20 de agosto de 2014

SAN BERNARDO, ABAD Y DOCTOR DE LA IGLESIA

PROFESIÓN SOLEMNE DE F. BERNAT FOLCRÀ Y F. BORJA PEYRA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Sab 7, 7-10.15-16; Salm 62, 2-9; Filp 3,17-4,1; Jn 17,20-26

San Bernardo es un verdadero maestro de teología admirativa. Admirar, contemplar es una actitud que necesita el hombre de hoy descentrado en una actividad que le consume en la angustia y la preocupación. San Bernardo es contemplativo y profundo buscador y admirador de la persona de Jesucristo. Sumido siempre en las páginas de la Sagrada Escritura para alimentar su espíritu y hacer del Señor su delicia. Con tanto acierto que se le llama «el Doctor Melifluo por su habilidad en tomar el alimento de la Palabra de Dios. Sabía destilar de la letra el sentido espiritual y no solo con su doctrina sino con su caridad y la santidad de su vida». (T. Merton) No será extraño que sus palabras sean un torrente de asombro, fascinación y éxtasis ante la persona de Jesús; un corazón que se derrama en oración de alabanza y gratitud. Sobre todo cuando contempla el amor, que le lleva a hablar así de Cristo:

«Sí, su amor es excesivo porque rompe todos los moldes, desborda todas las medidas y está por encima de todo lo conocido… ¿Hay, hubo o habrá otra caridad semejante a ésta?... Viniste a justificar gratuitamente a los pecadores y hacernos hermanos…»

San Bernardo en su profunda pasión y admiración por la persona de Jesús nos sigue diciendo de él: «El motivo más determinante y eficaz en la vida de Cristo es su amor incondicional al hombre: derrocha misericordia, es un padre de familia todo amor para los suyos, es bondad y humanidad personificadas, siente la compasión más humana que podemos imaginar, se compadece de nosotros con un amor ilimitado… Brilla en él una soberana libertad, junto a una obediencia y sumisión absolutas, que le lleva a renunciar a su propia voluntad».

San Bernardo en su admiración por Jesús al contemplar este vivo retrato de su persona busca vivir una relación viva con él, mediante la oración, deseando recibir, poseer y vivir su Espíritu.

«¿Estarás dispuesto, Señor Jesús, a darme tu vida, como me has dado tu concepción? Y él me responde: Te doy mi concepción y mi vida en todas tus etapas: infancia, niñez adolescencia, juventud. Te lo doy todo: hasta mi muerte y resurrección, mi ascensión y el mismo ES. Para que mi concepción limpie la tuya, mi vida informe la tuya, mi muerte destruya la tuya, mi resurrección anticipe la tuya, mi ascensión prepare la tuya, y el Espíritu acuda en ayuda de tu debilidad. .. En mi vida reconocerás la tuya.»

Y ¿que reconocemos hoy en el misterio de Cristo celebrado en esta Eucaristía? San Bernardo con este Espíritu de Jesús iluminó y encendió con su amor la Iglesia. Si a él le escuchó el Señor tenemos motivos y confianza para que también nos lo conceda a nosotros, hoy, por intercesión de san Bernardo. Por esto lo pedimos en la oración colecta: «caminar como hijos de la luz, con el mismo espíritu» que lo hizo Bernardo.

Con el mismo Espíritu y con la misma sabiduría, como nos sugiere la lectura de la Palabra en el texto del libro de la Sabiduría: «Pedí a Dios el entendimiento, y me lo concedió; grité al Espíritu de sabiduría y me vino; quiero que sea mi luz, porque su claridad no se apaga».

Esta fue la pasión, la sed permanente de Bernardo, como también lo manifiesta el salmista: «Dios mío, yo te busco, mi ser tiene ansia de ti, por ti languidece mi cuerpo como tierra reseca, agostada, sin agua…»

Por esto san Bernardo nos invita hoy a través de las palabras de Pablo: «sed imitadores míos y fijaos en los que viven según el modelo que tenéis en nosotros. Porque muchos viven como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre y cuya gloria lo vergonzoso…»

Bernardo admirador apasionado de la persona de Cristo, que se gastó y desgastó en su servicio a la Iglesia, en una vida contemplativa que como una vida auténticamente arraigada en el amor de Jesucristo se proyectó con gran fuerza y luz a toda la Iglesia.

La persona de Cristo que nos muestra el evangelio de esta fiesta de san Bernardo es un Cristo obsesionado por la unidad: «que todos sean uno. Así el mundo creerá. Padre, que sean uno como nosotros así el mundo conocerá que me has enviado». Repetidas veces en este capítulo 17 de san Juan muestra su deseo profundo por la unidad, y lo pide al Padre, para que se cumpla en sus amigos, los apóstoles y amigos que están dispuestos a anunciarlo.

Fray Bernat y fray Borja, el Señor os ha llamado a esta vida monástica, y él os ha prometido la vida. Vosotros, hoy se lo recordáis en vuestra consagración a él, y le decís que necesitáis de su don, de su ayuda con el canto que apoyamos toda la comunidad: «recibidme, Señor, como me prometiste y viviré, que no vea defraudada mi esperanza». Que os salgan del corazón este canto. Que nos salga a toda la comunidad.

No será defraudada vuestra esperanza si vivís la belleza de vuestra consagración a Dios. Una consagración a la Trinidad amorosa. A través de Cristo que es nuestro camino queréis llegar al Padre, Dios Amor, Creador de todos los dones, de la vida, para ser testigos e instrumentos de este Amor, y este «Cristo, al cual no debéis anteponer nada», os da su Espíritu, que os iluminará y ayudará para ir siempre por el camino de la unidad y de la reconciliación; y mostrar así los caminos y, yo diría también, el rostro de un Dios Amor que nos quiere asumir e incorporar a su misterio de Amor.

Y de este camino, vosotros con vuestra consagración al Amor de Dios, y con vosotros la comunidad, somos un signo para el mundo de un Dios que ama al hombre y lo quiere incorporar a su comunión de amor.

19 de agosto de 2014

PROFESIÓN SOLEMNE DE F. BERNAT FOLCRÀ Y F. BORJA PEYRA

PROMESA DE OBEDIENCIA
Alocución del P. José Alegre, abad de Poblet

Regla de San Benito, capítulo 58

Fra Bernat y Fra Borja,

«Aquí estoy orque está escrito en el libro que cumpla tu voluntad. Dios mío, lo quiero, llevo Tu ley en las entrañas».

Sabemos que es el mismo Cristo quien ha hecho suyas estas palabras, antes que nosotros. Ahora es vuestro turno, Bernardo y Borja, y con vosotros también nosotros, la comunidad que os acompañamos queremos renovar el mensaje de estas palabras.

Toda la vida, día a día, puede ser vivida bajo el signo de estas palabras: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad». Por la mañana, al iniciar una nueva jornada, con la plegaria de Maitines: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad». Nosotros no sabemos lo que aquel día, cada día de la jornada monástica, nos reservará; solamente sabemos una cosa con certeza: «queremos hacer la voluntad de Dios». Nosotros, no sabemos con certeza como será el camino de cada día; pero es hermoso ponernos en camino hacia él con estas palabras en los labios: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad».

Es un buen pensamiento para empezar la jornada, para saltar del lecho, para caminar, aunque sea algo somnolientos, hacia la primera plegaria monástica. Luego, a lo largo del día, tenemos ocasión de repetir este pensamiento, cuando en diferentes momentos rezamos el Padrenuestro. Es la plegaria del mismo Cristo, es la plegaria que él por encima de todas las demás nos ha dejado y recomendado. Esforzaros por decir siempre esta plegaria con una conciencia y un deseo muy vivos.

Este pensamiento es primordial cuando vais a hacer vuestra consagración definitiva al Señor. Y ya no sólo por cumplir esta palabra esta palabras de compromiso de una obediencia que acabáis de hacer, sino sobre todo por el contenido de este compromiso.

«Asumir el camino de la obediencia monástica para configuraros más y más con Cristo humilde y obediente. Asumir el camino de la obediencia monástica como un modo de escucha humilde de la Palabra de Cristo a quién no queréis anteponer nada».

Además, este es el punto fundamental que recuerda la Regla en el capítulo que acabáis de leer: «Buscar a Dios. Una búsqueda mediante un profundo celo por el oficio divino, por la obediencia, por las humillaciones». Para buscar a Dios no hay más que un camino, el Camino que es Cristo, por esto la Regla recuerda en más de una ocasión «no anteponer nada a Cristo». Pero el retrato de Cristo, la imagen a contemplar de quien debe ser vuestro camino, os la acaba de dar la Regla: «Una búsqueda mediante un profundo celo por el oficio divino, por la obediencia, por las humillaciones».

Este es un primer paso muy importante y decisivo; pero la Regla en este mismo capítulo resalta otro punto que entra en este retrato de Cristo: «Incorporarse a la comunidad y en ella vivir como monje y ser obediente». Cristo nos dice en el evangelio: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Aquí no somos dos o tres, sino una comunidad y que nos hemos consagrado todos a buscar a este Dios que es el verdadero sentido de la vida del hombre.

Luego la obediencia es preciso vivirla en el seno de esta comunidad, con sus luces y sus sombras, con sus virtudes y sus defectos, dada nuestra condición de caminantes.

La obediencia que pide Benito no es una dependencia muda, como una máquina, sino una obediencia a la voluntad de Dios y al Espíritu que obra en todos. En la comunidad monástica todos existen para los demás. La precisión de una fidelidad de vida para los demás depende de cómo vivimos este pensamiento: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad».

Uno de los problemas más graves de Occidente es la tensión entre el grupo y el individuo. Nuestra cultura educa en el individualismo, y después le condena a vivir en grandes grupos. La Regla, en cambio, educa a vivir en comunidad. Aquí nos tenemos que preguntar la comunidad si nos dejamos educar. Nos educa como monjes, para que nos ayude a sacar desde dentro el buen espíritu que hemos recibido del Señor. Es importante en este sentido que seamos responsables. Y por supuesto que nos dejemos educar, sabiendo que la educación es una tarea que abarca a toda la vida de la persona.

La responsabilidad es la obediencia en el mejor sentido de la palabra. El servilismo es la obediencia en el peor sentido de la palabra. Una es interdependencia, la otra es dependencia. Un maestro decía a su discípulo: «Para encontrar la verdad debe tenerse una prontitud para admitir que se puede estar en el error», quiere decir que la plenitud de la vida depende de tener nuestro corazón abierto para encontrar a Dios, repetidamente, no en un inventarnos un camino justo para siempre y después permanece agazapados.

Benito nos pone en guardia: «Hay caminos que algunos llaman justos y que finalmente precipitan en el infierno» (RB 7).

Para nosotros, el camino es Cristo y su pedagogía es la que está contenida en las palabras del principio: «Aquí estoy para hacer tu voluntad». Rezad bien cada día el Padrenuestro y seréis unos buenos monjes.

15 de agosto de 2014

ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Apoc 11, 19; 12, 1.3-6.10; Sal 44, 11-12.16; 1Cor 15, 20-26; Lc 1, 39-56

«Apareció en el cielo un gran signo: una Mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas.»

Este gran signo se aplica a la Iglesia, pero hoy la Iglesia en la liturgia lo atribuirse también a María. Hoy la Palabra de Dios nos invita a contemplar en esta Mujer del Apocalipsis a santa María.

«Santa María, de la cual dice san Bernardo que se ha hecho toda para todos; que en su inagotable caridad se ha hecho deudora de todos, prudentes e insensatos. A todos abre el seno de su misericordia, para que todos reciban de su plenitud: el cautivo la libertad, el enfermo la curación, el afligido el consuelo, el pecador el perdón, el justo la gracia, el ángel la alegría; en fin, la Trinidad entera la gloria y el Hijo su carne humana. No hay nada que escape a su calor. Es la mujer envuelta en el sol. Sin duda ella es la que se vistió de otro Sol, y está accesible a todos; para todos está llena de clemencia y se compadece de las necesidades de todos con un amor sin límites. Ella está por encima de todas las miserias y supera toda fragilidad y corrupción con una grandeza incomparable. Descuella de tal manera por encima de todas las criaturas que con razón se dice que la luna está bajo sus pies». (Sermón, Octava de la Asunción)

María está envuelta en el sol; penetró en el abismo insondable de la sabiduría divina mucho más de lo que podemos imaginar. Estuvo inmersa en esa luz inaccesible, con la única salvedad de no perder la unidad personal de su condición de criatura. Los vestidos de esta Mujer son infinitamente inmaculados y ardientes; todo está en ella tan iluminado que no encontramos la menor tiniebla, oscuridad o tibieza.

«Ella está por encima de todas las miserias y supera toda fragilidad y corrupción con una grandeza incomparable. Descuella de tal manera sobre las demás criaturas, que con razón se dice que la luna está bajo sus pies. La luna, que tiene un resplandor incierto y voluble, que siempre está cambiando».

La Palabra de Dios nos habla de «otro signo en el cielo: un gran Dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos, y sobre su cabeza siete diademas… que se dispone a devorar al Hijo de la Mujer que va a dar a luz.»

Este es el signo de la tiniebla, de la violencia, de la oposición, de la guerra contra el Hijo que va a nacer de la Mujer… Aquí tenemos la tensión permanente entre la luz y las tinieblas, la vida y la muerte… Una tensión que se resuelve en vida: Resurrección. La muerte es vencida. Todos somos llamados a vivir. En esta sociedad de violencia y muerte nos viene bien tener en el corazón la plegaria de una canción: «en el silencio regálame tu paz, que es mi vivir».

Esta fiesta es una llamada a la vida, a una visión optimista sobre la condición humana, llamada a la vida. Lo reflejará muy bien san Ireneo cuando escribe: «la gloria de Dios es que el hombre viva.»

Esta victoria sobre la muerte del Resucitado, resplandece plenamente en María. Y nos abre a todos nosotros la esperanza de estar asociados a esta victoria, lo cual nos pide una colaboración concreta que es vivir la sabiduría del Magníficat que canta María en su visita a su prima Isabel.

La devoción a María nos pide vivir esta sabiduría del Magníficat, cantar con nuestras obras de amor el amor de Dios, abrirnos cada día al don de Dios para que continúe obrando sus maravillas a través de nuestra pequeñez, hacer la obra de la justicia que Dios pide a través de sus profetas, y sobre todo del Justo, su Hijo revestido de nuestra humanidad. Ser buenos siervos de Dios, viviendo el servicio a los hermanos, como nos enseña Cristo que vino a servir.

Estas expresiones del Magníficat cantadas por la comunidad primitiva revelan la situación vital del que ha conocido la victoria de la resurrección-exaltación de Cristo, a través de su muerte-humillación. Todo un camino para nosotros herederos de esta fe.

María, pues, nos marca el camino en la tensión del desierto de este mundo, donde se la señal del Dragón sigue viva, acosando al Hijo que está naciendo.

La liturgia etíope celebra este misterio todos los meses con la mayor solemnidad:

«Te saludo asunción del cuerpo de María, misterio que no cabe en el corazón humano; tu carne era como una perla y la misma muerte se avergonzó, cuando asombrada te vio subir llena de luz. Saludo a asunción de tu cuerpo que gana en belleza al esplendor del sol y a la gloria de la luna. Saludo la resurrección de tu carne paralela a la resurrección de Cristo que se encerró vivo en ti».