2 de febrero de 2008

PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hoy con esta fiesta de la Presentación del Señor, de alguna manera cerramos el ciclo del Nacimiento, y venimos a hacer un primer anuncio de la Pascua. Es un anticipo y anuncio del misterio pascual de Cristo.

Algunos apócrifos presentan a Simeón como sacerdote, fundándose en las palabras evangélicas: Tomándole Simeón en sus brazos, bendijo a Dios, lo cual parece un gesto litúrgico de presentación de ofrendas.

El Pseudo Mateo dice que "le tomó en su manto", costumbre ritual indicativa de gran respeto y veneración. El arte ha perpetuado estos conceptos:

En una tabla anónima del s. XV del Museo de Valencia, Simeón aparece tomando al Niño en un velo humeral, colocado sobre sus vestiduras sacerdotales.

Del mismo siglo es un icono de la escuela de Novgorod (Museo de San Petersburgo), en que Simeón tiene a Jesús sobre los pliegues de su amplio manto, mientras José lleva también en su manto los dos pichones de la ofrenda.

Dice el salmista: Te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto... (Sal 104,1) Pero esta belleza y majestad se hace asequible a nuestra pequeñez, a nuestra debilidad, haciéndose Él débil y en todo igual a nosotros, sometido a la ley. Esta es la luz que nos manda el Padre; este es el que nos dirá: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas... Es la luz para alumbrar a las naciones, como dice Simeón tomándolo en sus brazos y bendiciendo a Dios.

Ninguno de nosotros ponga obstáculos a esta luz y se resigne a permanecer en la noche; al contrario, avancemos todos llenos de resplandor. Todos juntos salgamos a su encuentro llenos de su luz y, con el anciano Simeón, acojamos aquella luz clara y eterna; imitemos la alegría de Simeón y, como él, cantemos un himno de acción de gracias (San Sofronio, Homilía en la fiesta del Encuentro).

Como el anciano Simeón acojamos esta luz, yo diría, primero en nuestro corazón y luego en nuestros brazos. Primero en nuestro corazón, mediante la Palabra, la Palabra que contiene la Vida y vida que es luz del hombre, luz que brilla en las tinieblas. Luz que los suyos no la recibieron, enamorados de las tinieblas; luz que otros sí recibieron, enamorados de la luz. Luz que se alza, como profetiza Simeón, como signo de contradicción. Puesto para que muchos caigan y se levanten, bandera discutida.

De pronto, entra en el santuario el Señor a quien busca el hombre, el mensajero que deseáis; miradlo entrar... Simeón lo ve entrar, lo toma en brazos y bendice a Dios. Sigue entrando en el santuario Aquel que todos buscamos, Aquel que nuestro corazón desea. Miradlo... Escucha el fuego de su Palabra, esa Palabra que viene como fuego purificador y luz que disuelve las tinieblas. Miradlo... ¿Somos capaces de mirar cara a cara esta Palabra?, ¿somos capaces de dejarnos interpelar por ella?, ¿somos capaces de ponernos desnudos ante ella? ¿Señor qué quieres de mi? Y luego esperar en silencio la salvación que trae esa Palabra.

Esta Palabra encierra el misterio de Dios. Del Dios que busca y que necesita el hombre, del Dios a quien el monje consagra su vida para dedicarla a la búsqueda exclusiva de este Dios escondido, que hoy se nos revela como luz para las naciones.

A Él consagramos, ofrendamos, nuestra vida. Una ofrenda que es un misterio de amor y por lo tanto un misterio luminoso. Sobre el Calvario esta luz es colocada sobre el candelero, para iluminar a todo el mundo. Jesús será levantado en la cruz para atraer las miradas de todos los hombres e iluminar el mundo con la fortísima luz de su inmenso amor. La luz y la ofrenda son dos realidades estrechamente unidas entre sí (Albert Vanhoye, Le letture bibliche delle Domeniche, Anno A, Roma 2005, p. 306).

La Cruz es el camino para revelarnos el amor inmenso de Dios. La Cruz, la espada que atraviesa el alma es también el camino para adentrarnos en la experiencia viva de este misterio de amor.
Este misterio de amor, o este Dios que es, como nos enseña san Gregorio Nazianceno, luz suprema, inalcanzable e inefable, no se puede comprender con la mente ni expresarse con palabras. Es luz que ilumina a toda naturaleza racional, y que se muestra en proporción a nuestra purificación; lo amamos en proporción a nuestra contemplación; lo comprende nuestra mente en la medida en que lo hayamos amado (Gregorio Nacianceno, Homilías sobre la Natividad, Hom. 40, 5, Madrid 1986, p. 94).

No alcanzamos a Dios, pero si aceptamos la purificación de la Cruz somos iluminados por su luz. No alcanzamos a Dios, pero si abrimos con espontaneidad, con sencillez, con deseo, el corazón a la Palabra, nuestro corazón no podrá contener ese fuego de la Palabra y pasará a nuestras manos en un gesto de ofrenda agradable a Dios. El gesto de nuestra vida. La misericordia está en medio del templo, nos dice san Bernardo, no en un rincón ni en un albergue, porque en Dios no hay favoritismos. La misericordia se pone a disposición común, se ofrece a todos y a nadie se le priva, sino al que la rehúsa (San Bernardo, Homilía 1,2, En la Purificación, o.c. t. III, BAC 469, Madrid 1985, p. 373).

La misericordia a disposición común, para que juntos experimentemos el amor divino. Para esto venimos a celebrar la Eucaristía, para recibir este amor, y para hacer ofrenda de nuestro amor en Cristo al Padre. Pero hemos de pensar al celebrar la Eucaristía, al hacer nuestra ofrenda, si recibimos esta misericordia estando en comunión con nuestros hermanos. Por que de lo contrario en lugar de hacer la ofrenda de Cristo estás haciendo la ofrenda de una oreja de Cristo, de un estómago o de una mano del Cristo. Pero de ninguna manera de todo el Cristo. Mira a tu corazón: ¿quien está en él arropado por tu amor? Mira a tu corazón: ¿Quién está ausente de él? Esto es un buen termómetro.