10 de abril de 2016

DOMINGO III DE PASCUA (Año C)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Hech 5,27-32.40-41; Sal 29; Apoc 5,11-14; Jn 21,1-19

«El Amor entra en el corazón del Amigo y el Amigo le pregunta: —¿Tú, que quieres? Y el Amor le dijo —Yo he venido para alimentarte y hacerte lo bastante fuerte para que en el momento de la muerte puedas vencer a tus enemigos mortales» (Llibre de l’Amic i l’Amat, 201).

¿Ha entrado el Amor en tu corazón? No cualquier cosa que llamamos amor, sino aquel Amor que llegó hasta el extremo, hasta dar la vida. Solamente este Amor vale la pena, solamente este amor puede vencer nuestros enemigos mortales. Y solo llega a vivir este Amor quien supedita la vida al amor.

Pero parece ser que este Amor no tiene el camino fácil para penetrar en nuestro corazón. Nos lo descubre la Palabra de Dios que ha sido proclamada y que hemos escuchado en esta Eucaristía:

Nos dice el apóstol san Juan, que «era la tercera vez que se les presentó Cristo después de resucitar de entre los muertos». Y efectivamente el mismo Juan nos relata dos apariciones previas. En la segunda les echa en cara su dureza de corazón para creer, les invita a no ser desconfiados.

Hoy el relato de san Juan nos presenta el grupo de discípulos que han vuelto a sus ocupaciones habituales, que tenían antes de conocer a Cristo. «Están juntos», nos dice, seguramente en tertulia y comentando todo lo sucedido días antes en Jerusalén, un tanto o un mucho desesperanzados, como aquellos otros que iban a Emaús. Vuelven a sus ocupaciones habituales, a pesar de que no se les va de su mente la nostalgia de Jesús; a pesar de que sienten tocado su corazón por la sensibilidad y la ternura, por el amor de Jesús. Pero no era suficiente aquella nostalgia, aquel bello recuerdo de los días pasados con Jesús por los caminos de Palestina. No se puede vivir de recuerdos.

«Me voy a pescar», dice Pedro. Vuelven a lo de siempre. «Y nosotros vamos contigo», dicen los demás. Vuelven a lo suyo, lo de siempre. A pescar. De noche. Pasaran toda la noche en la fatiga de un trabajo infructuoso, pues no cogen nada.

Pero el Amor no les abandona. El Amor viene con la Luz. La Luz trae la claridad y la alegría de la novedad de un nuevo día. Y una buena pesca. El Amor viene muy discretamente: Allí, Jesús, plantado en la orilla que les interpela con una palabra vulgar: «Muchachos, ¿no tenéis algo para comer?». Y después otra palabra normal para los pescadores: «tirad la red al otro costado».

Y renace el Amor. Primero en aquel que ya tenía el corazón un poco más tocado de amor y que se adelanta a decir: «¡Es el Señor!»

Y salta la chispa. Se les cambia el chip. Y todo se hace nuevo, todo se ilumina con una luz nueva. El día adquiere una nueva y sorprendente claridad.

Y cuando el corazón es tocado en profundidad por el Amor, uno ya no puede dar otra respuesta que la que dan los Apóstoles ante el sanedrín: «obedecer a Dios es primero, antes que obedecer a los hombres». No podemos sino decir lo que ha nacido en lo más profundo de nuestro corazón.

Y cuando el Amor entra en el corazón del Amigo empiezan a vivir la vida en toda su profundidad, en todo su sentido más amplio, más profundo. Solo el Amor vive la vida. Todo lo demás son malas imitaciones que nos dejan en el interior más inquietud que paz.

¿Ha entrado el Amor en tu corazón? Mira: por diversos caminos puede llegar a tu corazón. Juan, en la lectura del Apocalipsis que hemos escuchado, nos dice: «El Cordero que ha sido degollado es digno de recibir todo poder, riqueza, fuerza, honor, gloria y alabanza».

Amigos, amigas: aquí tenéis toda una diversidad de caminos para abrir el corazón y dejar penetrar el Amor, porque Dios no necesita ni nuestro poder, riqueza, fuerza, honor, gloria y alabanza. Somos nosotros quienes lo necesitamos, pero no a la manera de nuestros caminos humanos como solemos pretender, sino a la manera del Resucitado a la manera de Cristo que ha sido agradable al Padre.

Amigos, amigas: la Resurrección no culminó con la noche de la Vigilia Pascual. La Iglesia Madre iluminada por la sabiduría divina nos invita a prolongar esa Noche dichosa a lo largo de cincuenta días, el tiempo pascual, porque quizás nosotros salimos a pescar en la noche. Y necesitamos la Luz, la luz de un amanecer nuevo para lograr una buena pesca. Y después de una buena pesca fiados del Amor, vivir con deleite estos versos que le sugiere al poeta Rilke el primer encuentro de santa María con el Resucitado:

«Y ambos comenzaron,
en silencio como los árboles en primavera,
infinitamente igual,
aquella primavera
de su inefable contacto.»

Amigo, amiga: ¿comenzamos esta primavera…?