29 de enero de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 4º del Tiempo Ordinario

De la Carta de san Ignacio de Antioquia a Esmirna (1,4)
Doy gracias a Jesucristo por haberos otorgado gran sabiduría, he podido ver, en efecto, como os mantenéis estables e inconmovibles en vuestra fe, como si estuvierais clavados en cuerpo y alma a la cruz del Señor, y como os mantenéis firmes en la caridad, por la sangre de Cristo, creyendo con fe plena y firme en nuestro Señor, el cual procede verdaderamente de la estirpe de David, según la carne, es Hijo de Dios por la voluntad y el poder del mismo Dios, nació verdaderamente de la Virgen, fue bautizado por Juan para cumplir así todo lo que Dios quiere; finalmente su cuerpo fue verdaderamente crucificado bajo el poder de Poncio Pilato y del tetrarca Herodes (y de su divina bienaventurada pasión somos fruto nosotros), para, mediante su resurrección, elevar su estandarte para siempre a favor de sus santos y fieles, tanto judíos como gentiles, reunidos en el único cuerpo de su Iglesia.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Cristian:

Gracias por tu carta. Muy interesante. Pone de relieve una vida, la tuya, que se va orientando, desde tus 30 años, a un servicio generoso hacia los demás, sobre todo hacia los jóvenes, que necesitan hoy día tener referencias claras y exigentes que les ayuden a ser ellos mismos en una maduración humana y religiosa de su persona. Me dices: «Donde más veo el reflejo de su brisa (del amor del que me siento lleno) es en la labor que hago con los jóvenes: Desde hace años, me encuentro con jóvenes que se acercan a mí para preguntarme cuestiones sobre Dios. Para mí no son muchos, y nunca son suficientes, pero la verdad, sin querer pecar de soberbia, muchos, escuchándome, emprenden el camino de Dios, el camino de la oración, el camino de la Iglesia, el camino de la fe, y, a día de hoy, donde vuelco mi mayor pasión a Dios es en la ayuda a que el joven se encuentre con El, que comprenda que Dios le ama, que María nos coge de la mano y que juntos nos llevan al Padre. Que ese camino es seguro y fiable y que la felicidad en este mundo ciertamente no se la garantizo, pero sí en el otro».

Cristian, esa brisa del amor de la que te sientes lleno es lo que te da una fuerza en tu vida de servicio a otros. Yo diría también: lo que da autoridad. Y la autoridad es una palabra que tiene una relación íntima con la capacidad de engendrar, de dar nueva vida.

Es lo que hace Jesucristo en su enseñanza. «Por esto los judíos quedaban asombrados de su autoridad. Su enseñar con autoridad era nuevo». Jesucristo transmitía palabras de vida y de verdad. Porque Él estaba siempre movido por al amor del Padre. Y el amor siempre lleva el sello del servicio. A través del servicio de amor somos capaces de engendrar vida nueva, y nuevas esperanzas.

Y la vida cristiana es abrirnos y dejar que la enseñanza de este Jesucristo nos ilumine, que sus palabras llenen nuestro corazón. Y desde aquí dejar que se derrame desde el corazón el agua viva de una vida nueva, de una fe que puede saciar la sed de otros, como pones de relieve en tu carta.

Cristian ama y cuida ese servicio a los jóvenes. Sé generoso siempre en ese servicio amoroso. Desde un corazón en plenitud. Y llegará el momento en que te sentirás centrado por completo en el Dios que buscas, y que hoy te está ya bendiciendo.

No dejes de contemplar el silencio de Santa María. Ella siempre tiene en su regazo al Hijo. Y desde ella nuestra mirada resbala siempre hacia el Hijo.

Que en el silencio de Santa María escuches siempre la Palabra de su Hijo. Un abrazo,

+ P. Abad

26 de enero de 2012

SAN ROBERTO, SAN ALBERICO Y SAN ESTEBAN, ABADES DE CISTER

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Eclo 44, 1.10-15; Sal 149 1-6.9; Hebr 11, 1-2.8-16; Mc 10, 24-30

«Los santos Roberto, Alberico y Esteban, con otros compañeros, marcharon a Cîteaux para vivir su profesión monástica observando la santa Regla».

Con esta antífona empezamos el primer nocturno del Oficio de Maitines. Roberto, Alberico y Esteban con otros compañeros, 21 monjes en total, salen para Citeaux en el año 1098.

Son tiempos, estos del siglo XI, en que vuelve el ideal de los Padres del Desierto, buscando un compromiso mayor con la pobreza y la perfección; una oración más encarnada y menos espectacular que la que dominaba en Cluny; una vida más descentralizada. Una nueva sensibilidad que renunciando a instituciones decadentes buscan nuevas formas de vida religiosa…

Se diría que en la víspera de emprender el camino hacia el Nuevo Monasterio han hecho la lectio Divina con Mc 10,24-30, este evangelio que acaba de ser proclamado y que dentro de la secuencia evangélica del Joven rico que busca la vida eterna, plantea una fuerte exigencia, de superación, de maduración constante, en un camino de vida espiritual.

Los discípulos quedan asombrados ante las palabras de Jesús sobre la dificultad para quienes tienen riquezas, de entrar en el Reino. La aclaración de Jesús ante el asombro de los discípulos es hacer más compleja la dificultad: «más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico entre el en el Reino». Los discípulos acaban desorientados, sin saber qué decir.

Jesús cuando plantea la exigencia del Reino no rebaja esta exigencia sino que se afirma en ella, la subraya.

Podríamos pensar en otros textos evangélicos en lo que Jesús dialoga con diferentes personas, y sea cual sea la actitud de sus interlocutores nunca da un paso atrás en su exigencia de vida espiritual. Así, por ejemplo, el discurso del Pan de vida cuando los judíos protestaban acerca de cómo pretendía ser el Pan de vida y dar a comer su carne… Jesús acentúa más sus palabras, proponiendo más exigencia: «os aseguro que si no coméis la carne y la sangre de este Hombre no tendréis vida en vosotros. La obra que Dios quiere es esta: que tengáis fe en su enviado» (Jn 6). La obra que Dios quiere, que vivamos una relación íntima con Jesucristo, su enviado. Que tengamos fe en él.

«La fe es un anticipo de lo que se espera». ¿Y qué esperamos? Ver cara a cara a Dios. Aquí lo vemos por la fe, como en un espejo, y así vamos creciendo de claridad en claridad, como enseña san Pablo: «nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente, para reflejar la gloria del Señor». (2Cor 3,18)

Pero este crecer de claridad en claridad, transformándonos en su imagen, supone aceptar y asumir en nuestra vida las nuevas exigencias que nos pone la vivencia de la fe, el deseo de progresar en nuestra vida espiritual, de cumplir la voluntad de Dios.

Este es el camino de siguieron nuestros antepasados en la fe, y que hoy nos ha recordado la lectura de Hebreos. Y este es el camino de nuestros antepasados los santos padres de Cîteaux. Por la fe responden a la llamada de Dios. Por la fe reciben nuevo vigor para el camino de la vida, y dejar una nueva descendencia.

La vida en el Nuevo Monasterio no será fácil, sino extremadamente dura. Y mueren con fe sin llegar a recibir lo prometido, sino viéndolo y saludándolo desde lejos. Siempre con la nostalgia de un pasado, de una patria que han dejado, y suspirando, deseando una patria mejor, una nueva tierra de la promesa.

Esta fue la experiencia de Abraham, y aquellos primeros patriarcas de nuestra fe. Esta fue también la experiencia, muy dura, que vivieron nuestros santos padres.

«Hagamos, pues el elogio de estos hombres de bien», de estos hombres de Dios que nos abrieron un camino, que vivieron una experiencia que hoy sigue siendo un testimonio vivo para nosotros, una invitación a vivir unos valores que hoy son necesarios para nuestro tiempo. Celebremos pidiendo una fe viva, que nos haga dignos de ellos. Para que su recuerdo y el nuestro perduren por siempre. Y no se olvide nuestra caridad.

22 de enero de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 3º del Tiempo Ordinario

De la Constitución «Sacrosanctum Concilium», del Conc. Vaticano II, nº 7-8
Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa, tanto en la persona del ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes, el mismo que entonces se ofreció en la cruz, como, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Esta presente en su palabra, pues, cuando se lee en la Iglesia la sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, pues él mismo prometió: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

En verdad, en esta obra tan grande, por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa, la Iglesia, que invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre eterno.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Carmen:

Yo creo que el lenguaje del evangelio es preciso, claro. Por ejemplo cuando Jesús empieza su vida pública, lo hace con pocas palabras y gestos expresivos: «Convertíos, y creed la Buena Noticia». «Convertíos». Es un lenguaje claro: hay que dar la vuelta y volverse hacia otro horizonte. ¿qué horizonte?: el de la Buena Noticia. ¿Y cual es esta Buena Noticia? Una persona, Jesús de Nazaret. Que en otra ocasión dirá: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón».

Tú me dices en tu carta: «Siento que hoy necesita (la Iglesia) de otro lenguaje, con expresiones que lleguen a transmitir más comprensión y ayuda práctica, para conducir la vida en el día a día de cada momento, que hemos de asumir, para dar respuesta adecuada a la realidad humana que nos acompaña. Es preciso ser conscientes que las 7 familias (como yo llamó a los siete pecados capitales) están presentes y como fantasmas danzan constantemente en nuestro ambiente. No lo podemos ignorar, como tampoco podemos ignorar las siete virtudes que les acompañan. A menudo me pregunto como vivimos la ira, la soberbia…? Cómo hacer para alcanzar y experimentar la humildad, la templanza, la bondad».

Otro lenguaje, sí, pero más sencillo. Otro lenguaje, sí pero con menos palabras. Otro lenguaje, sí, pero con más gestos de vida.

La Iglesia, los creyentes, todos, nos movemos en la vida de cada día envueltos en muchas reuniones, muchos planes, documentos… ¿Qué hacer para llegar a los alejados, o a los jóvenes…? ¿qué hacer?, ¿qué hacer?

Nos preguntamos menos si dejo penetrar a Cristo en mi vida. Nos preguntamos menos si dejo que su Palabra resuene dentro, en mi corazón. Nos inquietamos menos si sus gestos van arraigando en mi vida, en mi corazón.

Es decir me tengo que preguntar si yo estoy vuelto hacia Cristo que pasa cada día. Si escucho su Palabra. Una Palabra que la sigue diciendo muy clara y fuerte, a través de los enfermos, de los pobres, de los desheredados y oprimidos de esta sociedad de privilegiados y excluidos. Cristo pasa cada día, y me trae una Buena Noticia. Pero no siempre mi buzón está abierto.

«Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón». Es la imagen del Cristo que hoy necesita contemplar nuestra sociedad. Y si esta imagen no se perfila en mi vida mediante esos valores concretos de mansedumbre, humildad, paciencia, bondad… la danza de esas 7 familias de pecados capitales nos envolverá en su música y danza infernal y neutralizará la escucha de la Buena Noticia.

Yo creo que necesitamos despertar nuestra capacidad de escucha. Escuchar la vida, las personas. Dejarnos mirar por ellas. Que esta mirada nos llegue al corazón. ¿Y, después?. Pues, quizás, intentar vivir lo que dice un filosofo de la alteridad: «desde el instante mismo en que el otro me mira, yo soy responsable de él… Y es que esta responsabilidad con el otro es anterior a cualquier compromiso».

Gracias, Carmen, por tu carta, que también llevaba aromas de jardín, perfumado con las olas del Mediterráneo, y sugerencias de paz para inquietar nuestro corazón. Un abrazo,

+ P. Abad

16 de enero de 2012

LECTIO DIVINA

Salmo 26[25]

1 Hazme justicia, Señor, que camino en la inocencia;
confiando en el Señor no me he desviado.

2 Escrútame, Señor, ponme a prueba,
sondea mis entrañas y mi corazón;
3 porque tengo ante los ojos tu bondad,
y camino en tu verdad.
4 No me siento con gente falsa,
no me junto con mentirosos;
5 detesto las bandas de malhechores,
no tomo asiento con los impíos.

6 Lavo en la inocencia mis manos,
y rodeo tu altar, Señor,
7 proclamando tu alabanza,
enumerando tus maravillas.

8 Señor, yo amo la belleza de tu casa,
el lugar donde reside tu gloria.
9 No arrebates mi alma con los pecadores,
ni mi vida con los sanguinarios,
10 que en su izquierda llevan infamias,
y su derecha está llena de sobornos.
11 Yo, en cambio, camino en la integridad;
sálvame, ten misericordia de mi.
12 Mi pie se mantiene en el camino llano,
en la asamblea bendeciré al Señor.

Ideas generales sobre el salmo

El salmo presenta un juicio de apelación. Un hombre, quizás un levita, acusado en falso, apela al tribunal de Dios en el templo. Viene a ser un acto de confianza en Dios juez. La conciencia no me acusa de nada grave, diría el acusado, pero a pesar de eso me someto al juicio de Dios.

La conducta se manifiesta en actos externos, que se pueden constatar, aunque siempre queda una zona escondida de actitudes, intenciones, que el hombre no logra conocer o dominar, y que ahora somete al juicio de Dios.

Prov 20,27 dice: «el espíritu humano es lámpara del Señor que sondea lo íntimo de las entrañas». Pero hay otros: Prov 16,2: «a uno le parece limpia su conducta, pero es el Señor quien pesa las conciencias». Prov 21,2: «al hombre le parece recto su camino, pero es Dios quien pesa los corazones». O el salmo 19,13.

Presenta el perfil de los malvados con varios nombres: perversos, mentirosos, malhechores… El perfil del salmista podría sonar como autosuficiencia, pero el conjunto no da esta impresión. Su protesta más bien es la necesidad de que su conciencia sea refrendada por Dios. Quizás se refiere más a una honradez sustancial, sin delitos graves.

Un texto paralelo podría ser 1Cor 4,3-4

Esta purificación previa es necesaria para participar en el culto.

Leer

Hacer una lectura del salmo a la luz de las ideas generales, considerando cómo viene a ser tu propia conducta como persona religiosa. Considera también los adversarios, o circunstancias, que te acechan en tu vida de fe. Situaciones positivas o negativas que te lleva a vivir, una vida de confianza en el Señor.

Meditar

v. 1 Empieza mostrando la confianza en el Señor, que no se apoya en su conducta, sino que, fiel a la Alianza, se fía de Dios. Por eso no se ha desviado. «…seguro que te libraré y no caerás a espada, salvarás tu vida, porque confiaste en mi» (Jer 39,18) La fe es una confianza plena en Dios fruto de una relación personal viva, y consciente de que sin él nada podemos hacer. «El que se fía de si mismo es un necio». (Prov 28,26) Son muchos los textos de la Escritura que nos hablan de la confianza en Dios: Sal 12,6; Sal 21,5-6; Sal 35,11; Is 42,6-9; Is 51,1-2.

«Quien piensa rectamente de Dios y le busca con un corazón sencillo, a éste Dios se le muestra como se mostró al ciego de nacimiento» (San Cirilo de Alejandría)

v. 2 Al hombre solo puede juzgarlo Dios, que conoce su interior, un espacio a donde no llega nunca la mirada humana: «No te fijes en las apariencias… Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón» (1 Sam 16,7). Por esta mirada parcial, superficial, es por lo que el hombre no debe juzgar, ni siquiera a sí mismo. Más bien tener la preocupación de abrir el corazón. De tener la mirada inclinada hacia el espacio interior donde «se mueve» Dios (cf. Sal 138).

v. 3 La bondad de Dios se ha manifestado en su misterio revelado en la Palabra. Aquí encontramos la verdad auténtica del hombre y de Dios. Y meditando esta Palabra asiduamente, nuestros pasos tienen siempre la luz del Señor. Así afirma Eusebio de Cesarea: «Yo tengo siempre ante ojos tu misericordia, y me esfuerzo por ser leal a Ti». O como comenta Paul Claudel: «tengo un espíritu grande abierto a tu Verdad».

v. 4-5 Los verbos «sentarse» y «caminar» nos recuerdan también el salmo 1. Quien camina bajo la luz del Señor, de su Palabra, pone su vida siempre a la luz del día. Dice Isaías: «¡Ay de los que ocultan sus planes para sustraerlos al Señor! Actúan en la oscuridad y dice: nadie nos ve, ninguno se entera» (29,15). Prov 22,17s nos invita a «escuchar las sentencias del sabio, y guardarlas…»

v. 6-7 Referencia al culto que aparece con cierta profusión: ritos, palabras, actitud; lavatorio y procesión, alabanza y relato, amor a la casa de Dios. Es la invitación de Isaías: «Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestra malas acciones. Dejad de obrar el mal y aprender a obrar el bien» (1,16).

Escribe san Cirilo de Jerusalén: «las manos son el símbolo de la acción; al lavarlas sugerimos la pureza de nuestros actos». Necesitamos de esta purificación para volvernos a entablar un diálogo con Dios. Es un rito con el que algunos días comenzamos la Eucaristía.

v. 8 La belleza de esta casa la contemplamos en el mundo de la creación; la belleza de esta casa Dios la quiere también en el corazón del hombre. La belleza es un indicio de la presencia de Dios, que se ha manifestado de una manera especial en nuestra naturaleza asumida por el Verbo de Dios. En este sentido escribe Juan Pablo II en su Carta a los Artistas: «El desarrollo de la belleza ha encontrado su savia en el misterio de la Encarnación. En efecto, el Hijo de Dios, al hacerse hombre, ha introducido en la historia de la humanidad toda la riqueza evangélica de la verdad y del bien, y con ella ha manifestado también una nueva dimensión de la belleza, de la cual el mensaje evangélico está repleto» (nº 5)

v. 9-10 El salmista pide no verse envuelto con los pecadores. «Que no destruya el inocente con el culpable, lo cual no es propio de Dios» (Gen 18,24). «Dios no quiere que nadie perezca, quiere que todos tengan tiempos para enmendarse» (2Pe 3,8s).

v. 11 El salmista al decir esto no se apoya en sí mismo sino en Dios, por ello le pide que tenga misericordia de él. En esta línea se expresa san Pablo: «Si de algo estamos orgullosos es de que nuestra conciencia nos asegura que nos hemos comportado e todo lugar…con la sencillez y sinceridad que Dios nos ha dado, es decir, que nuestro comportamiento ha sido fruto de la gracia y no de la humana sabiduría» (2Cor 1,12).

«Quien pronuncia estas palabras (v.11) guarda con amor la paz de su alma», dice Orígenes.

v. 12 «Tener firmes los pies» es una expresión de seguridad total, especialmente interna. «Me levantó de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca y aseguró mis pasos» (Salm 40,3). Es la seguridad que encontramos en Dios, y no en nosotros mismos. Por ello conviene recordar la Escritura: «El que crea estar firme, tenga cuidado de no caer» (1Cor 10,12)

Orar

«Hazme justicia, Señor, pero enséñame a obrar con justicia;
sondea mi corazón, pero hazme atento a tus movimientos
en mi corazón.
Me acerco a tu altar para proclamar tus alabanzas,
ábreme los labios para contar tus maravillas.
Sedúceme con tu belleza, la belleza del Crucificado,
que camine cada día bajo la luz de la Belleza
y mi boca te bendiga, y cante la gloria y belleza de tu nombre.
Porque Tú eres bueno y amigo de los hombres. Amén».

Contemplar

En la soledad, y en el silencio, deja que vengan a tu mente los puntos del salmo que más conmovieron, e intenta detenerte en ellos.

15 de enero de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 2º del Tiempo Ordinario

De la Regla monástica de san Basilio (2,1)
El amor de Dios no es algo que pueda aprenderse con unas normas y preceptos. Así como nadie nos ha enseñado a gozar de la luz, a amar la vida, a querer a nuestros padres y educadores, así también, y con mayor razón, el amor de Dios no es algo que pueda enseñarse, sino que desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre es depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla, que encierra en sí misma la facultad y la tendencia al amor. Esta fuerza es cultivada diligentemente como una semilla y nutrida sabiamente en la escuela de los divinos preceptos y así, con la ayuda de Dios,, llega a su perfección…

Y me pregunto, ¿qué hay más admirable que la belleza de Dios? ¿Puede pensarse en lago más dulce y agradable que la magnificencia divina? ¿puede existir un deseo más fuerte e impetuoso que el que Dios infunde en el alma limpia de todo pecado y que dice con sincero afecto: Desfallezco de amor? El resplandor de la belleza divina es algo absolutamente inefable e inenarrable.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Diego:

En tu carta que rezuma poesía me dices: «Hay saludos que, solo el recuerdo, encogen y dañan el corazón. Otros son bálsamos de gozo, luz y consuelo. Unos con su pintura nos dejaron un saludo que es un baño de luz; otros, será un saludo eterno de piedra fraternal; en otros el saludo es una invitación a buscar nuevas formas de convivencia».

El saludo es un gesto, una sonrisa, una palabra… que se da en una relación entre personas, conocidas o también desconocidas. Un primer paso en el abrir el misterio de mi persona a otra persona.

Yo diría que mediante el saludo abrimos la puerta de nuestro misterio personal al otro. Rechazar o negar el saludo, viene a ser un rechazar y negar la relación con el otro. Este otro no nos interesa o lo sentimos como un peligro para nosotros. El negarlo o rechazarlo nos lleva a replegarnos sobre nosotros, y así recortamos el horizonte de nuestra vida que por sí misma es abertura, comunicación.

¿Qué dejamos, hoy, nosotros con nuestro saludo? Yo diría que una huella débil. A tono con la debilidad u superficialidad de nuestra vida. Yo creo que nos es fácil distribuir en un encuentro saludos, decir una palabra, tener un gesto con muchos, pero esto solo no basta. Necesitamos entrar a través de esta puerta del saludo y mostrar más hondura de nuestra vida, y recibir vida profunda del otro. Esto solamente es posible cuando nuestro océano interior está en calma, pacificado. Y, además, que me interese el misterio personal del otro.

La palabra debe ser un camino de pacificación. Pero ¡decimos tantas palabras!

Diego, yo te diría que a mi me impresiona el saludo de Jesús. Jesús de Nazaret debió aprender de su madre María a decir pocas palabras. Pocas y sabrosas palabras. Palabras envueltas en silencio, como las palabras de esta madre única.

¿Cómo es el primer encuentro de Jesús con sus discípulos? Lacónico en gestos y palabras. «Dos van en pos de Jesús, éste se vuelve y les dice: —Hola, ¿qué buscáis? —¿Dónde vives? —Venid y lo veréis. Y se quedaron con él todo el día».

Un saludo breve, un compartir unas horas, y comienza una profunda amistad. Es el misterio de la palabra y de la vida de una persona. Aquí se trata de Jesús de Nazaret.

Pero, Diego puede tratarse de ti, o de mí o de otros que ponen en juego, con sabiduría, su vida con el valor de la palabra.

Hay otro momento clave en la vida de Jesús de Nazaret y de sus amigos. Después de resucitar, cuando están éstos desconcertados, se presenta y le saluda: «¡La paz con vosotros!» Y repite: «Paz!» Y este saludo les llena de alegría. Y volvería a tener un nuevo coloquio con ellos. Este saludo, un saludo de una única palabra, es la puerta para que aquellos amigos de Jesús salgan y se jueguen la vida por él.

Diego, debemos llevar saludos que lleven luz y consuelo. Que pacifiquen el corazón. Saludos que nos lleven a otras formas de convivencia. Quizás necesitamos abreviar nuestro diccionario, y abrir el corazón a horizontes más amplios.

Tenemos capacidad para esto. Diego sé breve en tu saludo y profundo en tu silencio. Un abrazo,

+ P. Abad

8 de enero de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA NAVIDAD
Epifanía del Señor

San Bernardo, Sermón 1 sobre la Epifanía del Señor
Ha aparecido la bondad de Dios y su amor a los hombres. Dios colma de gozo nuestro ánimo en esta peregrinación, en este exilio y miseria. Trato de recordaros estas cosas, para que nunca olvidéis que sois peregrinos.

Todo el que ignora la desolación, es incapaz de conocer el consuelo. Quien desconoce la necesidad del consuelo, es indicio de que no tiene la gracia de Dios. Por eso los hombres del mundo, enzarzados en negocios y caprichos, no sienten su miseria ni piensan en la misericordia. Aplicaos a encontrar el consuelo espiritual. Acoged el socorro que viene de arriba. Ha aparecido la bondad de Dios y su amor a los hombres. La misericordia del Señor dura siempre.

Ved aquí vuestra paz; no ya como promesa, sino en efectivo; tampoco diferida, sino dada. Aquí tenéis ese enorme saco de misericordia que Dios Padre envió a la tierra. Un niño se nos ha dado, pero habita en él la plenitud de la divinidad. Al manifestarse Dios hecho hombre, no puede esconder su amor. ¿Hay algo más conmovedor que la Palabra de Dios, hecha heno por nosotros?

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Luisa:

Me dices en tu carta que «mi felicitación para ti van a ser silencios, del color de la esperanza». Verdaderamente el silencio es una buena felicitación. El silencio es un camino de felicidad. La felicidad es un estado de ánimo positivo, en el cual uno se encuentra bien, a gusto, porque se posee un bien, o estás en unas circunstancias que dan sentido y sabor a tu vida, o en camino de conseguirlo. En esperanza. Yo creo que estar en camino, estar caminando, es felicidad. Porque ya posees en tu corazón lo que buscas, lo que te hace caminar. «La esperanza no defrauda, porque el amor que Dios nos tiene inunda nuestros corazones» (Rom 5,4). Y es este amor el que nos mueve a hacer camino. Lo podría decir con otra frase: «Busco a Dios, porque ya lo he encontrado. Y esta experiencia me llena, da sentido a mi existencia».

Pero además me das otra motivación: «apareció la bondad, ternura y el amor de Dios en Jesús» (Tit 3,4). Apareció en el silencio de la noche. Apareció en el silencio de la noche de los hombres. Aquella noche que empieza a iluminar la luz del Bautista. Una luz que irá apagando mientras irá creciendo la de Jesús. Una luz que viene para la noche de las naciones; una luz que viene para la noche de los ciegos, para la noche de los cautivos.

Una luz que viene para nuestras noches, pero debo aceptar el silencio de la noche. Esto no siempre es fácil. Porque no aceptamos la noche, a no ser que sea una noche de fiesta, de música y danza. Noches que no saben del silencio.

Es preciso aceptar la noche. La noche silenciosa. Hay una gran variedad de noches silenciosas en la vida de los hombres. Es preciso aceptar la noche silenciosa, esa noche, cuyo silencio te pone ante ti mismo. Ante tu pobreza, tu vacío. Pero también ante tu esperanza. Es necesario entrar en esta caja del silencio, donde solamente esa palabra, esperanza, como fino cuchillo, abre una rendija a la luz. Por aquí volverá a aparecer la bondad, la ternura y el amor de Dios, porque Dios siente el vértigo ante el vacío humano. Dios es todo. Es todo bondad, todo ternura, todo amor; no puede derramarse sino en un vacío total. Este Dios celoso que no tiene rival. Igual que en un principio todo era caos informe, vacío, y su Palabra derramada empieza a ser luz, sonido, vida, también ahora, en el caos de una vida humana informe, vacía, vuelve a derramarse como bondad, ternura y amor.

Mª Luisa, yo diría que nosotros los amigos de Dios, un Dios que abre y ofrece su amistad a todos los hombres, estamos llamados a preparar los caminos. Llamados a hacer muchos silencios, y también a practicar mucho esa bondad, ternura y amor, que llevan el sello de Dios. El corazón de todos los hombres lleva el sello de Dios. Pero no todos timbran la carta. Un abrazo,

+ P. Abad

6 de enero de 2012

EPIFANÍA DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 60,1-6; Salm 712.7-13; Ef 3,2-3.5-6; Mt 2,1-12

Fiesta de Epifanía, llamada, más popularmente de los Reyes Magos, y unida a todo un festival de regalos y cabalgatas. Ha escrito alguien: «A partir de una cierta edad las cosas que pediríamos a los Magos ya no te las pueden traer, porque no caben en paquetes y no se encuentran en las tiendas. El tiempo no se detiene ni va hacia atrás, los que marchan ya no vuelven, lo que ha pasado no se borra».

¿Qué traen hoy los Magos? Una pregunta, con una Buena Noticia: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Hemos visto su estrella y venimos a adorarlo».

¿Cómo reacciona Jerusalén? Se sobresaltó, se inquietó profundamente. Primero el poder político. Herodes. El poder político no adora sino el poder por el poder. Por eso la primera determinación de Herodes será suprimir a este nuevo rey.
Después el poder religioso. Los sacerdotes y letrados. El poder religioso no adora a ningún otro poder. El poder religioso, es solo y únicamente servicio, o es poder demoníaco. Por eso cuando llegue el momento cumbre de su manifestación lo clavaran en una cruz. Y buscaran arrancar hasta el letrero de la cruz, que manda colocar el gobernador romano.

Dice san Bernardo: «Nada raro que se turbe Herodes, que se sobresalte, imaginándose un sucesor. Lo extraño es que se sobresalte con él Jerusalén, la ciudad de Dios, que es visión de paz».

El poder se siente bien en el poder. No quiere que le turben en sus sueños de más poder, de más seguridad. El tiempo, en ocasiones, sí que parece detenerse, que vuelven tiempos pasados, y el hombre continúa teniendo sueños. El poder político no quiere que le molesten en su camino, a la conquista de un poder más absoluto. El poder religioso no necesita, no quiere vuelta del Mesías. Me pregunto: ¿cuál será el espíritu con que el poder religioso dice cada día: «Padre nuestro… venga a nosotros tu reino?»

El poder político y el poder religioso solo pueden traer más crisis. Como la que está sufriendo esta sociedad, o sufrirá más fuerte todavía. Donde unos detentan cada día más dinero, más poder, y otros más pobreza y desamparo.

Esta sociedad, difícilmente puede aceptar el regalo de los Magos. Difícilmente puede aceptar la Buena Noticia que traen: hemos visto la estrella del nuevo rey y venimos a adorarlo.

El hombre actual cada día se atrofia más para descubrir a Dios. Se hace «incapaz de Dios». Cuando sólo busca o se conoce el amor bajo formas degeneradas, cuando la vida está movida exclusivamente por intereses egoístas de beneficio o ganancia, algo se seca en el corazón. Son muchos, hoy, los que están envejecidos prematuramente, endurecidos por dentro, sin capacidad de abrirse a Dios por ningún resquicio de su existencia, caminan por la vida sin la compañía interior de nadie. Este «endurecimiento interior» es el mayor peligro para el hombre moderno. Entonces deja el hombre de alzar sus manos hacia la estrella. El hombre se hace incapaz para adorar, amar, venerar.
Esta incapacidad para adorar a Dios se apodera también de muchos creyentes que sólo buscan un «Dios útil». Sólo les interesa un Dios que sirva para sus proyectos privados o sus programas socio-políticos, o sus intereses religiosos personales.

Pero no solo se anuncia, se manifiesta, hoy, el Mesías, sino que con Él viene otro regalo añadido: que a nuestra casa se añaden los gentiles, los extraños, los lejanos. Con el Mesías viene la invitación a todos los pueblos. Con este programa no contaban los sacerdotes y letrados. Un Mesías universal, sin fronteras, es incómodo. Lo fue entonces y lo sigue siendo ahora. Nos quita niveles de seguridad, de tranquilidad. Pero deberíamos saber que el mismo Cristo trae el programa para que la cosa funcione: Él mismo es reconciliación, es unidad. Sin ésta el compiuter no funciona.

Esta fiesta vendría ser una invitación a crear redes, redes de solidaridad, de organización social y económica justa. Invitación a poner en juego el corazón y la imaginación para contribuir a diseñar un mundo nuevo. De lo contrario perderemos la estrella. Y no llegaremos a encontrar al Salvador, que quiere manifestarse a todos los pueblos.

1 de enero de 2012

SOLEMNIDAD DE LA MADRE DE DIOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Num 6,22-27; Salm 66,2-8; Gal 4,4-7; Lc 2,16-21

«María, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Esta expresión aparece varias veces en el evangelio, referida a Santa María. Ante el misterio de Dios que se le iba manifestando en su hijo Jesús, y ante el cual tenía una actitud de abertura y receptividad, lo vivía con este talante: contemplar la vida, reflexionarla, meditarla, y por último guardar en el corazón, esperando la luz plena del misterio de Dios.

«María, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». El ritmo de la vida no ayuda a tener este talante. Porque el hombre, hoy, apuesta por otros ritmos. Incluso en la vida monástica hay un ritmo que no siempre es este ritmo de santa María. Y sin embargo nuestro ritmo, el de un cristiano normal, y mucho más el ritmo de la vida del monje debe ser éste: «María, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Esperando que el Misterio de Dios se manifieste en el corazón y se imponga con su fuerza de luz, sabiduría y vida nueva.

Lo apuntaba en su mensaje de Navidad a nuestras comunidades el Abad General, cuando afirma que tiene la impresión de que falta más dedicación a la escucha y meditación de la Palabra.

Esta fue la tarea principal en la vida de María: la meditación de la Palabra y el guardarla en el corazón. Es lo que hace decir a Jesús cuando escuchándole a él alaban a su madre: «Dichosos lo que escuchan la Palabra y la guardan».

La Palabra de Dios, la Palabra revestida de nuestra naturaleza, Cristo, el Verbo encarnado, es el camino de nuestra paz. En el camino de esta experiencia necesitamos esta compañía, esta referencia, esta maestra, esta madre. De ella que «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón», tenemos necesidad para saber guardar la Palabra en el corazón y dejar nacer la Paz en el corazón. Que en él arraigue con fuerza el misterio de amor de Dios. En definitiva, es el nacer de Cristo en nosotros. En esto incide Benedicto XVI en su mensaje para el día de la paz: «Los cristianos creemos que Cristo es nuestra verdadera paz: en Él, en su cruz, Dios ha reconciliado consigo al mundo y ha destruido las barreras que nos separaban a unos de otros (cf. Ef 2,14-18); en Él, hay una única familia reconciliada en el amor».

Cristo será nuestra paz, si vivimos en una permanente tarea de reconciliación. Esto es una llamada a la escucha como una preparación del corazón para la meditación y la guarda en el corazón. María es la maestra y madre por excelencia; por eso dice los Santos Padres que engendra a través del oído. Así escribe san Efrén:

«Por la oreja nueva,
aquella de María,
ha entrado la Vida
y ha dominado todo».

El Espíritu del Hijo de María ya está en nuestro corazón, como nos enseña san Pablo. Y «clama en nosotros: ¡Padre!» Luego, comportémonos como hijos, no como esclavos. Comportarnos como hijos es vivir con la libertad que nos sugiere este Espíritu de Jesús, que impulsa siempre a obrar como Él obró. Y con su Palabra escuchada viene su bendición, que supone una nueva creación en nuestro interior, una nueva vida hacia fuera. Una vida que lleva el sello del amor de Dios.

Con este sentimiento deberíamos empezar a vivir este nuevo año que el Señor nos ha regalado. El Papa también se pregunta acerca de cómo mirar este nuevo año y nos dice: «En el salmo 129 [130] encontramos una imagen muy bella. El salmista dice que el hombre de fe aguarda al Señor "más que el centinela la aurora" (v. 6), lo aguarda con una sólida esperanza, porque sabe que traerá luz, misericordia, salvación. Esta espera nace de la experiencia del pueblo elegido, el cual reconoce que Dios lo ha educado para mirar el mundo en su verdad y a no dejarse abatir por las tribulaciones».

En nuestra oscuridad, no dejemos de esperar la aurora de la que habla el salmista. Pero con el espíritu de María, que «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Y el Señor bendecirá tu vida en este nuevo año 2012.