28 de octubre de 2012

LA CARTA DEL ABAD


Querida Esther:

Me dices en tu carta que «cada día es una pirueta más para seguir en pie, con serenidad el camino. Cada mañana tengo que hacer un gran esfuerzo para superar la soledad. Aún así tengo suerte, pues me siento afortunada de poder contar con gente que me quiere bien. Esto hace que sea menos difícil este camino».

Evidente. Son muchos los que cada día, en este mundo, abriendo los ojos a la luz del nuevo día no perciben sino oscuridad; ponerse en pie no siempre es una tarea fácil. Necesita hacer verdaderas piruetas o equilibrios. Y estos equilibrios son de lo más variado: los hay provocadas por falta de recursos materiales, que se preguntan, bajo el único calor de un tenue rayo de sol, qué van a comer ese día, qué van a dar a sus hijos. ¡Terrible! No faltan equilibrios en quienes se están pudriendo en su riqueza y buscan alicientes que les alejen de ese olor a podrido. Hay equilibrios también, provocados por la asfixia de un ritmo de vida poco humana, un stress agobiante, angustioso. Y no faltan piruetas para aprovecharse de la buena fe de los otros. En una palabra hay equilibiros para todos los gustos. Se ha comentado en los medios de comunicación la posibilidad de plantear una Europa de dos velocidades. Otra versión de equilibiros. Un verdadero alzheimer, que de una manera u otra nos pone al borde del camino. A unos y a otros.

Alguien ha escrito que «nuestro lenguaje ha percibido sabiamente los dos aspectos de hallarse solo. Ha creado la palabra “soledad” para expresar el dolor de estar solo. Y ha creado la palabra “retiro” para expresar la gloria de estar solo».

Estar solo, aislado, es doloroso. Es estar al borde del camino. Son muchedumbre los que, en esta sociedad, están al borde del camino. Dices bien de sentirte afortunada si cuentas con gente que te quiere; es tener la puerta abierta para salir de una soledad dolorosa.

También es verdad que nos hunde en la soledad el agobio de las cosas de la vida. Una vida supeditada por completo a la agenda, una vida absorbida por el mobil, internet…, que son medios que nos abren a una relación con la gente es, con frecuencia, una puerta abierta a la soledad y el vacío.

Necesitamos conocer y vivir la experiencia de la otra palabra: el retiro. El retiro, que nos pone en relación con nosotros mismos. Si somos extraños a nosotros mismos, lo somos también para los demás, pues no llegamos a tener un contacto profundo con nosotros, y difícilmente conectamos en profundidad con los demás.

Estamos en el camino de la vida. El camino no lo recorremos solos, sino que muchos nos acompañan o acompañamos. Es importante ser conscientes de que tenemos que querer bien a los demás, y desear que se incorporen con nosotros al camino.

Jesús hacía camino, a veces rodeado de muchedumbre, una muchedumbre que impedía oír las voces de quien gritaba al borde del camino, pero al oído de Jesús llegaban las ondas de los gritos de la persona sola, aislada. Por esto se puede decir de él: «pasaba haciendo el bien».

Yo creo que este es hoy el camino de la alegría. No te dejes seducir por los recuerdos negativos. Buscar conocer lo mucho bueno y positivo que hay en ti. Y pasa haciendo el bien. Es el camino que da sentido a la vida y nos abre las puertas de la alegría. Un abrazo,

+ P. Abad

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 30º del Tiempo Ordinario

De los sermones de san Gregorio Magno, papa
El ciego sentado junto al camino representa el género humano que, privado por su primer padre de la claridad de la luz celestial, se ve hundido en las tinieblas de su condena. Cuando nuestro creador se acerca a Jericó, el ciego vuelve a la luz, porque cuando la divinidad ha tomado la debilidad de nuestra carne, el género humano ha recobrado la luz que había perdido.

Es ciego todo aquel no conoce el estallido de la luz eterna. Pero si este ciego cree en el Redentor que ha dicho: «Yo soy el camino», ya se encuentra sentado junto al camino. Si cree en él y le ruega obtener la luz eterna, está sentado junto al camino y pide caridad. Antes de que Jesús no llegue a nuestro corazón, una multitud de deseos opuestos a los del espíritu y una multitud de vicios disipan nuestros pensamientos y nos distraen en la oración. «Pero él gritaba mucho más fuerte», porque cuanto más nos vemos abrumados por el tumulto de nuestros pensamientos, más debemos perseverar ardientemente en la oración. Cuando dudamos en la oración, en medio de la multitud de nuestros pensamientos, oímos —por decirlo así— Jesús que pasa. Y cuando perseveramos ardientemente en la oración, Dios detiene a nuestro corazón, y recobramos la luz que habíamos perdido.
Y aún: Es la humanidad que pasa y es la divinidad que se detiene. Por eso, cuando el Señor pasaba oía los gritos del ciego, y, al detenerse, le devolvió la vista. Es decir, mediante su humanidad, el Señor se ha compadecido misericordiosamente de los gritos de nuestra ceguera, y con la potencia de su divinidad ha difundido en nosotros la luz de su gracia. Y nos pregunta qué queremos que nos haga para animar nuestro corazón a orar, porque quiere que le pidamos lo que él prevé que le pediremos y que nos concederá.

El ciego no pide oro al Señor, sino luz. Tampoco nosotros no tenemos que pedir las falsas riquezas, sino la luz que sólo podemos ver nosotros y los ángeles. La fe lleva a esta luz. Por eso Jesús dice al ciego: «Ve, tu fe te ha salvado». Ve y le sigue. Practica el bien que ahora ya conoce.

21 de octubre de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES


TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 29º del Tiempo Ordinario (Año B)

De los sermones de Orígenes, presbítero
Santiago y Juan buscaban el primer lugar, querían sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús en el Reino. En esta circunstancia, Jesús enseña a sus discípulos cómo pueden llegar a ser grandes a los ojos de Dios, a ser, incluso, los primeros.

Los jefes de las naciones, les dice, disponen como dueños. Los jefes de la Iglesia, al contrario, estén al servicio de la Iglesia. Los poderosos de la tierra pueden llegar a ejercer una autoridad injusta, los jefes de la Iglesia, por su parte, deberán conformarse a esta norma de conducta: Haceos discípulos míos, que soy manso y humilde de corazón, y vuestras almas encontrarán descanso.

Hay situaciones en las que, según la palabra del Apóstol, quienes pecan «deben ser amonestados delante de todos, para que también los demás teman». Hay momentos en que hay que usar de la autoridad que uno tiene para entregar ciertas personas a Satanás «para la perdición de su carne a fin de que su espíritu se salve el día del Señor Jesús». Pero esto debe darse raramente, y si a veces es necesario «regañar a los indisciplinados, también hay que alentar a los pusilánimes, hacerse cargo de los débiles, tener paciencia con todos, no volver a otro mal por mal». El pecador no debe ser tratado como un enemigo; el Apóstol nos dice: «No lo trates como enemigo, sino corrígelo como un hermano».

Me he extendido un poco hablando de esto para hacer comprender a quienes tienen autoridad dentro de la Iglesia que no deben imitar los jefes de las naciones, ni rivalizar con los poderosos o con los reyes, sino que en todas las cosas han de tomar a Cristo por modelo. Cristo se hacía asequible absolutamente a todos, hablaba con las mujeres, bendecía los pequeños. Y, aunque podamos encontrar un sentido más profundo en el gesto de Jesús de echar agua en un barreño y de ponerse a lavar los pies de los discípulos, escuchamos con todo la palabra que Jesús dijo en aquella ocasión: «Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Si yo, pues, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros». Les hace comprender que deben imitar su humildad admirable. Y es sin duda porque el Señor se ha hecho el servidor de todos para la salvación de los hombres que el apóstol nos dice: «Jesús ha tomado la condición de servidor y se ha humillado, haciéndose obediente hasta la muerte; y es por eso que Dios lo ha ensalzado». Si alguien, pues, quiere ser ensalzado, que obre de acuerdo al obrar del Señor, al obrar que ha merecido al Señor una gloria tan grande.

Es verdad que a veces el Hijo del hombre se dejó servir: «Fueron los ángeles y lo sirvieron», dice el Evangelio. También Marta lo sirvió. Pero él no había venido a hacerse servir: vivió entre los hombres para servir; fue tan lejos en este servicio que nos ha valido la salvación. Dio su vida en rescate de todos los que creyeran en él.

LA CARTA DEL ABAD


Querida Pilar:

«Mantengamos con firmeza la fe que profesamos». Es una invitación que nos hace hoy la Palabra de Dios. No es una empresa fácil en estos tiempos.

En esta línea se expresa el Papa Benedicto cuando escribe, siendo Cardenal Ratzinger, en su libro Introducción al Cristianismo: «Empresa extraña y sorprendente. Es posible que tenga la sensación de que su situación está bien reflejada en el relato parabólico de Kierkegaard sobre el payaso y la aldea en llamas. En él se cuenta que un circo es presa de las llamas. El director del circo manda a un payaso que estaba listo para actuar, a la aldea vecina para pedir auxilio, ya que había peligro de que el fuego llegara a la aldea. El payaso corrió a la aldea y pidió a los vecinos que fueran lo más rápido posible hacia el circo que se estaba quemando para ayudar a apagar el fuego. Pero los vecinos creyeron que se trataba de un magnifico truco para que asistiesen a la función; aplaudían y hasta lloraban de risa. Pero al payaso le daban más ganas de llorar que de reír; en vano trató de persuadirlos y explicarles que no se trataba de un truco ni de una broma, que la cosa iba muy en serio y que el circo se estaba quemando de verdad. Cuanto más suplicaba, más se reía la gente, pues los aldeanos creían que estaba haciendo su papel de maravilla, hasta que por fin las llamas llegaron a la aldea. Y claro la ayuda llegó demasiado tarde y tanto el circo como las llamas fueron pasto de las llamas».

Necesitamos una fe viva que nos lleve a dar un testimonio que sea creíble, que no presentemos trucos ni bromas para atraer a nadie, sino «una fe —dice Benedicto XVI en su Carta Apostólica «Porta Fidei»—, que crece cuando se vive como una experiencia de amor que se recibe y se comunica como una experiencia de gracia y de gozo. Hace nuestra vida fecunda y se dilata el corazón».

Y esto me ha llevado a pensar en tu reciente carta donde me dices «que la felicidad está dentro de nosotros, en los pequeños detalles, en dar tiempo, cariño, paciencia, alegría y un sinfín de cosas. La mente es un utensilio, un arma, llámala como quieras, muy valiosa y poderosa sabiéndola utilizar bien; la fe otra herramienta. Sin fe, yo por lo menos no estaría donde estoy; en mis momentos duros que los tengo y muchos, si no fuera por la fe no sé qué haría. Me ayuda a dedicar parte de mi tiempo en ayudar a los demás, dedicarles minutos en escuchar cuando alguien me llama por estar angustiado o preocupado; llenar esos espacios de “ocio” que la mayoría de las veces son largos y aburridos, perdonar y pedir perdón, tantas y tantas cosas y tan sencillas».

En definitiva, Pilar, la fe, yo diría que es una vida, una fuerza interior de la vida, tú dices que está dentro de nosotros, que nos lleva a pasar como lo hizo Jesucristo «haciendo el bien y curando», vivir con una inclinación permanente a hacer de nuestra vida un servicio. Servir aquello que podemos dar y que pueden necesitar los demás, que posiblemente no van a ser grandes cosas, pero con toda seguridad sí que serán pequeños detalles, infinidad de los pequeños detalles de la vida, de esta vida que muchos la están viviendo en medio de sufrimiento, confusión y oscuridad.

Pilar, gracias por tu preciosa carta. Un abrazo,

+ P. Abad

14 de octubre de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES


TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 28º del Tiempo Ordinario (Año B)

De los sermones de San Gregorio Magno, papa (PL 76,1233ss)
«Quien quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo». Debemos renunciar, pues, a nuestros bienes, incluso a nosotros mismos. Es difícil renunciar a los propios bienes, pero lo es aún más vaciarse de uno mismo. Renunciar a lo que tenemos nos afecta, pero renunciar a lo que somos nos afecta mucho más.

Pero, ¿qué quiere decir «vaciarnos»? Si nos vaciamos de nuestra propia persona, ¿dónde iríamos fuera de nosotros mismos? En nosotros hay un hombre arruinado por el pecado, y otro que ha construido la naturaleza: uno es obra nuestra, el otro es obra de Dios. Nos vaciamos, pues, de lo que ha hecho en nosotros el pecado, y nos quedamos con lo que Dios ha hecho de nosotros con su gracia.

Un orgulloso que se vuelve humilde porque se vuelve hacia Cristo: se ha vaciado de sí mismo. Un libertino que cambia de vida y domina sus pasiones: ha renegado de lo que era. Un avaro que renuncia a su avaricia, y se pone a distribuir sus riquezas en vez de acaparar las de otro: este, ciertamente, se ha vaciado. Sigue siendo él mismo como hombre, pero ya no es el mismo como pecador. Está escrito: «Así que los malvados se van, no queda ni rastro». Sí, porque una vez convertidos dejan de ser malvados, y no porque anulen su personalidad, sino porque renuncian al pecado que les hacía malvados.

Y nosotros nos vaciamos de nosotros mismos, renunciamos a nosotros mismos, cuando nos separamos de nuestro hombre viejo para tender hacia la vida nueva, a donde estamos llamados. Pensad cómo Pablo había renunciado a sí mismo hasta poder decir: «Vivo, pero ya no soy yo quien vivo». El perseguidor implacable estaba muerto, y el apóstol, el santo, había empezado a vivir. Dejemos decirle, sin embargo, de dónde le vienen las palabras inspiradas que proclama cuando enseña la verdad; Pablo añade inmediatamente: «sino que Cristo vive en mí». Lo que significa: con respecto a mí, he muerto a mí mismo, porque ya no vivo según la carne, pero soy un ser vivo, porque vivo en Cristo según el espíritu.

Dejemos, pues, que Cristo, que es la verdad, nos repita: «Si alguno quiere venir conmigo, que se niegue a sí mismo». Porque si no nos vaciamos de nosotros mismos, no podremos llegar a Aquel que está por encima de nosotros.

LA CARTA DEL ABAD


Querido Miguel:

«¡El tiempo!…, como si hubiese perdido el rumbo y la memoria. Aquel tiempo que se detenía eternamente en un atardecer, con sus colores, su silencio… o que dejaba que el agua golpeara la roca durante siglos, sin apremio, hasta acabar su obra; aquel tiempo que desaparecía en una sinfonía de Bruckner o en los poros de un lienzo de Rafael… ¿No tienes tú esa sensación de que ese tiempo ya no existe, o que nos lo han cambiado con el ritmo de la vida, en un acoso inhumano, de tal manera que cada día es más difícil detenernos, reflexionar? Tal es la sucesión de acontecimientos, tal la lluvia de mensajes que se descarga sobre nosotros».

Así es, Miguel. Lamentablemente. Vivimos en una sociedad que nos abruma con infinidad de mensajes y de acontecimientos que nuestra psicología tiene dificultad para asumir. Cada día nos falta más esa prudencia que da la verdadera sabiduría, una sabiduría que nos abre caminos para vivir la vida de cada día, con ritmo humano, un ritmo en sintonía con el mundo de la creación y su belleza y bondad, que nos envuelve como un manto precioso.

Añades que «hoy, el hombre espiritual no interesa, es un peligro». Yo quizás no iría tan lejos, y afirmaría o quizás mejor, me preguntaría si interesa el «hombre humano». Difícilmente podemos llegar al «hombre espiritual» si prescindimos del «hombre humano».

Pero para llegar y hacer posible este «hombre humano» es necesario otro ritmo de vida, un ritmo que vaya acompasado con el ritmo de la palabra, pero «de una palabra viva y eficaz, una palabra que penetra hasta lo profundo, una palabra que llega hasta el punto donde se dividen alma y espíritu». Es decir una palabra que llegue al corazón. Una palabra con otro ritmo, con otra sabiduría, pero esta palabra sólo puede venir desde otro corazón, desde otra interioridad.

Pero para sacar esta palabra desde la interioridad necesitamos estar atentos a nuestra propia interioridad. Necesito atención. La atención es una concentración, una tensión interior hacia un punto que nos puede proyectar en una tensión amable hacia un horizonte gratificante. Una atención que nos ayude a recoger el tiempo para sumergirlo en la sinfonía, o en la contemplación del lienzo. Una atención que está al servicio del movimiento de todo mi ser, y que provoca una conducta unificada. Con una atención más despierta más se unifica mi persona. Me hace más lúcido y consciente de mí mismo. La atención es el silencio ininterrumpido del corazón, de lo profundo de mi ser que me permite «sacar» y decir la palabra de prudencia y sabiduría. O simplemente una mirada de amor, como fue «la mirada de Jesús sobre el joven rico» que buscaba algo más que la compañía y disfrute de lo material.

Es muy difícil vender lo que tenemos cuando hemos dejado que el corazón se llene de todo ello; el corazón se acostumbra a ello y tiene el vértigo del vacío, el vértigo del silencio. Y este problema ya no se contempla únicamente en el joven rico, sino que está interiorizado en cada uno de nosotros, y no es fácil buscar caminos de sobriedad. En definitiva, otros caminos. Pero esto supone ir al encuentro de Jesús. Es un encuentro con él en los otros, en los pobres. No hay otros senderos. Dejarnos mirar por él, sostener su mirada. La suya es una mirada de amor, que llega a tocarnos el corazón, y a llenarlo en la medida en que lo vamos vaciando de lo superfluo.

Miguel, cuida el tiempo, tu tiempo. Un abrazo,

+ P. Abad

7 de octubre de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES


TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 27º del Tiempo Ordinario (Año B)

De los discursos de san Gregorio Nacianceno (PG 36,287-291)
Los fariseos, una vez más, ponen a prueba al Señor: «¿Es permitido dar a la esposa un documento de divorcio y separarse?» Una vez más, quienes leen la Ley, no entienden la ley. El les contesta: «Al principio, Dios los creó hombre y mujer». Comprendo que el problema que me he planteado hace referencia a la estimación y al honor de la castidad, y pide una respuesta humana y justa. Pero me doy cuenta que sobre este tema muchos están mal informados y obedecen una legislación injusta e incoherente. De hecho, ¿con qué fundamento esclavizaban a la mujer mientras eran tolerantes con el marido y lo dejaban libre? Si una mujer atentaba contra la fidelidad conyugal se vería obligada a expiar el adulterio con sanciones durísimas, y, en cambio, el marido adúltero, habría quedado absuelto de su infidelidad. ¿Por qué? Esta ley yo no la apruebo, no estoy nada de acuerdo con esta tradición.

Quienes establecieron esta ley eran hombres, y por eso esta ley fue dictada contra las mujeres. En cambio, la ley auténtica es equitativa. El creador del hombre y de la mujer es el mismo; el hombre y la mujer fueron hechos del mismo barro, los dos son formador o creados según la misma imagen. La ley es la misma, como lo es la muerte y la resurrección.

Por tanto, ¿con qué valor tú exiges una honestidad que, por tu parte, no guardas? ¿Cómo te atreves pedir lo que tú no das? ¿Cómo puedes fijar unas leyes diferentes para una persona que es tan digna de ser respetada como tú? Si te fijas en la culpa, pecó la mujer Eva, pero también pecó Adán. La serpiente sedujo uno y otro y los llevó a pecar. No se puso de manifestó que ella era más débil y él más fuerte. O ¿Prefieres fijarte en el aspecto de la salvación? Ambos fueron salvados por Cristo con su Pasión. Se encarnó a favor del hombre y de la mujer, y murió por ambos.

Me dirás, quizá, que Cristo fue proclamado descendiente del linaje de David, y sacarás como consecuencia, posiblemente, que la precedencia en el honor corresponde a los hombres. Ya lo sé. Pero, también nació de una virgen y, por tanto, el honor también vale para la mujer. Por eso dice: «Ambos forman una sola carne». Por tanto, si la carne es una sola, tiene la misma honra.

San Pablo, incluso con su ejemplo, da carácter de ley a la castidad. ¿Qué dice y en qué se fundamenta? Dice: «Es un misterio muy grande; lo digo de Cristo y de la Iglesia». Es bonito para una esposa honrar a Cristo en su marido. Y es bonito para un marido no despreciar la Iglesia en su esposa. «La mujer —dice— debe respetar al marido en atención a Cristo. Y el hombre debe sostener y amar la esposa, como lo hace Cristo con la Iglesia».

LA CARTA DEL ABAD


Querido Ramón:

«Cuando sueño, ¡sueño! Sueño con una realidad increíble, episodios de mi vida, de mi mujer, de mis hijos y amigos; algunas veces son deliciosos y otras, desagradables. Cuando me despierto adoro los primeros y olvido pronto los otros». Este es un párrafo hermoso de tu carta, en el que me he detenido con más atención, por varias razones: a pesar de tus 80 años tienes una mente joven, eres un soñador muy vivo; muchos de tus sueños giran alrededor de la vida familiar. Yo en diversas ocasiones he invitado e invito a soñar… Me parece un aspecto importante de la vida de la persona: ¡soñar!

Escribe el filósofo Ernst Bloch: «Si el hombre no poseyera capacidad de soñar no podría traspasar su propio horizonte y crear. La escisión sueño-realidad no es perjudicial siempre que el que sueña crea seriamente en su sueño, observe atentamente la vida, compare sus observaciones y sus quimeras, trabaje por realizar lo soñado. Los sueños son escasos en nuestro tiempo. La culpa la tiene lo cercano a lo concreto. Se trata de que se despierte en el hombre el hambre de plenitud, más allá de lo concreto material, y dejarse impregnar de este impulso hacia una plenitud. Hacia un Trascendente no alienador.» Estas palabras yo creo que tienen que ver con sueños, que suelen girar en torno a la familia, a la que contemplas como un factor clave para una regeneración de la vida y de los disminuidos valores de nuestra sociedad.

Por otra parte, uno escucha la palabra de Dios que nos revela el proyecto divino de que el hombre no esté solo, sino que forme con la mujer como ayuda inestimable una sola carne, una familia. Uno escucha que la voluntad de Dios es que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre… Y a continuación si se contempla la vida se observa que este proyecto divino tiene grandes dificultades para su realización. Que el divorcio, la separación, la rotura de lo que Dios ha unido, o la rotura de lo que Dios ya no unió está siendo «moneda de circulación normal».

Creo que se debe, en gran parte a que nos movemos a niveles muy de superficie en el ritmo de la vida. La persona no profundiza en los valores de su riqueza personal, en una sociedad por otra parte que pone empeño en que permanezca en esta ignorancia. Y cuando vivimos a nivel de superficie los lazos de toda relación personal son frágiles, y con facilidad llegan las rupturas. Por otra parte la plenitud se contempla en ese nivel superficial solamente en la línea de lo concreto, de la realidad material. Y esto embota fácilmente la imaginación y otras facultades de la persona.

Es necesario bajar a niveles más profundos de nuestra persona donde podemos descubrir que en el proyecto de Dios «santificador y santificados, Jesucristo y los hombres», proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos. Podemos descubrir, pues que el proyecto divino para la humanidad está ya arraigado en la condición humana. Y es desde aquí cuando puede nacer el hambre de plenitud, el despertar de la imaginación que abre a los caminos de una vida creativa.

Teilhard de Chardin decía: «el mundo sólo tiene interés hacia adelante», sí pero desde la profundidad de la persona que va despertando al hilo de sus sueños, y pone en juego su condición de imagen del que es, de alguna manera el primer gran soñador: Dios.

Ramón, hemos de soñar con esta realidad increíble. Un abrazo,

+ P. Abad