11 de septiembre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 24º del Tiempo Ordinario (Año A)

De los sermones de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre el Evangelio según san Mateo (LXI,1,5)
En la parábola del deudor que no quiso compadecerse de su colega, Cristo nos pide dos cosas: primero, de condenar nuestros propios pecados, después, de perdonar los pecados de los demás, y quiere que hagamos lo primero a causa de lo segundo, porque entonces nos será mucho más fácil: porque el que tiene presentes las propias faltas será menos severo con su compañero de miseria. Y perdonar, no sólo con la boca, sino desde el fondo del corazón, para no volver hacia nosotros el hierro con el que creemos atravesar los demás. ¡Qué mal puede hacerte tu enemigo, que sea comparable a lo que te haces a ti mismo, ya que el rencor que le guardas atrae sobre tu cabeza la condenación de Dios! En cambio, si le opones una sabiduría y una moderación verdaderamente cristianas, el daño que pueda hacerte recaerá sobre él, y será él solo a sufrir las consecuencias. Pero si te dejas dominar por la indignación y la ira, tú serás quien sufrirás el mal, no por el agravio que él te ha infligido, sino por el resentimiento que le guardas en tu corazón.

No digas, pues: «Me ha ultrajado, me ha calumniado, me ha hecho mucho daño», porque cuanto más dices que te ha hecho daño, más muestras que te ha hecho un bien, ya que te ha dado la ocasión de purificarse de tus pecados. Así, cuanto más te ofende, más te permite obtener el perdón de tus propias faltas. Piensa, pues, en todas las ventajas que puedes sacar de un agravio sufrido humildemente y con dulzura. Primero,-y esto es lo más importante-te ganas el perdón de tus faltas, después te ejercitas en la paciencia y el coraje, en tercer lugar, adquieres la dulzura y la caridad, porque el que es incapaz de enojarse contra el que le causa un dolor tendrá mucha más caridad hacia los que le aman. En cuarto lugar, desarraigada totalmente de tu corazón la ira y el resentimiento, ventaja que no tiene comparación, porque el que libera su alma de la ira, la libra igualmente de la tristeza: su vida no se carcomerá en tristezas ni en vanas inquietudes. El que no sabe odiar no conocerá nunca la tristeza: disfrutará de una alegría y una felicidad sin límites. Bien mirado, cuando odiamos a los demás, es a nosotros mismos que nos hacemos el mal, y cuando los amamos, nos hacemos bien a nosotros mismos.

¿Me dirás tal vez que el enemigo te ha hecho una injusticia? Razón de más para compadecerte: no eres tú quien ha ofendido a Dios, sino él; en cambio, tú serás feliz si soportas. Recuerda que Cristo, a punto de morir en la cruz, lloraba por quienes lo crucificaban. Este debe ser siempre nuestro comportamiento.

San Bernardo, Sermón 2 de Pentecostés
Otro pan es el perdón. Os ruego que recojáis también con cuidado estos pedazos, para que nada se desperdicie. Son muy sabrosos y más dulces que la miel de un panal que destila. De tal manera Dios me perdonó y tan liberalmente condonó todas mis ofensas, que ni me condena llevado de la venganza, ni me humilla con reproches, ni deja de amarme cuando me los imputa.

Hay quienes perdonan y no se vengan, pero suelen echarlo en cara. Otros callan, mas no olvidan y guardan rencor. Ninguno de esto perdona plenamente. ¡Qué distinta es la clementísima naturaleza divina! Siempre es generosa y perdona sin reservas. De tal modo que, para consuelo de los pecadores arrepentidos, donde abunda el pecado suele sobreabundar la gracia.