira y les dice: La paz os doy, mi paz os doy... Recibid el Espíritu... Yo estaré siempre con vosotros... Esta presencia del Resucitado, su mirada que llegaba hasta el fondo del corazón les mantuvo en la paz, y gracias a la vida nueva que hacía brotar el Espíritu en ellos, anunciaron con fuerza y sabiduría la buena noticia del Evangelio.

Bendecir a alguien es la afirmación más significativa que podemos ofrecerle. Es más que una palabra de alabanza o de aprecio, más que hacerle ver las buenas cualidades. Bendecir es afirmar, decir sí a la condición de amado de una persona. Más aún: dar una bendición crea aquello que dice. Una bendición va más allá de la admiración y de la condena, de la distinción entre vicios y virtudes; una bendición tiene que ver con hacer palpable la bondad en el otro, en la persona amada a la que se bendice.

Bendecir a una persona es ponerla en una relación positiva con Dios. Y una vez establecida esta relación todo se orienta hacia el bien. Es lo que ha hecho Dios con nosotros, como dice Pablo a los efesios: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo que, por medio del Mesías nos ha bendecido desde el cielo con toda bendición del Espíritu (Ef 1,3).

María nos obtiene esta bendición del Señor, porque es la sirvienta del Señor, una persona, una criatura totalmente dócil a Él. Y nos dice a nosotros, como dijo a los sirvientes en las bodas de Cana: Haced lo que Él os diga. Ella nos enseña a vivir la docilidad al Señor. En este sentido es nuestra madre, madre de nuestra vida espiritual. María es la madre de Dios, porque ha concebido por obra del Espíritu Santo; con su maternidad, a través del Hijo nos obtiene el don del Espíritu Santo, para que podamos entrar en una relación con el Padre.

Pablo saca la conclusión de esta obra de Dios: No sois ya más esclavos, sino hijos; si sois hijos, sois también herederos por voluntad de Dios.

Esta bendición divina nos ha venido por Santa María, Madre de Dios. Ella nos da a Cristo, nuestra paz; ella es el camino que nos lleva al Camino que nos da la paz; ella la reina de la paz, nos dice con la mirada puesta en su Hijo y en nosotros: Haced lo que Él os diga. María no fue una criatura superficial, sino profunda que acoge todo lo que viene de Dios. No solamente la Palabra de Dios sino todos los acontecimientos que se dan en su vida los acoge con docilidad y amor generoso.

Acontecimientos a través de los cuales Dios se hace presente, se manifiesta a los hombres... María conserva los recuerdos en el corazón y los medita. María no se deja llevar por las prisas de la vida. Ella recoge la vida en su corazón, sin prisas y espera que a través de las circunstancias de esa vida que recoge y medita en su corazón vaya emergiendo la mirada de Dios, que será la verdadera fuente de paz. Lo que hará de ella la Reina de la Paz.