19 de marzo de 2016

SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre
2Sam 7,4-5.12-14.16; Salmo 88; Rom 4,13.16-18.22; Mt 1,16.18-21.24

San German de Constantinopla, un Padre de la Iglesia del siglo VII, tiene una bellísima homilía sobre la Anunciación a María donde intercala unos diálogos entre María y el Angel, y después entre María y José, probablemente recitados por varias personas. Realmente una versión muy moderna de homilía.

Primero, un diálogo del ángel y María que se resiste a creerle, y después entre María y José que transcurre así:

María: En los profetas está escrito: se dará un libro sellado a un hombre que sabe leer y dirá: No puedo leerlo. Me parece, José que esta profecía se refiere a ti.

José: Oh María, denuncia públicamente al que ha puesto asechanzas contra mi casa, me ha deshonrado; no sea que yo venga a ser objeto de burla en Israel.

Un José que se muestra muy desconfiado y en ocasiones duro en las respuestas a María la cual va persuadiendo a José.

María: Qué grande y dichoso es este día en el cual ha obrado en mí grandes cosas el Todopoderoso, cuyo nombre es santo y cuya misericordia se derrama de generación en generación.

El diálogo de María con el ángel se realiza apoyándose en el relato evangélico. El diálogo con José es más libre, tiene su punto de apoyo más que en el relato de la Anunciación, en un razonamiento más a nivel los problemas humanos que la Encarnación de Dios venía a ocasionar en la vida de san José.

Y esto puede ser muy interesante para nuestra vida de fe. Contemplamos las dificultades de san José para asumir con todas las consecuencias la Encarnación de Dios en la vida humana. Nosotros nos podemos hacer una idea acerca de la intervención de Dios en la vida de la humanidad, o nos podemos acostumbrar a lo ha llevado a cabo Dios en la historia y vivirlo ya como la rutina de algo sabido.

«El Espíritu de Dios sopla donde quiere y como quiere». La acción de Dios siempre es sorprendente. «Los pensamientos de Dios son distintos de los nuestros… sus caminos no son los nuestros». Él ha venido para ser nuestro camino, pero somos nosotros los que tenemos que incorporarnos a su camino. Y esto no siempre es fácil. Los vemos en las otras dos personas que presenta la liturgia en relación la persona de san José.

No fue fácil el camino para David. Aquí se muestra agradecido a Dios, le quiere construir un templo. Dios se niega. David que tuvo serios problemas en su relación con Dios y no siempre actúa con fidelidad, pero Dios sí lo fue con él, y por ello le promete una descendencia que durará siempre.

No fue fácil el camino para Abraham. Éste recibió la promesa de una descendencia en virtud de su fe, cuando no tenía hijos, y cuando lo tuvo Dios lo pone a prueba con el sacrificio de su hijo. Verdaderamente como escribe san Pablo a los romanos «esperó contra toda esperanza y creyó firmemente que Dios le haría padre de una multitud de pueblos». Debió ser bastante duro el trayecto o la vivencia de su fe en Dios.

Lo que percibimos claro a lo largo de la historia de la salvación es que Dios busca al hombre, su amistad, aquella amistad que se rompió al principio de los tiempos. Que esta historia de Dios con el hombre muestra la verdad aquellos versos del Cantar: «Yo soy para mi Amado objeto de su deseo» (7,11).

Nuestro Amado se nos manifiesta a través de su Espíritu que sopla como quiere y donde quiere. San José escucho las palabras de María y tuvo el silencio apropiado para discernir la presencia del Espíritu; así, también nosotros tenemos necesidad de vivir nuestra fe abiertos a la escucha de Dios, a la escucha de aquello que hoy quiere decirme Dios en estos tiempos tan revueltos, mucho más que un revuelto de huevos, pues estos son comestibles, pero el revuelto de nuestra sociedad si dejamos de lado la voluntad de Dios es a nosotros a quienes pueden comer.

Ese silencio y discreción de san José que quizás empezaría con una actitud desconfiada, dura o de reproche, dejó siempre una abertura a la luz. Y nunca habitó por completo en él la noche, y así pudo ser el acogedor y guardián de la Luz que viene a iluminar a todos los hombres. Y en toda esta historia breve de san José yo creo que tenemos tres palabras que debemos guardar bien en nuestro espacio interior: escucha, silencio, discreción. Lo demás vendrá por añadidura.

Y terminará san Germán esta bella homilía con estas palabras de María: «Qué grande y dichoso es este día, en el cual ha obrado en mí grandes cosas el Todopoderoso, cuyo nombre es santo y cuya misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen».