11 de julio de 2013

NUESTRO PADRE SAN BENITO, ABAD

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Prov 2,1-9; Salmo 33,2-4.6.9.12.14s; Col 3,12-17; Lc 22,24-27

«Yo estoy entre vosotros como quien sirve». Estas palabras les dice Jesús a sus discípulos cuando en el última Cena disputan sobre quién es el más grande. «El Hijo del hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y dar su vida por todos». Estas palabras se las dice a los discípulos durante su vida cuando iba enseñando y los Zebedeos le piden un lugar de privilegio en su Reino, por eso añadirá Jesús: «estáis equivocados».

Pero este tema ya venía de antiguo, pues Isaías entre los cap. 40 a 55 había expuesto un retrato muy claro con los cuatro Cantos del Siervo del Señor, y nos presenta todo un retrato muy fiel de lo que será la vida de Jesús, sobre todo en el momento culminante de su vida. En el servicio culminante: que fue la expresión de su servicio del amor extremo en el gesto de dar la vida en la cruz.

Pero han pasado 20 siglos y parece que este tema no lo tenemos bien aprendido. Parece una asignatura pendiente, pues recientemente alertaba el Papa Francisco en una intervención con los alumnos de la Academia Pontificia acerca del peligro del «carrerismo» en la Iglesia y la necesidad de estar más bien en una línea de servicio de comunión y unidad dentro de la Iglesia.

Y todavía una última palabra la hemos recibido en la encíclica «Lumen fidei», cuando afirma que «la existencia creyente es una existencia comunitaria, eclesial. Cristo abraza en sí a todos los creyentes que forman su cuerpo. los cristianos son “uno” sin perder su individualidad, y en el servicio a los demás cada uno alcanza hasta el fondo de su propio ser. En el servicio a los demás cada uno alcanza lo más genuino de sí mismo». (22)

Esta sabiduría cristiana la debió entender muy bien san Benito, así como debió captar la dificultad de vivirla con fidelidad que le lleva a establecer una Escuela, una Escuela de servicio divino. Benito es consciente de que la escuela no siempre ofrece un clima fácil; que no busca establecer nada que sea áspero o muy pesado, pero que supone siempre un camino riguroso pues se trata de educarnos y exigirnos vivir en una línea de servicio. Y la escuela se hará agradable cuando viviendo los mandamientos de Dios con la dulzura del amor, participamos con paciencia en el camino de Cristo.

El camino de Cristo, lo hemos escuchado en el evangelio, es el del servicio. Pero conviene no tergiversar la dimensión del servicio. Aquí no se trata de servir unos platos, como podemos hacer en el refectorio, o el servicio de lavado de ropa, de portería… Es decir no se trata de un servicio material, sino de un servicio a la persona. En la vida cristiana y monástica el servicio siempre hace referencia a la persona del otro. Lo material será el apoyo para vivir un auténtico servicio en la relación personal…

Esto queda muy ilustrado con la Epístola a los Colosenses, cuando nos exhorta a tener los mismos sentimientos de Cristo. Y hace una lista muy concreta de estos sentimientos: compasión, bondad, humildad, serenidad, paciencia, perdón, amor, paz…

Incluso a alguno de estos sentimientos Benito dedica un capítulo en la Regla. Todos ellos tienen una relación profunda, íntima, con los demás. Son sentimientos que vivió Cristo durante su vida en el encuentro con las personas, como nos lo muestran los evangelios. Es el gran servicio de Cristo a la humanidad. Bien pudieron sus discípulos predicar, cuando le recordaban después de Pentecostés: «Pasó haciendo el bien».

Esta es la tarea que dejó san Benito a los monjes al establecer la Escuela del servicio divino: Aprender la tarea del servicio. Es una lección que nunca la tenemos aprendida del todo. Por eso, cada semana, pedimos en las preces de Laudes del domingo que el Señor nos ilumine, nos aumente el amor para hacer un buen servicio. Esta es una de las peticiones que debemos tener siempre muy en cuenta, pues de ella depende el sentido de nuestra vida monástica. Vivir bien el servicio. Un servicio a personas concretas.

Necesitamos guardar la Palabra de Cristo en toda su riqueza, guardarla como un tesoro, puesto que él nos ha llamado a esta vida. Perseveremos en la escucha de la Palabra para que hagamos un buen camino monástico según Dios, y no bajemos a una pobre obra personal.

No lo olvidéis: lo nuestro es el servicio. Y no olvidemos tampoco que hoy corren malos tiempos para el servicio. Y para este servicio guardemos con sumo cuidado el octavario de palabras que harán bueno el servicio: compasión, bondad, humildad, serenidad, paciencia, perdón, amor, paz… Si no hacemos nuestro servicio acompañados siempre por estas palabras, no servimos.