26 de febrero de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA CUARESMA
Domingo 1º de Cuaresma (Año B)

Sermón de San Bernardo sobre la Cuaresma (II,1)
¿Qué significa convertíos a mí de todo corazón? ¿Rasgad los corazones y no los vestidos? ¿Él está en todas partes, todo lo llena? ¿Adonde me volveré para volverme a ti, Señor, Dios mío?

Ya sé adonde tengo que volverme. Debo hacerme un niño y aprender de él que es manso y humilde de corazón. Para esto un niño… se nos ha dado.

Su grandeza exige alabanza, no imitación.

Sí, el Señor es sublime, pero se fija en el humilde y se aparta del soberbio. Humíllate y lo alcanzarás. Si el camino fuera la grandeza y allí se manifestara la salvación de Dios, ¿cuánto harían los hombres para engrandecerse? ¡Como se echarían por tierra unos y otros, como se pisarían mutuamente! Humillarse, en cambio, es la cosa más fácil. Así que aquí no podemos alegar pretexto alguno.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel:

Primero: «felices 50», aunque tú te quejas, pero yo creo que son más felices que, por ejemplo «los felices 40», que es cuando uno va dejando la juventud definitivamente y se abre a la madurez de la vida, con más problemática familiar, esposa, hijos. «Los 50» aparecen como una maduración en serenidad y en experiencia de la vida, casi de una vida ya hecha, aunque ahora con esto de las prejubilaciones, ya se debe considerar como una entrada definitiva a la «reserva». Pero parece que en tu caso de «reserva» nada, y además miras atrás y te preguntas: «¿Qué has dejado tras de ti en la tierra en estos 50 años? ¿Alguna semilla que vaya a fructificar? No soy un gran hombre: mi inteligencia es limitada, mi voluntad más bien corta, no puedo cargarme a la humanidad a mis espaldas. No puedo decir, pensé, que no he hecho nada en estos 50 años, no puedo machacarme diciéndome: has vivido 50 años y es como si no los hubieras vivido, no ha quedado nada tras de ti, o sí puedo, o sí me lo tengo que decir. No sé, no sé».

Miguel, Dios nos libre de los «grandes hombres». En la historia han sucedido grandes catástrofes provocadas por «grandes hombres». Miguel, has vivido 50 años. Sigues viviendo. Tienes una familia; tienes amigos con los que vives una amistad. Una buena amistad. Esto es grande, Miguel. Es suficiente con ser «hombre». Cada día que nos regala Dios la luz del nuevo día lo más hermoso es abrir de nuevo la puerta de casa para vivir una nueva edición de «hombre» en la propia vida. Y salir dispuesto a dar humanidad y a recibir humanidad. A ser hombre. Esto es lo más grande. Y del hombre más grande de la historia no se ha afirmado que era un «gran hombre», sino simplemente «hombre»: «Ecce homo» («he aquí el hombre»). Y este «hombre» pasó dando humanidad, como nadie lo ha hecho, y recibiendo humanidad de nosotros los humanos.

Y este «hombre» pasó casi toda su vida, 30 años de los 33 que vivió, en una vida sencilla, anónima, de un pueblecillo, y pasó por nuestras penurias humanas, y en los momentos trascendentales de su vida tuvo tentaciones, que rechazó para hacer la opción de una vida sencilla, de amistad, de ofrecimiento de humanidad. Una opción por la vida, por ir ofreciendo vida, y esperanza a muchos.

¿A qué más podemos y debemos aspirar en esta sociedad donde la amistad se compra con el dinero, una sociedad que es capaz de poner en la calle a familias enteras con niños de corta edad que no tiene dinero. En una sociedad, donde aquí comemos tres veces al día, y allá su esperanza es comer, comer no una vez al día sino comer algo para subsistir.

¿A qué podemos y debemos aspirar en una sociedad así sino a ser cada día más humanos. A contemplar cada día al «hombre», y hacer acopio de energía y valor, y generosidad para recibir y dar humanidad.

Miguel, aunque ya sé que lo haces, no me cuesta nada pedírtelo, y a mi también me hace bien: no dejes de contemplar al «hombre», ábrele el corazón cada día, y vive cada día con tu sencillez habitual, simplemente siendo humano, y abierto a recibir mucha humanidad despreciada que tenemos a nuestro alrededor. Yo creo que es nuestra tarea más preciosa en esta vida y en estos tiempos. Un abrazo,

+ P. Abad

23 de febrero de 2012

LECTIO DIVINA

Salmo 32 [31]

De David. Poema.
1 ¡Dichoso el que es perdonado de su culpa,
y le queda cubierto su pecado!
2 Dichoso el hombre a quien el Señor no le cuenta el delito,
y en cuyo espíritu no hay fraude.

3 Cuando yo me callaba, se consumían mis huesos,
en mi rugir de cada día,
4 mientras día y noche, tu mano
pesaba sobre mí;
mi corazón (mi savia) se alteraba
como un campo en los ardores del estío.
5 Mi pecado te reconocí, y no oculté mi culpa;
dije: «Confesaré al Señor mi culpa.»
y tú absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado.

6 Por eso te suplica todo el que te ama
en la hora de la angustia.
Y aunque las muchas aguas se desborden,
no le alcanzarán.
7 Tú eres un cobijo para mí, me guardas de la angustia,
estás en torno a mí para salvarme.

8 Voy a instruirte, a mostrarte el camino a seguir;
fijos los ojos en ti, seré tu consejero.
9 No seas irracionales como el caballo o mulo,
rienda y freno hace falta para domar su brío,
si no, no puedes acercarte.

10 Copiosas son las penas del malvado,
al que confía en el Señor
el amor la misericordia le envuelve.
11 ¡Alegraos, justos, en el Señor, exultad,
gritad de gozo, todos los de recto corazón!

Explicación general

Es un salmo de acción de gracias por el perdón recibido. Nadie conoce lo que es el agua hasta que pasa sed, ni lo que vale la salud hasta que está enfermo, ni estima la libertad mientras no ha vivido recluido en la cárcel. Tampoco nadie llega a valorar la gracia del perdón hasta que no la ha experimentado.

Este salmo nos invita a liberarnos del pecado, a reconocer nuestras culpas y errores, y sentir el gozo de la misericordia de Dios que en su amor nos hace renacer a una vida nueva.

Escribe Alonso Schökel: «Es una oración penitencial retrospectiva: se pronuncia cuando ya ha terminado el proceso. Han pasado el sufrimiento reconocido como castigo, la confesión del pecado, el perdón de Dios. Ahora medita sobre la experiencia entera o la comunica a otros. El acto penitencial no ha terminado. Al arrepentimiento y perdón debe seguir el propósito de enmienda. El Señor añade una breve instrucción sobre el nuevo camino que debe seguir el hombre: no adoptar actitudes reacias, de animal. Vendría a ser un diálogo del salmista con el Señor, con un colofón para la asamblea».

Introducción: v. 1-2 Referencia a la dicha y felicidad del perdón
Núcleo central: v.3-9 El salmista habla con el Señor: 3-7; habla Dios: 8-9
Conclusión: v.10-11 Invitación a la asamblea a la confianza y alegría

Imágenes

«Huesos» que se consumen (v 3) Los huesos son la estructura de la persona. La «mano» de Dios (v. 4). El «corazón» que se vuelve un fruto seco (v. 4). Para la Biblia, el corazón es la sede de los proyectos e intenciones, se corresponde con nuestra «conciencia». Las «aguas caudalosas» (v. 6) que se desbordan. Los «caballos y mulos» (v 9) que son animales indómitos y estúpidos, que necesitan aprender con mucha disciplina.

La conclusión (v 10-11) pone en oposición a los malvados y los justos. Estos saben pedir perdón, aquellos, no. El Señor, que perdona es amigo y aliado de los justos, y los rodea con su misericordia, e invita a que manifiesten su dicha con alegría. El camino del reencuentro con Dios, a través del perdón libera y hace vivir feliz. Jesús en el Nuevo Testamento hace suyo este rostro de Dios, que libera a quien se acerca a Él

Leer

Se pueden hacer dos lecturas. Una primera considerando el diálogo del salmista y Dios a propósito del perdón. Una segunda lectura atendiendo a las imágenes que aparece en el salmo.

Meditar

v.1-2 La nueva dicha, la felicidad recobrada. Era dichoso «no seguir el consejo de los malvados» (salmo 1), ahora se es por sentirse perdonado por Dios. Es vivir la experiencia del amor divino bajo la óptica del perdón. Los fariseos concebían la penitencia como tristeza, Jesús invita a perfumarse, pues en el fondo debe ser un volver al abrazo de Dios que es amor. Y recuperar la experiencia del amor siempre es una fiesta. El pecado recibe tres nombres, que se corresponden a tres nombres de perdón:

1. Perdonar, absolver. Soltar a alguien atado. Dice Isaías: «Al pueblo que allí (Jerusalén) habita le han perdonado la culpa» (33,24).
2. Cubrir, tapar, poner un velo. Dios se pone los pecados «a la espalda» (Is 38,17). Arrojados a lo profundo del mar (Mi 7,19). Deshará tus pecados como el calor la escarcha (Eclo 3,15). Disimular: «El amor disimula las ofensas» (Pr 10,12). «Quien busca la amistad disimula la ofensa» (Pr 17,9).
3. No anotar; el pecado como deuda. Lo que se escribe permanece, pero las palabras se las lleva el viento. Dios sólo anota los actos de amor, las buenas acciones hechas en nuestra vida.

Dice el rabbí Eisemberg: «Cada uno de nosotros está unido a Dios por un hilo. Cunado uno comete una falta, el hilo se rompe, pero cuando se arrepiente Dios le hace un nudo en el hilo, y he aquí que el hilo es más corto que antes, está más cerca de Dios».

Pero el perdón es necesario sentirlo para vivir la experiencia de la dicha, de la felicidad.

v. 3-7 Los v. 3-4 ponen de relieve la situación interior de opresión bajo el pecado. Lo hace mediante algunas imágenes:
—los huesos se consumen, la persona se derrumba
—rugiendo todo el día, el grito que se pierde en el silencio
—mi savia (corazón) se torna seca, como un campo estéril

En el v. 5 comienza a reconocer su pecado; la confesión que mata el egoísmo y el amor propio: «Vuelve, Israel, apóstata, que no os pondré mala cara, porque soy leal y no guardo rencor eterno. Pero reconoce tu culpa, pues te rebelaste contra el Señor, tu Dios, prodigaste tu amor a extraños, y me desobedeciste» (Jr 3,12-13).

David cuando le recrimina el profeta Natán su pecado, solo dice: «He pecado» (2Sam 12,13). Suficiente para obtener el perdón de Dios. Vemos algo parecido en el Hijo pródigo (Lc 15,18).

Se puede contemplar por esto que este v. 5 viene a ser una cima de luz de todo el salmo, una luz que se adentra en el corazón, para expandirse a la vida de toda la persona.

Los v. 6-7 muestran la consecuencia del perdón. La acción de gracias y el dejarse guiar por el camino de Dios, que protege de las tempestades y libera de los peligros y pone en el sendero de la alegría. «Lo encontró en una tierra desierta, lo rodeó cuidando de él, lo guardó como a las niñas de sus ojos» (Deut 32,10).

v. 8-9 Aquí habla el Señor en respuesta al salmista. Le asegura la protección y lo amonesta con sus instrucciones. El camino que propone Dios es un camino profundamente humano, y por ello exige apartarse de actitudes propias de animales. «Para el caballo, el látigo; para el asno, el ronzal; para la espalda del necio, la vara» (Pr 26,39).

La mirada de Dios, penetra hasta el corazón, y nos sondea en lo más íntimo para sanarnos e iluminarnos. Escribe san Atanasio: «El ojo de Dios difunde un resplandor que ilumina el espíritu, y le señala el camino de la tierra prometida».

Quien experimenta el perdón de Dios actúa con una mayor humanidad, a impulso del amor, es un verdadero maestro de vida. Es necesario en nuestra vida aprender esta pedagogía de Dios.

v. 10-11 Es una reflexión final de invitación a la comunidad. La experiencia del perdón se convierte en fuente de alegría para la persona y comienzo de un nuevo camino bajo la pedagogía divina. Una pedagogía que podemos considerar en los cantos del Benedictus y del Magníficat. En el Benedictus, la experiencia de quien en principio no se abre esa pedagogía, le falta confianza, y queda mudo, para recuperar la voz y cantar la misericordia divina al final. En el Magníficat, la experiencia de María que siempre se dejó llevar por la enseñanza divina, y hace de su vida un canto permanente de alabanza a Dios.

Escribe Ramon Llull: «El Amigo desobedeció a su Amado, y después derramó muchas lágrimas de arrepentimiento, y el Amado vino a morir con la misma túnica del Amigo, para que recuperara el bien que había perdido. Y su reconocimiento fue tan grande que la alegría del encuentro supero a las lágrimas de la pérdida».

Orar

«Señor, si quieres puedes limpiarme» (Lc 5,12).
«Voy a volver a casa de mi padre, y le voy a decir: "Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo"» (Lc 15,18).
«Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros» (Lc 17,13).
«¡Dios mío!, ten compasión de este pecador» (Lc 18,13).
«Señor, que vea otra vez» (Lc 18,41).
«Jesús, acuérdate de mí cuando vuelvas como rey» (Lc 23,42).
«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
«Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día ya va de caída» (Lc 24,29).

Contemplar

Discretamente, contemplar el rostro, la mirada de la gente con la que te cruzas, que encuentras, o con la tienes alguna conversación… ¿Podrían ser un reflejo del amor de Dios que perdona?

22 de febrero de 2012

MIÉRCOLES DE CENIZA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Joel 2,12-18; Sal 50 3-6.12-14.17; 2Cor 5,20-6,2; Mt 6,1-6.16-18

«En la cuna del día que nace, la noche amorosa dejó su mensaje». San Juan Crisóstomo tiene otra versión: «Que mi silencio, Señor, dé lugar a tu palabra». El poeta tiene otra: «Para mí el silencio es la clave o la raíz de la palabra. La palabra se forma cuando se hace silencio. El silencio es el territorio de la palabra. La palabra viene de una larga espera, de un prolongado silencio. Silencio, desierto, noche. Exige la palabra entrar en "la noche del sentido, en la tierra desierta, seca y sin camino" de la que habla San Juan de la Cruz».

Al empezar la Cuaresma es importante esta palabra: silencio. Si queremos que en la cuna del silencio se recline nuestra palabra más significativa, más hermosa: la Pascua.

Este mensaje de la Pascua que debe acoger la cuna del silencio, va precedido de palabras importantes y necesarias que son en tejido básico de la Pascua.

1. El corazón

La liturgia de hoy nos dice: «Rasgad los corazones». ¿Qué es el corazón, este músculo palpitante que desde siempre ha tenido pendiente al hombre? Nadie puede prescindir del corazón. Amar con el mismo corazón no siempre es amar con el mismo amor. El corazón tiene la nobleza de ser el centro de la persona, el centro de todo humanismo. Centro y fuente de la vida y del amor que da sentido a la vida. De toda vida. De ahí la recomendación de la Palabra a rasgar el corazón, en unos tiempos de dureza de corazón, de humanidad dura. Necesitamos crecer en sensibilidad, en ternura, cuando no en educación en nuestras relaciones humanas. Y mucho también en solidaridad con los aparcados de esta sociedad.

2. Conversión

Para configurar una fe viva. Si la fe es la vida de Dios en nosotros, quiere esto decir que siempre tenemos necesidad de estar girando hacia ese horizonte divino. Nunca podemos decir que tenemos una fe ya hecha. Quien dice que no necesita conversión es que está malformado.

3. La plegaria, el ayuno y la limosna

Son las tres palabras más características del tiempo de Cuaresma. Y quizás no siempre valoradas como se merecen en nuestra existencia. Yo creo que se reza, aunque quizás no mucho, pero es evidente que se ora poco. Muy poco. «Cuando reces, dice la Palabra, entra en tu cuarto y reza al padre que está en lo escondido». Orar es interiorizar, adentrarte en tu interior, lo más interior que puedas, porque ahí se deja oír la voz de Dios. Y si oímos su voz nuestra vida irá tomando un estilo diferente, evangélico. Pero difícilmente podemos entrar en el interior si nos topamos con un corazón endurecido, hermético. Quizás nos atrae más permanecer sentados en el exterior, como aquellas personas sencillas de los pueblos que al final de la jornada se sentaban a descansar a la brisa de atardecer a la puerta de su casa. Decían: «a tomar la fresca». Y claro, así nos podemos volver unos frescos. La oración es la respiración del alma, dice el Crisóstomo.

Tomada en serio la oración, agarrados por Dios, podemos prescindir de muchas cosas: de comida, de tiempo, de caprichos… Llegar a vivir aquella sabia sentencia de san Francisco de Asís: «Deseo, realmente, pocas cosas, y las pocas cosas que deseo las deseo muy poco». Entonces ya no hacen falta perfumes ni lavarse la cara, sino compartir desde la generosidad que te despierta Dios y lo que tú pones de tu parte de recortar tus deseos. Y esto tiene un nombre: limosna.

«¿Me dirás que eres pobre para dar limosna? Precisamente porque eres pobre puedes practicarla más. Pues el rico embriagado por la abundancia de su dinero, prisionero de una fiebre insaciable, solo piensa en hacer crecer loo que tiene; el pobre, en cambio, como está libre de esta enfermedad se desprende más fácilmente de lo que tiene. Recordad que no retenemos lo que es nuestro sino de ellos».

4. Reconciliación

«Dejaos reconciliar con Dios. Os dejo un mensaje de reconciliación» (2Cor 5,18) Y esto no se refiere a confesarse, sino a vivir el servicio de unidad y reconciliación con los hermanos. Quien no vive esto no es cristiano.

Difícilmente será Pascua en tu vida dentro de 40 días, o al final del camino si no tienes en cuenta esta media docena de palabras.

19 de febrero de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 7º del Tiempo Ordinario (Año B)

Comentario al Evangelio según San Lucas, de San Cirilo de Alejandría, obispo
Numerosos escribas y fariseos rodeaban a Jesús. Cuando he aquí que unos hombres le llevan un paralítico. Como no lo podían introducir por la puerta, subieron a la azotea y, llenos de audacia, se permitieron un acto insólito: Quitaron las tejas del techo e hicieron una abertura. Jesús dejaba hacer, pacientemente, los espectadores guardaban silencio, preguntándose qué iba a pasar, qué iba a decir Jesús, cómo reaccionaría.

Una vez abierto el techo, los que llevaban el paralítico dejan deslizar la camilla con el paralítico, y la colocan en medio. ¿Qué hace el Señor? Al ver la fe de los que lo llevaban y probablemente también la del enfermo, le da la salud.

Cuando el Salvador le dijo: «Hijo, tus pecados te quedan perdonados», se dirige, a través de él, a todo el género humano. Todos los que creyeran en Jesús, curados de las enfermedades del alma, abandonarían efectivamente los pecados que habían cometido en otro tiempo. Jesús parece que le diga: «Quiero curar tu alma primero, antes de curarte el cuerpo. Tú no me lo has pedido, pero yo soy Dios, y conozco las pasiones del corazón, que son la causa de tu enfermedad».

El paralítico, incurable, yacía tumbado en su camilla. Después de haber agotado el arte de los médicos, vino, llevado por los suyos, hacia el único Médico verdadero, el Médico que viene del cielo. Cuando fue colocado ante el que podía curarlo, su fe mereció la mirada del Señor. Para mostrar claramente que esta fe destruía el pecado, Jesús le dijo de inmediato: «Tus pecados te quedan perdonados». Quizá me diréis: «Si este hombre quería curarse de su enfermedad, ¿por qué Cristo le anuncia el perdón de los pecados?». Para que aprendamos que Dios ve el corazón del hombre, y que contempla los caminos de todos los hombres. En efecto, la Escritura dice: «Los ojos del Señor observan los caminos del hombre, velan todos sus senderos». Como es bueno y «quiere que todo el mundo se salve», purifica a menudo los hombres agobiados por sus pecados con una enfermedad corporal: «Por tus enfermedades y tus heridas, déjate corregir, Jerusalén», dice a través de Jeremías.

Cuando el Cristo decía: «Tus pecados te quedan perdonados», dejaba el campo libre a la incredulidad, puesto que el perdón de los pecados no se ve con nuestros ojos de carne. Pero cuando el paralítico, una vez expulsada la enfermedad, se levanta y camina, manifiesta con evidencia que Cristo posee el poder de Dios. El Señor, pues, dice: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». Dicho y hecho. El hombre volvió a su casa, liberado de su larga enfermedad. De un solo tiro quedaba demostrado que el Hijo del hombre tenía el poder de perdonar los pecados en la tierra.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Vicente:

Me dejaste pensativo con tus comentarios sobre el ambiente de tu clase con los alumnos de primaria: «casi una mayoría de los alumnos, hijos de familias desestructuradas, por otro lado la poca comprensión, o escasa sensibilidad de muchos padres de cara a vuestra difícil labor educativa, las dificultades crecientes en la atención y el estudio; por si fuera poco, ahora en época de crisis, recortes en personal y ayuda económica a la enseñanza».

Comentarios que no es la primera vez que los escuchaba, dado mi interés por las cuestiones de la enseñanza desde mí también condición de maestro.

Y todo esto es un síntoma más, y un síntoma grave de la desorientación de una sociedad que va abdicando poco a poco de esa ayuda necesaria para construir la persona. Que, evidentemente, no fragua por generación espontánea.

Hoy, la sociedad, o la persona, dice «sí» a un tema, a un valor. Mañana dice lo contrario a lo mismo sin ningún rubor; hoy se defiende que esta tela es blanca, mañana la misma tela se dice que es negra; Hoy te quiero, mañana sigamos cada uno nuestro camino, y esta es la lógica que va dominando. Es el terreno perfectamente preparado para tener dominado por completo a la persona humana, que cada vez irá teniendo menos de persona, y fácilmente dominado por una emoción hábilmente suscitada por los «poderes» que obran en la oscuridad. De acuerdo a sus exclusivos intereses.

La vida de una persona creyente no puede ir por aquí. La persona creyente es una persona unificada en si misma o que está trabajando día a día por esta unificación, y no puede dejarse llevar por la primera y superficial emoción que quiere transmitirle el charlatán de turno, o el que busca un interés egoísta a costa de quien sea y de lo que sea.

Pero yo creo que más allá de la manipulación interesada de esos poderes fácticos que quieren manipular para su propio beneficio, que más allá de esta alienación de los débiles, hay una fuerza regenerativa en la vida, o en la naturaleza, que tiende siempre a una regeneración en virtud de la fuerza interior de que dispone, de su capacidad renovadora y creadora. E indudablemente, esto hace nacer la esperanza de que algo nuevo presagia todo este panorama que estamos contemplando en esta sociedad en la que nos quieren tener siempre pendientes de la canción del momento, como hace unos años estaba de moda la canción del verano. La canción del momento del año pasado era la gripe; la canción del momento es la crisis, y la próxima. ¡No lo se!, no me atrevo a dar un pronóstico. Pero sí que tengo la impresión de que se está jugando con un fuego sagrado. Lo más sagrado de esta vida, de este mundo: la dignidad de toda persona humana. Una dignidad que resalta solamente por eso: por ser persona, aunque esté desprovista del pan de cada día; pero, a la postre, los ruidos de los cubiertos de una infinidad de platos escrupulosamente selectos, para comensales saciados, despertaran esa dignidad despreciada.

Sigue amando tu servicio de magisterio, que es de los servicio más dignos, y yo diría cuasi sagrados. Es una manera, también, de enseñar a valorar cualquier otro camino de servicio de la persona. Quizás por esto mismo no lo valora nuestra sociedad en todo lo que merece. Un abrazo,

+ P. Abad

12 de febrero de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querida Carmen:

Hoy vivimos en una sociedad masificada. La sociedad del hombre masa. El hombre se siente arropado en la masa. Los macroconciertos del mundo joven, las grandes demostraciones políticas (mítines de partidos) sociales (excursiones programadas para grupos) deportivas. Incluso las grandes concentraciones religiosas. Unas fuerzas externas «tiran» de la persona para «sumarla» numéricamente a otras personas. Y sacar de toda la masa un mismo grito, un solo y único rugido; incluso una sola plegaria (que no nace, este caso de un mismo corazón y una misma alma). La persona humana se ve contagiada y arrastrada por una fuerza exterior y sumida en la ola de una fascinación momentánea.

Y todo esto puede ser, en ocasiones, y para algunas personas una experiencia positiva, pero dudo que sea, como fenómeno general un camino pedagógico eficiente para las personas.

Me sugiere esta reflexión las palabras de tu carta: «En mi profesión de enfermera, a menudo me veo en la necesidad de acoger la dimensión humana para poder ayudar a comprender la realidad que ha de abrir nuevos caminos a la persona. ¡Hay tanta bondad en el corazón de las personas, hay tanto dolor, tanto miedo! ¡Nos conocemos tan poco, es tanta nuestra ignorancia!».

Porque una maduración auténtica de la persona necesita, en camino hacia una vida equilibrada de una atención personal, de acoger la dimensión humana, del otro, cual si se tratase de un paciente, que de hecho lo es, como es el caso de los enfermos con los que te relacionas en tu trabajo, como lo es en cada uno de nosotros.

Yo creo que la vida es bella, es fantástica, como un castillo de fuegos de artificio, pero que esta tejida por una gran cantidad de hilos, que la hacen muy compleja, y entonces los fuegos de artificio pueden saltar incontroladamente y hacer daño. La vida es bella, pero necesitamos adentrarnos por los senderos de esta belleza, que son muchos y diversos. Y será necesario ayudarnos para ir abriendo esos nuevos caminos que son los van dando aliciente a la vida, que nos animan a vivirla con deseo, con pasión.

Necesitamos un camino pedagógico de cara a la persona. A cada persona. La educación, a la postre, siempre tiene que ser personalizada, o no será tal. Hoy los poderes fácticos, todos, no están por ese camino pedagógico. Nunca lo han estado, y hoy mucho menos. Los poderes fácticos se sienten mejor con el hombre masa, el individuo dócil, que asiente dócil a sus intereses.

Hoy, la persona humana está enferma, en una sociedad manejada por fuerzas o poderes ocultos que desbordan a estos mismos que detentan dicho poder. Y los caminos se van haciendo cada día más intransitables. Pues necesitamos conocernos más profundamente a nosotros mismos: descubrir como dices en tu carta, nuestra bondad, nuestros miedos y dolores, nuestras esperanzas y alegrías… en una palabra hacernos conscientes a nosotros mismos de nuestra capacidad para abrir en la vida nuevos caminos, lo cual solo está al alcance de las mentes y corazones equilibrados.

Y por supuesto siempre será camino obligado «acoger la dimensión humana» en un servicio profundamente humano.

Muchas gracias, Carmen, pues tus palabras y tu gesto me ayudan a ser un poco menos «hombre masa». Un abrazo,

+ P. Abad

5 de febrero de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 5º del Tiempo Ordinario (Año B)

Prólogo del Breviloquio de san Buenaventura
El origen de la sagrada Escritura no hay que buscarlo en la investigación humana, sino en la revelación divina, que procede «del Padre de los astros, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra», de quien, por su Hijo Jesucristo, se derrama sobre nosotros el Espíritu Santo, y, por el Espíritu Santo, se reparte y distribuye a cada uno sus dones como quiere, se nos da la fe, y «por la fe habita Cristo en nuestros corazones». En esto consiste el conocimiento de Jesucristo, conocimiento que es la fuente de la que dimana la firmeza y la comprensión de toda la Escritura. Por esto, es imposible penetrar en el conocimiento de las Escrituras, si no se tiene previamente infundida en sí la fe en Cristo, la cual es como la luz, la puerta y el fundamento de toda la Escritura. En efecto, mientras vivimos en el destierro lejos del Señor, la fe es el fundamento estable, la luz directora y la puerta de entrada de toda iluminación sobrenatural; ella ha de ser la medida de la sabiduría que se nos da de lo alto, para que nadie quiera saber «más de lo que conviene, sino que nos estimemos moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada uno».

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Luisa:

Leo el evangelio y pienso en uno de tus silencios. Leo que «Jesús entra en casa de Pedro y encuentra a su suegra postrada en cama con fiebre. La cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer le llevaron muchos enfermos».

Leo este evangelio y pienso en uno de tus silencios: «El silencio del enfermo. Lo viví con mi hermana. ¡Cómo permitiste tanto dolor! Tener paciencia, entrar en su corazón. ¿Qué sentirán? Nunca olvidaré las lágrimas que caían por sus mejillas. Nunca las olvidaré. Observarlas y callar. No sabía hacer otra cosa. Jesús sanaba. Casi siempre tocaba al enfermo, al leproso, o le tocaban a Él. Dejarte tocar por Jesús, El sana».

Leo este evangelio, vuelvo a leer «tu silencio» y recuerdo las palabras de un médico que me preguntaba qué haría junto a un enfermo que se encuentra en el umbral de la muerte, para añadir: «estar junto a él, tocarle el brazo, la mano, en silencio».

Quizás este último «toque de amor», esta última vibración de sensibilidad de esta tierra dura, sea el aliento de vida que nos abre a la eternidad, para poder devolverle, ofrecerle al Dios de la vida una ínfima muestra de la vida que tan generosamente ha vertido mediante su obra de la creación.

Leo este evangelio y pienso en el dolor de la historia. Esa historia anónima de infinidad de hombres y mujeres que han arrastrado su dolor desgarrado hasta una muerte desconocida. Un inacabable rosario de guerras, violencias, pestes, hambre. ¡Cuánto dolor rezuma la historia humana! Cuánto dolor sin sentir una mano en la frente, que arde de fiebre y desesperación, sin sentir una mano que toma el brazo o la mano que tiembla sintiendo el desvanecimiento de la vida. ¡Cuánto dolor! ¡Infinidad de hombres y mujeres despedazados por el dolor inhumano! Quizás alcanzaron a percibir aquel «toque de amor», o una última vibración de sensibilidad, con un suspiro entrecortado: «madre mía» o un «Dios mío». ¡Cuánto dolor, Dios mío en nuestra historia humana! Un dolor que llega hasta nosotros. Hoy. Precisamente hoy. Inaudito, pero cierto: También hoy, muchos hermanos caen en el «campo de batalla» de esta sociedad en guerra. Y caen sin sentir el calor de vida de una mano que se posa en su frente o le toma su mano fría. Siguen cayendo bajo los golpes de las injusticias, de la armas, del hambre. No acaban los holocaustos.

Por todos ellos, un Hombre murió en una cruz, sin sentir la mano amiga, sino bajo la opresión del abandono, de la vejación, de la tortura; inmerso en la tristeza de una total soledad. Este Hombre, por Él, y, también, por todos los hombres y mujeres de este mundo, dijo esas dos palabras: «Mujer», «Dios mío». Las pronunció con un inmenso amor.

Mª Luisa, quizás necesitamos todos un poco más de ese silencio, el que tú llamas «silencio del enfermo». Observar y callar, o, lo más, hacer un gesto, hacia el otro, de humanidad. Que es el verdadero gesto de Dios, aunque nos cueste distinguirlo. Que el Dios del amor y amigo de todos los hombres y mujeres de este mundo te bendiga. Un abrazo,

+ P. Abad

2 de febrero de 2012

LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Mal 3,1-4; Sal 23, 7-10; Hebr 2,14-18; Lc 2,22-40

«Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador».

Es el himno conocido popularmente como «Nunc dimitis». Un himno breve, casi como una jaculatoria que resalta el abandono sereno y confiado en Dios, del que siente próximo su ocaso en esta vida y acoge este final con paz. El clima de paz y serenidad que transpira es lo que ha hecho de él un himno de atardecer, de final del día en la plegaria comunitaria de Completas.

Han sido numerosas las composiciones musicales que se han hecho eco de este clima de paz y serenidad; entre estas se encuentra la Cantata 83 de Bach que acaba con la intervención de la coral:

«Es la salvación y la luz bendita
para los descreídos,
para iluminar a aquellos que no te conocen
y darles sustento.
Él es para tu pueblo, Israel,
la gloria, el honor, la alegría y el placer».

Pudo ser este himno un canto fúnebre de un fiel justo, una fe cantada por la asamblea eclesial en los primeros tiempos de la Iglesia. En la escucha nocturna se espera con deseo el amanecer que nos abre a la luz bendita del Señor.

Pero este cántico de Simeón no es un «adios» a la vida, sino un saludo festivo a la Palabra de Dios que muestra su plenitud en Cristo: «Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis» (Lc 10,23). Preparemos nuestra acogida a esta Palabra que viene: «De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Será fuego de fundidor, será lejía de lavandero».

De pronto entrara en el santuario, entrará dentro de ti. Malaquías parece contradecir a otro profeta que dice: «el Señor tu Dios está dentro de ti, renovando su amor, lleno de júbilo por ti, como en día de fiesta» (Sof 3,17).

No hay contradicción, o a no ser que la contradicción la ponga nuestro olvido, el abandono del deseo de Dios, porque: «El viene, saltando por los montes y brincando por los collados, está atisbando siempre por las ventanas, y nos dice: "Levántate, amada mía, hermosa mía, ¡ven!"».

Y nos invita revestido de nuestra carne y de nuestra sangre, con el sonido mismo de nuestra voz: «¡levántate!». Él quiere oír nuestra voz: «¡vuelve! ». La voz de él: «¡levántate!» La voz mía: «¡vuelve!»

Es una búsqueda mutua, un deseo mutuo. Es como el juego de amor entre Dios y la criatura que necesitamos encender cada día. Encontrarnos cada día. «Él entra a menudo en mí. Yo no lo siento entrar. Pero yo he sentido su presencia. Cuando vuelvo mi mirada al exterior descubro que Él está más allá de todo lo que es exterior a mi; y cuando vuelvo hacia mi interior descubro algo parecido. Y reconozco la verdad de estas palabras de la Escritura: "En el vivimos, nos movemos y existimos". Comprendo que está ahí por ciertos movimientos del corazón…Él caliente mi corazón, que es la señal de su vuelta, y conozco el poder de su fuerza con el discernimiento de mis sentimientos oscuros que me llevan a huir de mis vicios y reprimir mis apetitos carnales». (San Bernardo, Serm. 74 del Cantar)

En definitiva «fuego de fundidor y lejía de lavandero». Una purificación que se torna en luz para mi camino. Pero será necesario cuidar del corazón, santuario donde se nos hace presente Dios.

«Preguntaron al Amigo: ¿qué es lo que está más lejos de tu corazón? Y el Amigo le respondió: la indiferencia. ¿Y por qué? Porque lo que está más cerca de mi corazón es el amor, que es lo contrario de la indiferencia». (R. Llull, Libro del Amigo y del Amado, n. 193)