17 de mayo de 2015

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 1,1-11; Salm 46,2-3.6-9; Ef 1,17-23; Mc 16,15-20

La imagen que sugiere la Palabra de Dios en esta solemnidad de la Ascensión es impresionante: Jesucristo rodeado de sus amigos, de sus discípulos; llegado un momento, él se eleva majestuosamente ante el asombro y la admiración de todos. Se quedan boquiabiertos hasta que les sacan de su silencioso asombro los dos hombres vestidos de blanco, y les invitan a mirar a la tierra.

Nosotros estamos llamados a vivir este mismo asombro al celebrar este misterio de Cristo acompañados del ritmo, de la letra y la melodía del salmo 46: «Dios asciende, sube entre aclamaciones… Aplaudid pueblos de todo el mundo...»

Cuando se trata de Dios, en la Sagrada Escritura se suele decir que baja. Dios baja a buscarnos al país de nuestras esclavitudes y nos sube a la tierra de de la libertad. Aquí, no, Dios asciende acompañado de un inmenso coro. El coro de los pueblos de todo el mundo. Coros y música. Aclamad, aplaudid… «Con la voz y con las manos —dice san Agustín—, aclamando con la voz de la alegría…» Batid palmas pueblos todos, los pueblos de todo el mundo. Un inmenso coro de toda raza y condición humana aclamando a Dios. Un Dios que sube, Cristo, en un horizonte vespertino, en la plenitud de los tiempos, cuando los últimos rayos de sol del día iluminan con fuego las nubes, y una brisa suave moviendo sus vestidos, que los compositores de algún himno gregoriano ha sabido recoger en el ritmo de su melodía.

«Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas», canta el salmista describiéndonos un escenario grandioso, de victoria y de fiesta. La escena que nos sugiere es majestuosa, de una belleza singular. Por esto nos invita a sumarnos a la fiesta, a la alegría de la victoria de Cristo: «Batid palmas, aclamad con gritos de júbilo, tocad con maestría, cantad himnos. Dios reina…»

El poeta Claudel ha reflejado la alegría del salmo: «Aplaudid todas las naciones del universo. Dios sube con los acentos de la trompeta y sonidos de victoria. Dios sube y todas las naciones hechas una sola de todas. Todas las naciones para elevarlas todas a él…»

Me decía una persona en una ocasión: Yo llevo la música en la sangre. Y veía que esa persona, efectivamente, vivía la música y miraba de contagiar a quienes estaban a su alrededor.

Vosotros también tenéis la música en la sangre, en este caso, es la melodía de este precioso salmo. Es la melodía de Dios. Grabada a fuego en vuestro corazón. Es el fuego de Dios hecho DESEO, que quiere hacer de todos los pueblos uno. El mismo nos lo dice en el evangelio: «He venido a prender fuego y que quiero sino que arda…»

Mirad: Aquella melodía de Cristo subiendo que dejaba a los discípulos boquiabiertos ha pasado a vuestro corazón, donde está la letra y la melodía de Dios.

Nos lo enseña muy bien san Agustín cuando escribe sobre «un Dios que es más íntimo a nosotros que nosotros mismos».

Y nos recuerda santa Teresa con sus versos:

«Alma, buscarte has en Mi,
y a Mi buscarte has en ti».

Por esto Jesús invita a los discípulos a no mirar a lo alto sino a caminar por esta tierra y les dice: «Id por todo el mundo y predicar la Buena Noticia del Evangelio».

Era la melodía nueva que continuó asombrando aquella sociedad antigua. Llevaban el fuego de Dios, una nueva sabiduría para la vida de la humanidad.

La melodía de esta sabiduría nueva la necesita hoy el mundo, la necesitamos todos. San Pablo nos exhorta a pedirla al Señor: «pedir al Señor una comprensión profunda de su misterio, y de la revelación que nos ha hecho por medio de su Hijo Jesucristo. Que nos abra la inteligencia para conocer la esperanza a la que nos llama y las riquezas de la gloria que nos tiene reservadas».

La melodía de Dios está dentro de vuestro corazón, pero tenemos necesidad de ensayarla por los difíciles caminos de esta sociedad, lo cual nos pide trabajar por hacer un buen coro, porque las voces del coro se amplíen. Esto viene a ser colaborar en la obra de Dios con nuestro servicio a la reconciliación y a la unidad, sin lo cual difícilmente puede funcionar un coro, llamado a cantar con voces diversas un mismo salmo de alabanza a Dios.