8 de septiembre de 2013

NATIVIDAD DE SANTA MARÍA, VIRGEN

50º aniversario de la muerte del P. Bernat Morgades
Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Miq 5,2-5; Salm 12,6; Rom 8,28-30; Mt 1,1-16.18-23

El P. Agustín monje historiador de Poblet escribe en su Historia que el P. Morgades tuvo en la primera hora de la resurrección del monasterio un papel providencial de primer orden. Sin su entusiasmo y su iniciativa, difícilmente podríamos concebir que la restauración monástica tomara el impulso que tuvo, y que muchos se interesaran por ayudar a los monjes en su obra.

El P. Morgades, de quien conmemoramos el 50º aniversario de la muerte, tiene una guía de Poblet donde nos relata una leyenda sobre los inicios de la vida monástica de Poblet: Habla del ejército catalán acampado en lo que ahora es el Monasterio, y que cierto día cuando los hombres de armas iban a retirarse a sus tiendas y refugios vieron descender tres magnificas luces que les dejaron arrobados, las cuales se posaron en medio del campamento. Este hecho se repitió varias noches consecutivas. Ramón Berenguer IV, prometió edificar tres ermitas o iglesias y haría donación de ellas a la Orden Cisterciense. Hasta aquí la leyenda. Cuando llegan los monjes a poblarlo, en memoria de las tres luces prodigiosas, al cantar todas las noches la Salve Regina encienden tres luces sobre la mesa del altar mayor. Costumbre que se conserva todavía.

Hay en la vida cisterciense una profunda devoción a santa María. En los monasterios dedicados a ella, se acaba cada plegaria de la comunidad con el canto de una antífona mariana; también hay tener en cuenta la devoción particular de cada monje.

En el relato de esta leyenda la presencia de la Virgen va unida a la victoria en una batalla contra los enemigos. Hoy el matiz de la devoción a santa María es muy diferente: va unido a la victoria de nuestra fe. Y «la fe es el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, la orientación decisiva» (Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 1) que nos da la persona de Jesús. Pero este encuentro con Jesucristo abre nuestra vida a un horizonte universal, a una reconciliación humana y con Dios. Esta es la tarea que nos ha traído el Señor: reconciliar, unir.

Y esto es uno de los aspectos que nos sugiere la Palabra de Dios que acabamos de escuchar. En el tronco genealógico que nos ofrece el evangelio hallamos las personas más diversas: santos y pecadores, del pueblo judío y extranjeros, nobles y de la gente sencilla… para terminar abriéndose este misterio a la discreción y silencio de san José que obediente acepta ser el custodio de la plena manifestación de este misterio de nuestra salvación. Y que culmina en el acontecimiento de «Dios con nosotros».

Con esta fiesta «recibimos las primicias de la salvación», como dice la oración colecta, pero «pedimos el don de la gracia divina para crecer en la paz». Crecer en la paz a la vez que como buenos servidores de Dios nos entreguemos a ese trabajo de construir, de hacer verdad ese «Dios con nosotros».

Dios quiere la salvación de todos los hombres. Todos son hijos suyos, todos están recibiendo día tras día un aliento de vida que les viene de Dios su creador; todos son amados por él. Dios quiere estar con todos. Nosotros no se refiere solo a los que estamos aquí en esta celebración, no se refiere a los buenos, a los que yo considero buenos de mi pueblo o mi nación. No, se refiere a todos los que están disfrutando, aun inconscientemente, la belleza de la vida, el simple placer de respirar.

Y en esta empresa nosotros somos llamados a participar, a ser instrumentos de este Dios bueno, que mira con amor a todos los hombres. San Pablo nos lo sugiere claramente: «A los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los que ha llamado conforme a su designio. Los predestino a ser imagen de su Hijo». Si sentimos que Dios me ama y quiero corresponder a este amor debo comprometerme a trabajar en la misión, en la obra de Jesucristo, Hijo primogénito de Dios. Y esta es la obra de nuestra fe: la reconciliación, la unidad, la paz

Escribe san Andrés de Creta, un Padre de la Iglesia Oriental donde se celebra esta fiesta con especial solemnidad, hasta el punto de celebrar con ella el primer mes del año del calendario bizantino: «La presente solemnidad del nacimiento de la Madre de Dios viene a ser un preludio de la Encarnación de Jesucristo, la perfecta unión del Verbo con la carne es el término. Esta noticia extraordinaria, constantemente recordada, resulta oscura y difícil de comprender por encima de los otros milagros, manifestándose en cuanto se oculta y ocultándose en cuanto se manifiesta» (Homilía 1 sobre la Natividad).

Guardemos, pues, en el corazón la Palabra que hemos escuchado, y ella nos guardará y nos hará crecer en la paz, al manifestarnos este misterio de nuestra salvación.