28 de abril de 2011

LECTIO DIVINA

Salmo 117[118],1-18
1 Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
2 Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
3 Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
4 Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.

5 En el peligro grité al Señor,
y me escuchó poniéndome a salvo.
6 El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
7 El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.
8 Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
9 mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.

10 Todos los pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
11 me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;
12 me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en las zarzas,
en el nombre del Señor los rechacé.
13 Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
14 el Señor es mi fuerza y mi energía
él es mi salvación.

15 Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
16 «La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa,
la diestra del Señor es poderosa».

17 No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
18 Me castigó, me castigo el Señor,
pero no me entregó a la muerte.

Ideas generales sobre el Salmo

En el conjunto del salterio, este salmo concluye la «alabanza» o «Hallel» (Sl 112-117) que cantan los judíos en las principales solemnidades, y que cantaron también Jesús y sus discípulos, después de la Última Cena. Este salmo viene a ser una liturgia de acción de gracias. Muchos salmos son litúrgicos; pero no son liturgia. Lo peculiar de este salmo es que el texto contiene elementos propios de una ejecución litúrgica. La ejecución litúrgica configura el texto con sus repeticiones, alternancias de solo y coro, cambios de persona. Este salmo tiene un texto que pide ser ejecutado en movimiento. Ningún otro salmo del salterio tiene huellas tan claras de ejecución litúrgica.

El contenido es una acción de gracias individual. Recuerda una situación difícil, casi desesperada, en la cual pide ayuda al Señor. Es escuchado. Por ello quiere dar gracias a Dios públicamente, y contar todo lo que hizo su Dios. La acción de gracias o el relato son coreados por la asamblea, que ensalza cualidades del Señor, o pondera el valor de la confianza. La acción de gracias e lo que provoca las intervenciones del coro. «Este salmo —dice Schökel— tiene bastante de cantata».

El salmo no concreta en ningún individuo. Se describe el peligro con imágenes generales: enemigos, que pueden ser internos o externos. Los que desprecian al personaje se presentan como arquitectos que no valoran de una piedra. Se ha buscado una referencia histórica del salmo: consagración del templo (515 a C. a la vuelta del destierro), reconstrucción de las murallas (444 a C.), victoria de Judas Macabeo (164 a C.), o alguna festividad litúrgica.

Protagonista

Quien habla en primera persona es un individuo principal, reconocido por la comunidad que ha superado con la ayuda de Dios un peligro grave, y viene a dar gracias públicamente. En torno a él se agrupan otras personas. Históricamente el personaje puede ser un rey, si estamos en tiempos de la monarquía. O el pueblo repatriado, representado en el salmo por el protagonista de manera individual.

Organización del Salmo

v. 1-4 Introducción, exhortando al pueblo a dar gracias por la bondad eterna de Dios. La persona que representa al pueblo se dirige a tres grupos distintos, que representan la totalidad del pueblo, para que respondan con la aclamación: «¡porque es eterna su misericordia!». El pueblo se reúne con una convicción: el amor del Señor no se agota nunca.

v. 5-18 El cuerpo del salmo. Intervenciones del salmista intercaladas con aclamaciones del pueblo. La intervención del Señor que despierta la confianza del pueblo. La respuesta del pueblo confirma que el Señor no traiciona esa confianza. El salmista vuelve a describir el conflicto (10-14) que se hace más dramático. El Señor salva. El pueblo manifiesta su alegría y elogia la diestra fuerte del Señor (15-16). Finalmente el salmista habla de una vida consagrada a narrar las hazañas del Señor.

Lee

Una primera lectura en voz alta de esta primera parte del salmo que acaba (en la parte final) como empieza: «invitando a dar gracias a Dios porque es bueno». «Es el salmo pascual por excelencia». Es un salmo para rezarlo o cantarlo recordando desde un principio las maravillas de Dios. Mientras lo lees, con sosiego, recuerda las maravillas de Dios con su pueblo, que nos cuenta la Biblia; sus maravillas en la vida de la Iglesia, durante 20 siglos; o las que ha hecho en tu propia vida, los gestos de amor que ha tenido contigo. En la vida cristiana siempre es un punto clave el RECUERDO, la MEMORIA. Recordar las bondades de Dios. Recordar su Palabra; de aquí lo interesante de aprender los salmos de memoria, o las partes más interesantes. «La memoria es un elemento fundamental en el progreso espiritual». Y sobre la base de dicho recuerdo, vivir después la tensión y las luchas de la vida, y experimentar de nuevo la fuerza y la bondad del Señor que salva. Este es un salmo para vivir la experiencia de la resurrección que culmina toda la vida de Jesús, y que debe acompañarnos y culminar la nuestra.

Haz una segunda lectura, silenciosa, deteniéndote en cada uno de sus diapsalmas, buscando la sintonía con los sentimientos de Cristo, desde las circunstancias concretas de tu vida, como nos enseña San Pablo: «Tened los mismos sentimientos de Jesucristo» (Fl 2,59).

Medita

Relee la primera estrofa bajo una óptica eucarística. Ella nos invita a la acción de gracias. Viene a ser como un invitatorio a vivir lo que tiene que ser habitual en la vida cristiana: Una vida que canta agradecida la alabanza desde la conciencia de la misericordia divina. Nuestra acción de gracias más plena es la Eucaristía. Empieza siempre la Plegaria Eucarística: «Levantemos el corazón. Lo tenemos levantado hacia el Señor. Demos gracias al Señor Dios nuestro. Es justo y necesario».

Porque es el amor de Dios por nosotros; nuestra correspondencia amorosa a Dios. La vida cristiana es entrar en este dinamismo amoroso de un Dios comunión, de un Dios Trinidad, que ha hecho, hace y seguirá haciendo sus maravillas en nuestra vida.

Lee la segunda estrofa. Puedes pensar en las angustias de Cristo en su Pasión; en las angustias de Cristo en la Pasión de tantos hombres, mujeres y niños de hoy (la angustia, muy actual hoy, es experimentar que la vida nos ahoga, nos oprime, nos quita el aire para respirar, el espacio para vivir). Lee, si es necesario, de nuevo, «refugiando» tanto dolor. El Señor escucha la oración del que suplica, «ampliando el espacio» deshaciendo la angustia, experimentado la alegría de quien se fía del Señor.

Y no renuncies a vivir esta experiencia en la debilidad como enseña Pablo: «la fuerza se realiza en la debilidad. Estoy contento en la debilidades y angustias por Cristo; pues cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12,9ss).

Lee en otro tiempo la tercera estrofa. Nos cuenta el ataque en masa de las naciones contra el Protagonista principal del salmo: JESUCRISTO. Puedes pensar en la liturgia de Viernes Santo cuando pone en boca del Dios hecho hombre: «Pueblo mío! ¿Que te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme».

Y Dios va recordando a su pueblo todos los beneficios de liberación a lo largo de la historia, empezando por el éxodo de Egipto. Piensa en Cristo, como el primero a quien se aplica este salmo. Puedes pensar en muchas situaciones de la Iglesia a lo largo de la Historia; y también hoy, en que ha sido agobiada por el sufrimiento. Piensa en tu propia vida, en momentos de prueba, de dolor. Pero al recitar o al vivir este salmo mira al Modelo, a Cristo. Y atiende a cómo vives lo que te dice S. Agustín: «¿Quienes caen al ser empujados? Los que quieren ser para sí mismos su fortaleza y su alabanza. Aquel de quien el Señor es fortaleza y alabanza no cae, como no cae el Señor. Se hizo para ellos salvación, no porque no lo fuera ya, sino que al creer en El se hicieron lo que no eran».

En la cuarta estrofa empieza el canto de victoria. Léela pausadamente juntamente con las dos precedentes, pensando o contemplando la Cruz y dejando oír de nuevo los ecos de la liturgia del Viernes Santo: «¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida, empieza con un peso tan dulce en su corteza! Y así dijo el Señor: ¡Vuelva la Vida y que el Amor redima la condena! La gracia esta en el fondo de la pena, y la salud naciendo de la herida».

Repasa sosegadamente estas estrofas pensando en la victoria de Cristo. Ella es tu victoria. Su Cruz quiere reinar en ti. Del centro de tu sufrimiento nacerá la alegría, De la pena nacerá el gozo. La salud esta naciendo de la herida, por eso la Iglesia canta. Y tú, que eres Iglesia, puedes cantar: «Victoria, tu reinarás. Oh Cruz tu nos salvarás».

Repite el canto de victoria. Repite, como rumor de aguas vivas o como rugido de tormenta, esta Palabra de vida. Palabra que es eficaz y cumple lo que dice: «Cantos de victoria, diestra poderosa, no morirás, vivirás». Fíate. Abandónate a los sentimientos de esta Palabra, de este salmo, y, ya ahora, empezarás a vivir esto que nos dice San Agustín: «La diestra del Señor me ensalzó. Gran proeza es ensalzar al humilde, deificar al mortal, perfeccionar al enfermo, dar la victoria al que sufre y auxilio en la tribulación para que se haga patente en los afligidos la verdadera salvación de Dios».

Abre tu corazón a la Palabra, mira a Cristo.

Ora

La oración de Cristo en la tribulación es poner su dolor ante el Padre: «Si es posible pase de mi este cáliz». «En tus manos pongo mi espíritu». Una oración breve, intensa, como la vida misma que esta viviendo. La voluntad del Padre. Sus testigos, sus mártires, a lo largo de la historia, hicieron lo mismo. Por eso dice S. Agustín que «Cristo es la gloria de los bienaventurados mártires en todas partes. Venció azotando a quienes herían, soportando a los impacientes y amando a los crueles».

Repasa el salmo con esos mismos sentimientos de Cristo, con el talante de tantos testigos de la misma fe que la tuya, y sintiéndote en la presencia e Dios.

Contempla

Permanece en silencio. Si te viene la distracción combátela volviendo tu atención a alguna palabra del salmo. Y vuelve al silencio dentro de ti. Déjate mirar en profundidad por Dios. La sonrisa de Dios dejará su paz dentro de ti.

Escribe

Escribe algunos pensamientos de acción de gracias a Dios desde lo que has meditado en el salmo. O haz tuyo el dolor de Cristo y de la Iglesia en tantos lugares del mundo, y lleva a la presencia de Dios tanto dolor y sufrimiento con algunas breves oraciones.

24 de abril de 2011

DOMINGO DE PASCUA: LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

SANTO DÍA DE PASCUA
MISA DEL DIA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 10, 14.37-43; Salm 117,1-2.16-17.22-23; Col 3,1-4; Jn 20,1-9

Hoy se nos abren las puertas de la eternidad. «La luz verdadera vino a su casa, pero los suyos no la recibieron. Pero a los que la recibieron los hizo capaces de ser hijos de Dios» (Jn 1,11). Pero será una criatura humana, Santa María la que abrirá de par en par la casa de la humanidad a Dios. «Santa María que será —como escribe san Bernardo— el mejor regalo que la humanidad hará a Dios». Esta puerta abierta permitirá a Dios revestirse de nuestra naturaleza humana. Y Dios después de este primer gesto de amor de su encarnación, de su entrada en nuestra casa, para hablarnos, con la palabra y el gesto, en nuestra propia lengua, «pasará —afirma san Pedro en su primera predicación del Kerigma— con la fuerza del Espíritu Santo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo». Pero este nuevo gesto de amor de Dios en Jesús será rechazado y lo colgarán de la cruz.

Pero quien vive el amor hasta el extremo no puede morir: «su muerte de tres días, —escribe Unamuno—, será un desmayo; Cristo duerme sueños de Hombre, mientras vela el corazón». Porque es la perfecta identificación con Dios que es amor. Dios no puede morir. Puede ser blasfemado, puede ser negado… pero nunca puede ser aniquilado. Porque Dios es amor, y el amor nunca puede morir o ser aniquilado, o bien el hombre se aniquila en el intento.

Venimos del amor y volvemos a la fuente del amor, o como canta el coro de la Sinfonía de la Resurrección de Mahler:

«Yo vengo de Dios y quiero volver a Dios.
El buen Dios me dará una luz,
me iluminará el camino a la bienaventurada vida eterna!»

Es importante, es fundamental dejarnos iluminar por este misterio que no llegamos a vivir con plenitud, y con el que expresamos y manifestamos nuestro deseo de eternidad, una luz que no siempre tenemos encendida pues como dice Benedicto XVI: «incluso entre los cristianos, la fe en la resurrección y en la vida eterna va acompañada con frecuencia de muchas dudas, y mucha confusión, porque se trata de una realidad que sobrepasa los limites de nuestra razón y requiere un acto de fe». Pero «¡Esta es la verdadera novedad, que irrumpe y supera toda barrera!», exclama el Santo Padre. «Cristo derriba el muro de la muerte, en Él habita la plenitud de Dios, que es vida, vida eterna».

El obispo Torras i Bages completa este pensamiento cuando escribe: «Jesucristo es el principio y el final, en Él se comprende toda la humanidad y toda la creación del mundo; y toda la vida de Jesús, su misión divina, su dignidad infinita se resume todo en su Resurrección. La Pascua comienza con la Creación del mundo. Cuando empieza la luz, y en la resurrección se proclama el nacimiento de la luz de Cristo como luz del mundo, la luz de Dios, para la oscuridad y la confusión del hombre y de la humanidad. Con la Resurrección del Señor el mundo da un cambio definitivo, para quedar situado en su verdadera orientación, en el destino primitivo recibido por su Creador, que quiere para sí a todas las criaturas, para hacerlas partícipes de su infinita felicidad».

Pero es necesario dejarse envolver por la vida del Resucitado, que comienza por contemplar y considerar el ejemplo y la enseñanza de este Resucitado, que es lo mismo que decir «buscar las cosas de arriba donde está ya Cristo sentado a la derecha del Padre». Es necesario «esconder nuestra vida en Él», que es morir a la sabiduría de este mundo, y trabajar para «tener los mismos sentimientos del Cristo» (Filp 2,5).

Es necesario estar cerca de la Cruz, como las mujeres, para descubrir después el sepulcro vacío y llegar a encontrarse con Cristo. Efectivamente, el Evangelio nos describe que son primero las mujeres quienes llevan camino por delante de los apóstoles en el encuentro con Cristo. La mujer es desde siempre colaboradora fiel de Dios en el nacimiento de la vida. No podía ser de otra manera en el nacimiento de la vida nueva. La mujer, fuente de vida nueva, que cuida con ternura y delicadeza el renacer de la vida. Seguramente está dotada de una intuición para el misterio de la Resurrección que no habían entendido los discípulos de Jesús, a pesar de que Cristo se lo había anunciado antes de la pasión.

Este Misterio de la Resurrección que es una llamada a todos los hombres, a la reconciliación con Dios, pasando por la reconciliación entre los hombres, camino de la verdadera novedad de la vida, que derrumba y separa toda barrera como dice el papa Benedicto. Es una llamada, una invitación, que no es de hoy, sino que ya resuena desde el principio de la vida de la Iglesia, como nos da testimonio en su homilía pascual Melitón de Sardes: «Venid, todos los hombres de todos los pueblos, que sois iguales como pecadores, y recibid el perdón de los pecados. Yo soy vuestro perdón; yo, la Pascua de la salvación; yo, el cordero inmolado por vosotros; yo, vuestra purificación; yo, vuestra vida; yo, vuestra resurrección; yo, vuestra luz; yo, vuestra salvación; yo, vuestro rey. Yo soy quien os hace subir a lo alto del cielo, yo quien os resucitará y os mostraré al Padre del cielo».

Volvámonos, pues hacia Cristo Crucificado y Resucitado, cima de humanidad y manantial de Dios.

DOMINGO DE PASCUA: LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

VIGILIA PASQUAL EN LA NOCHE SANTA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

«Aleluya. Canta a Dios. Aleluya, Aleluya». Este es un canto antiguo. «Aleluya». Pero también es un canto nuevo. Porque celebramos una nueva Pascua de Resurrección. Y cada Pascua es nueva, es la novedad de Dios que Él mismo provoca en nuestra vida vieja.

«Me comentaba una soprano que cuando canta se concentra muy adentro, se interioriza para estar pendiente de lo que canta, y esto provoca en ella sentimientos de alegría, de bienestar, de satisfacción. Pero que te tienes que creer lo que estás cantando. Aunque no te puedes emocionar descontroladamente, porque te rompes, pues es muy fino el hilo que te conecta con el mundo interior».

Nosotros, hoy, tenemos este canto vibrante, el canto de la Resurrección, el canto de la Pascua del Resucitado, el canto del paso a una nueva vida: «Aleluya». Pero el espíritu canta cuando se conmociona interiormente, cuando escucha en su interior el toque divino, cuando vive la experiencia en su interior del eco de la Palabra. La Palabra creadora que hace nacer algo nuevo.

Por ello el profeta que ha escuchado la Palabra de Dios que le transmite su mensaje puede escribir: «El Señor, tu Dios está dentro de ti; goza contigo y se alegra contigo, renovando su amor, se llena de júbilo por ti y canta como en día de fiesta» (Sof 3,17).

Esta noche santa escuchamos a través de las diferentes y numerosas lecturas un relato breve de la Historia de la salvación, que comienza con el regalo que Dios hace al hombre, que acaba de crear, de un Jardín, en donde el hombre empieza a vivir una relación de amistad, que se prolonga a lo largo de una historia plena de fidelidades e infidelidades, y durante la cual es constante la visita de Dios a los suyos, llamándolos a una relación a amistad y amor, hasta llegar al Misterio de esta noche en la que renace esa relación de amor y de amistad, de la noche de la tierra con nuestra naturaleza humana nueva, para darnos un nuevo regalo más precioso todavía: una vida eterna.

Por ello pueden cantar los coros de la Resurrección de Mahler:

«¡Ressucitaràs, sí, tú vas a resucitar
mi polvo, después de un breve reposo!
Vida eterna
te dará quien te ha llamado».

Y Él te sigue llamado desde el interior de tus entrañas, donde arde ese fuego eterno, que encendió los soles e hizo la luz, un fuego de diamante, un fuego divino.
Pero este hilo con nuestra intimidad más íntima es muy fino. Hace falta que cuidemos este hilo, que cuidemos nuestra concentración, nuestra interiorización para escuchar como tu Dios canta dentro de ti, de manera que puedas coger el tono y elevar con fuerza la bella melodía del nuevo Aleluya.

Esta noche santa, una noche para el sueño más bello que puede tener el hombre, debemos recordar el sueño de Dios también: que nadie esté solo, que nadie se sienta sólo en la vida, y que toda la casa viva la fiesta del corazón, que nadie se sienta sin "afecto", sin amor. Que el aleluya sea el canto y la vibración no solo en la boca de un corazón, sino el canto de la amistad y de la comunión.

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TRIDUO PASCUAL
La muerte, la sepultura y la resurrección del Señor

Del comentario al Diatésaron, de san Efrén (XXI,20-21)
Eva es figura de María, y un José del otro José. En efecto, aquel que pidió el cuerpo del Señor se llamaba José. Un primer José fue justo y «no quiso difamar a María, el otro fue justo porque no había consentido la resolución de los judíos», por lo que es claro que el Señor, confiado al primer Jose a la hora de su nacimiento, concedió al otro José de sepultarlo después de su muerte, para que fuera plenamente honrado el nombre de José que, como su atendió a su nacimiento en una cueva, había presidido ahora su entierro.

Y sellaron la tumba. Este hecho fue favorable al Cristo y contrario a los judíos, como en el caso de Daniel y Lázaro. En el caso de Daniel, porque cuando el rey y sus cortesanos vieron el sello en la puerta de la fosa, comprendieron cuál era la fuerza que había liberado a aquel que estaba en la fosa; en el caso de Lázaro, porque cuando los enemigos del Cristo vieron la tumba sellada, les fue evidente que allí obraba una fuerza para la que nada es imposible.

Él retiró su cuerpo de la tumba, aunque estaba sellada, y el sello de la tumba testimonia en favor del sello de la virginidad de aquella que había llevado su cuerpo. Porque fue cuando la virginidad de su madre permanecía sellada, que el Hijo de Dios salió vivo de su seno, como primogénito.

«Hizo rodar una piedra a la puerta del sepulcro», una piedra encima de otra piedra, porque esta piedra custodiaba «la piedra rechazada por los constructores». Esta piedra, movida por manos de hombres, debía custodiar la piedra «que se desprendió sin intervención de mano de hombre», esta piedra, sobre la que se sentó el ángel, tenía que custodiar aquella piedra que «Jacob había puesto bajo su cabeza»; esta piedra sellada con un sello debía custodiar la piedra el sello de la qual custodia los fieles.

La puerta de la vida salió por la puerta de la muerte. Este es el portal del Señor, los vencedores entrarán. Cuando fue cerrada, liberó los que eran recluidos, por su muerte los muertos vivieron, por su voz, los silenciosos llamaron, por su resurrección, la tierra tembló, y su salida de la tumba introdujo las naciones en el Iglesia.

San Agustín, De consensu Evangelistarum 3, 24
San Lucas (24,1) dice que estas mujeres fueron muy de mañana, y San Juan (20,1) que fueron al amanecer, cuando todavía estaba oscuro. Con ambas versiones se ajusta la de San Marcos, que dice fue muy de mañana, salido ya el sol, esto es, cuando empieza a clarear el cielo por oriente, que es cuando se aproxima la salida del sol, porque es su luz la que produce lo que llamamos aurora. Así es que no es otro el sentido de las palabras (Jn 20,1) cuando estaba aún oscuro, porque, al salir el sol, hay todavía un resto de tinieblas, que disminuye gradualmene a medida que avanza el sol, y porque el muy de mañana, salido ya el sol, de San Marcos, no quiere decir que se viera ya el sol sobre el horizonte, sino que estaba cerca de él, y empezaba por tanto su luz naciente a iluminar el cielo.

San Gregorio Nacianceno, Oración 45, 2
Pascua del Señor, Pascua; lo digo por tercera vez en honor de la Trinidad: Pascua. Es, para nosotros, la fiesta de las fiestas, la solemnidad de las solemnidades, que es superior a todas las demás, no sólo a las fiestas humanas y terrenales, sino también a las fiestas del mismo Cristo que se celebran en su honor, igual que el sol supera a las estrellas.

San Cirilo, en Catena Aurea, vol. VI
«Y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor». No habiendo encontrado el Cuerpo de Jesús, porque había resucitado, eran agitadas por diversas ideas; y como amaban tanto al Señor y se hallaban tan apenadas por su desaparición, merecieron la presencia de un ángel.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Enriqueta,
Gracias por tu carta, en la que me comunicas la muerte de tu madre. La muerte de un ser querido es un momento duro, difícil, en la vida de cualquier persona. La muerte de una madre, yo diría que es un momento muy especial. Un dolor especial, distinto, por una ausencia especial diferente.

Me dices cosas interesantes en tu carta que yo quiero recoger en esta carta desde el monasterio, y que nos pueden hacer bien a más personas. Tienes un sentimiento de gratitud hacia Dios porque tu madre fue un buen regalo de Dios para ti y para la familia. Un regalo singular de Dios. ¿Qué mejor regalo podemos recibir sino es la vida? Y la madre es la mano de Dios que nos regala la vida; la madre son la entrañas de Dios, que saca la vida a la luz envuelta en amor. La madre es la colaboradora fiel y eficaz del Dios de la vida. La madre fiel a si misma, a su condición maternal, es un tesoro. Un tesoro de delicadeza, de ternura.

De alguna manera, con otras palabras, me dices todo esto de ella en tu preciosa carta: «nos quedan los recuerdos y la gratitud. Mi madre era una buena madre: amable, cariñosa, generosa, simpática, preocupada siempre por todo y por todos, amiga de sus amigos, colaboradora en sus parroquias, detallista». Una buena madre, una madre discreta. «Se marchó sin decirnos adiós, sin hacernos sufrir, sin darnos una mala noche». Es la condición de la madre: esa discreción que la lleva a estar como en un segundo plano, pero atenta a la vida, fiel a esa maternidad propia de la madre que le impide olvidar, renunciar a todo aquello que puede fomentar más vida, engendrar más vida.

La madre yo diría que es una hermosa carta pascual. La carta de Pascua siempre es un pregón de vida nueva, un mensaje de esperanza, el anuncio de una nueva primavera. Es la gran fiesta, la solemnidad primera de los cristianos. La fiesta de la Resurrección que vamos a celebrar.

El coro de la Sinfonía nº 2 de Mahler, «Resurrección», canta estas hermosas palabras: «Resucitar, sí tú resucitarás, mi polvo, después de un breve reposo! Vida eterna te dará aquel que te ha llamado. Es para volver a florecer que tú has sembrado». ¿A quién mejor que a una madre se podrían aplicar estas preciosas palabras? La madre, desde siempre lleva en sus entrañas vida; vida eterna; llamada para estar al servicio de la vida. ¿Quién mejor que una madre, podría hablarnos de "resurrección"? Ella, que vive la experiencia única del nacer de la vida; ella que siente como nadie más el rumor de las fuentes de la vida.

¡Qué amor mostró Dios a la criatura humana poniendo la fuente de la vida, Sus Fuentes, en las entrañas de la madre!

Nunca acabaremos de valorar la dignidad de la madre, la grandeza de su misión. «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos en paz», una bella expresión que recoges en tu carta, como una invitación a la paz, y a dar gloria a Dios y alabarle, porque en nuestras madres, nos ha abierto un camino para conocerle a El, la fuente del Amor.

Enriqueta, gracias por tu carta una vez más. Nos ha permitido, también, recordar con amor y agradecimiento a nuestras madres. Un abrazo,

+ P. Abad

22 de abril de 2011

VIERNES SANTO: LA PASIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52,13-52,12; Sl 30,2.6.12-17.25; He 4,14-16; 5,7-9; Jn 18,1-19.42

«¡Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo!»

Es la invitación que nos hará la palabra y el canto del diácono. Y el canto-respuesta que, a modo de invitación mutua, nos hacemos todos: «Venid a adorarlo».

¿A quien hemos de adorar?

Al Maestro de dolores. A Aquel que nos puede mostrar el sentido de nuestros dolores en este mundo. A Aquel que destapa a nuestros ojos la humanidad de Dios, con sus dos brazos abiertos desabrochando el misterio.

Mirad el árbol de la Cruz donde podemos contemplar la luz del abandono sin reserva; el silencio aplastante, la desnudez más dramática, la quietud de la noche que asfixia como vestido agobiante.

Mirad el árbol de la cruz donde, como en un espejo, destella la luz de Dios, en un mediodía rebosante de tinieblas.

Mirad el árbol de la cruz, hoy. Mira el calvario de la humanidad de Dios hoy. La luz de la Palabra nos sugiere el camino de la contemplación de Dios en el hombre de hoy, la contemplación del amor de Dios, en la cruz del hombre de hoy: «Mirad mi siervo, desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano». Este siervo es el que nos presentan los medios de comunicación cada día con más frecuencia, con más fuerza, con más viveza de muerte: esos huesos cubiertos de piel, con unos ojos hundidos ya sin brillo en la mirada. Esos ojos, esos rostros, hasta más de 300.000 niños africanos, esclavos, trabajando 12 y 14 horas para multinacionales del primer mundo. «Mirad el árbol de la cruz, donde está colgada la salvación del mundo».

«Los reyes no abrirán la boca cuando vean algo inenarrable, inaudito». Los reyes o gobernantes de nuestra sociedad del bienestar, no abrirán la boca porque no llegan a ver; oyen sin oír, ven sin ver, porque en torno a una mesa internacional con aromas de rosas y botellas de agua fresca, no llega el aroma a podrido de otras rosas, caídas en la arena seca, con sueños de nuevas esperanzas. «Mirad el árbol de la cruz, donde está colgada la salvación del mundo».

«¿Quién creerá en nuestro anuncio? ¿A quien se reveló el brazo del Señor?» A aquellos que se atreven a acercarse a la cruz de Cristo. Y si no te acercas al menos escucha su voz: «Mirad, los que pasáis por el camino. Pueblo mío, ¿Qué te he hecho? ¿en qué te he ofendido?». Es la Cruz, la que hoy te interpela… en ella está clavada tu salvación.

«Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado, hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, despreciado, desestimado». Porque es un Cristo sin poder, sin dinero, sin sexo. Sin recursos, sin capacidad adquisitiva… En la debilidad está la fuerza. «Mirad el árbol de la cruz».

«Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes». El Cristo errante, que es ya multitud, millones los desplazados en nuestro viejo, pero todavía hermoso planeta, peregrinos a ningún santuario, o abonados a permanentes listas de espera. Este Cristo crucificado, que nos prepara grandes crisis humanitarias.

«El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento». Este es un gran misterio en la vida del hombre, en la vida de Dios. Y el hombre cada día amanece desorientado y receloso. Cada día con sus miedos y angustias. Cada día con noticias contradictorias, y al final, ya no saben si los cerezos volverán a florecer y a qué distancia de Fukushima. Tristemente, hay muchos «Fukushimas» en nuestra sociedad. «Mirad el árbol de la cruz, donde está colgada la salvación del mundo».

Los cerezos volverán a florecer, porque Cristo continua viniendo a su casa. Cada día viene al hombre que se dirige a su casa con el cántaro de agua. Cada día viene Cristo para celebrar su misterio de amor, que no se agota. Cada día viene Cristo dispuesto a plantar su cruz en el calvario del hombre, para proclamar un día y otro también, su amor. Y manifestar en su gran paradoja su belleza más grande, como sugiere Torras y Bages: «A mayor belleza, mayor amor. Esta es la ley. Y la plenitud de su belleza Jesús la manifiesta en el Calvario. Por eso el Calvario es el gran estímulo del amor entre los cristianos: clavado en la cruz es donde Jesús ha recibido de los hombres los abrazos más afectuosos».

Necesitamos acercarnos a la Cruz de Cristo. Solamente a quienes están junto a la Cruz se les revela la gloria de la cruz, descubren el sentido del dolor, penetran en la luz del misterio. Porque solamente de la cruz pende el amor. El amor paciente, el amor que espera, el amor que aguanta, el amor que perdona.

¡Mirad, pues, el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo!

¡Mirad, el árbol de la Cruz, donde continúa clavada la salvación del mundo!

17 de abril de 2011

DOMINGO DE RAMOS: LA PASIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 50,4-7; Salm 21,8-9.17-20.23-24; Filp 2,6-11; Lc 22,14-23,56

«Nos cuenta el evangelio de Juan un hecho interesante en torno a la fiesta de los Tabernáculos de los judíos: Jesús enseñando en el templo ante la admiración y el entusiasmo del pueblo. Llegan unos guardias enviados por los fariseos para detener a Jesús, pero también se quedan enganchados con los demás, admirados de las palabras de Jesús. Después hay un segundo momento cuando los guardias vuelven con las manos vacías. Empieza el debate en el sanedrín, unos rechazando, otros maldiciendo, y no faltan quienes se sienten interesados en Jesús. Al final, dice el evangelio, cada uno se marchó a su casa. Pero teniendo el deseo de tener a Jesús delante y conocerlo».

Cada uno a su casa. Hay un proverbio que dice: «Cada uno a su casa y Dios en la de todos». En este caso no sé si Dios estaría en la casa de cada uno. Dios se identifica con cada uno de los que le aman. Si Dios ha de estar en la casa de todos, tenemos que acoger a los demás en casa. A todos, si queremos encontrar a Dios. Para encontrar a Dios, no puedo aislarme en mi casa. Necesito una casa más grande. Necesitamos conocer a Jesús. Queremos conocer a Jesús. Entonces, tenemos que salir de casa.

Y esto es lo que nos sugería la monición del principio de esta celebración: «Hoy, nos disponemos a inaugurar en comunión con toda la Iglesia, la celebración de los misterios de la Pasión y Resurrección de Jesucristo. Por ello recordando con fe y devoción la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén en la Ciudad Santa, le acompañaremos con nuestros cantos, participando de su cruz y merecer tener parte en su resurrección».

Cada uno en su casa. Sí, pero tiene que ser una casa grande donde puedan caber todos. Una casa grande para la comunidad, para todo el mundo.

Porque vino a su casa, a este mundo, haciéndose hombre, vivió como hombre hasta las últimas consecuencias, viviendo su amor llevado hasta el extremo en la cruz, y venciendo con su amor la muerte en la nueva vida de la Resurrección. Y anunció con gran fuerza el gran pregón de la reconciliación con Dios, y de la reconciliación de los hombres entre sí.

«¿Recordáis aquello de Adviento Navidad: habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos, un muchacho los pastoreará…?» (Is 11)

Hoy, Domingo de Ramos es la puerta abierta, para empezar una semana de puertas abiertas, de manera que podamos entrar y encontrarnos con nuestros hermanos y celebrar el gran Misterio de nuestra fe, con nuestros cantos y plegarias.
Hoy, Domingo de Ramos se abre la puerta de una Semana Santa y se nos invita a todos a celebrar el Misterio de un amor llevado hasta el extremo.

En la liturgia de hoy todo apunta a ofrecernos una especie de resumen de toda la semana: «Hoy tenemos la gloria y el rechazo hasta la muerte. La victoria y la muerte. Los ramos y la cruz».

Hoy es una puerta abierta y una invitación a celebrar este misterio de nuestra salvación, misterio de muerte y de vida, de cruz y de resurrección. Una invitación a todos los hombres y todos los pueblos.

Todavía hay muchos leones fuera, muchos lobos y cabritos… Fuera de la casa. Necesitamos entrar. Todos. Porque uno no sabe del todo bien si es lobo o cordero, león o cabrito…

No hay nada mejor que entrar y escuchar y celebrar, y cantar, y guardar en el corazón.

Y qué tengo que escuchar y celebrar y guardar en el corazón? La Palabra de la Vida, el amor vivido hasta el extremo. Que es lo que verdaderamente nos pacifica el corazón. Dejar que Él, Cristo toque tu corazón en tu circunstancia concreta que estás viviendo. Para mí, hoy, son palabras significativas estas:

«Bendito el que viene en nombre del Señor. ¡Hosanna en el cielo!»

«El Señor me ha dado una lengua de iniciado para decir al abatido una palabra de aliento».

«Se despojó de su rango tomando la condición de esclavo y pasando por uno de tantos».

«Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar».

«Padre si es posible que pase este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino lo que tú quieres».

«Dios mío, Dios mío, por que me has abandonado».

Y cada uno de vosotros puede escuchar a través de la Palabra proclamada, de la celebración aquella invitación que le hace el Señor a su vida concreta para vivir el amor sin medida, hasta el extremo. Cada uno marchó a su casa. Dios vino a su casa y los suyos no le recibieron. Tú puedes ser uno de esos. Las celebraciones es una invitación a entrar en la casa del Señor. O que Él entre en tu casa. Y vivir el amor, que es el camino de la Cruz y la Resurrección. «Cima de humanidad y manantial de Dios».

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA SEMANA SANTA
Domingo de Ramos. La Pasión del Señor

De los sermones de san Andrés de Creta, obispo
Venid, subamos juntos al monte de los Olivos y salgamos al encuentro de Cristo, que hoy vuelve de Betania para dirigirse voluntariamente a esa pasión venerable y santa, porque quiere cumplir íntegramente el misterio de nuestra salvación.

Viene, y por propia voluntad sube a Jerusalén, él que por nosotros bajó del cielo, para elevar con él los que estábamos caídos; elevarnos, como dice la Escritura, «por encima de todos los gobernantes y de quienes tienen autoridad, poder o señorío, por encima de todos los títulos que se pueden dar». Y no viene para conquistar la gloria, con pompa y fastuosidad: «No discute ni alza la voz, no se hace sentir por las calles», sino que es manso y humilde, y entra con traje sencillo y como un pobre.

Corramos junto con todo el que no sabe de la pasión; imitemos a quienes le salieron al encuentro; no extendamos ante él ni ramas de olivo, ni tapices o vestidos, ni ramos de palma por el camino; ofrezcámonos a nosotros mismos lo más posible por la humildad de nuestra alma y la rectitud de nuestro pensamiento y propósito, así recibiremos la Palabra que nos viene, y Dios, que no tiene cabida en ninguna parte, morará en nosotros.

Es que el Señor se complace en hacerse así manso por nosotros, él que es suave y sube sobre el ocaso de nuestro hundimiento, se complace en venir ya dialogar con nosotros, para atraernos y ensalzarnos mediante la familiaridad que tiene con nosotros.

Del comentario al Diatésaron, de san Efrén (XX, 22-26)
«Junto con él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: Ha sido contado entre los malhechores». Uno de ellos, que hablaba como un circunciso, le decía: «¿No eres tú el Mesías?» Es decir, rey según el concepto de realeza que tenían los circuncisos perseguidores. Pero el otro, hablando como un incircunciso, le suplicaba: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». También los incircuncisos habían escrito: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Los incircuncisos proclamaban que Cristo era el rey de los judíos, no el suyo; los judíos, en cambio, proclamaban que su rey era el César, el rey de las naciones extranjeras. El pueblo que proclamaba un reino perecedero compartió la caducidad; mientras que quienes proclamaron el reino verdadero, ahora entran en el paraíso, según la promesa del Señor.

«¿No eres tú el Mesías?» —decía—. «Sálvate a ti mismo ya nosotros». Sin embargo, el Señor no lo sacó de la cruz, en contra de lo que pedía, y ello con el fin de exaltar el otro, el que se encontraba a la derecha de su cruz y creía en el crucificado. Le hubiera sido muy fácil, obrando algún milagro, de ganárselo como discípulo! En cambio, Jesús realizó un milagro mucho mayor que el de obligar, al que negaba la verdad, a adorarlo. Por eso el Apóstol dice: «Lo que parece débil en la obra de Dios es más fuerte que los hombres». Él ha sometido todos los pueblos a la debilidad de la cruz. Extiende, pues, tus brazos hacia la cruz, y el Señor crucificado extenderá sus brazos hacia ti.

«Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». El ladrón decía esto porque veía, con los ojos de la fe, la dignidad de nuestro Señor en lugar de su ignominia, y su gloria en lugar de su humillación. Esto que veo ahora: los clavos, la cruz, no me hace olvidar lo que vendrá después, cuando todo se habrá consumado, y que, por ahora, queda escondido: su reino y su gloria.

Nuestro Señor vio que tenía más fe que no muchos y que no se preocupaba tanto de los sufrimientos como de la remisión de sus pecados, por lo cual lo exaltó por encima de muchos. Ya que no le pidió una recompensa inmediata; por su fe —ladrón como era, aparecía a sus propios ojos como abyecto y vil— nuestro Señor anticipó sus dones y le hizo una promesa, de hecho, inminente: «Hoy», y no al final de los tiempos. Manifestó así la riqueza de su ternura, pues, en el preciso momento que el ladrón le confió su fe, le recompensó. Le concedió gratis sus dones inmensos, echó sobre él sus tesoros, se lo llevó a toda prisa a su jardín y, habiéndolo introducido, le confió todos sus bienes: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».

Fue pues, un ladrón, y no un justo, quien abrió el paraíso. Había sido cerrado por Adán, primero justo y después pecador, ahora es un pecador que se convierta quien, victorioso, lo vuelve a abrir. Los judíos habían preferido un bandolero al Señor, ahora el Señor escoge un bandolero y los rechaza a ellos.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Luisa,

Quiero bajar de tu universo de estrellas a mi tierra otra estrella: el amor. Necesitamos que esta estrella ponga su fuego y su luz en mi tierra. Una tierra fría, desconcertada… Aunque a decir verdad, no tengo la seguridad de que necesitemos esta estrella, pues ya nos hacemos otras semejantes. Encendemos otros fuegos, otras luces. Y les llamamos «amor». Pero yo no tengo claro que esos fuegos y esas luces pacifiquen el corazón del hombre.

Siempre se enseñó que el amor permanece siempre, aún después de la muerte. El amor más fuerte que la muerte. Que amar a alguien era decirle: Tú no morirás. Siempre se enseñó que somos fruto del amor y llamados al amor, programados para vivir el amor.

Aprendemos, que maduramos como personas en el amor de una familia. Aprendemos que el seno de una familia era el rincón más hermoso para desarrollar la capacidad de amar. Hoy tengo mis dudas de que siga vigente este aprendizaje. Yo leo en una página escrita hace más de veinte siglos: «el amor es paciente, afable; el amor no tiene envidia, no es grosero, no busca lo suyo; no se exaspera, no lleva cuentas del mal, no es injusto, simpatiza con la verdad. El amor disculpa, perdona siempre, se fía siempre, espera siempre, aguanta siempre. El amor no pasa nunca».

Pero miro a la sociedad y descubro que desconoce esta página. Miro a las familias, a los matrimonios, y descubro que se desconoce esta página; miro a grupos, comunidades… y se desconoce esta página. Y me pregunto: ¿habremos inventado otra manera de amar? ¿estamos trazando otros caminos de amor? O quizás hoy, con la cultura de la imagen ya no leemos estas páginas antiguas. Buscamos otras sabidurías. O quizás meditamos o reflexionamos menos,… o nada.

Por esto Mª Luisa me pregunto si no deberías quitar de tu universo la palabra «amor». Pero, a decir verdad, me siento extraño borrando esta palabra, acallando esta voz: Amor. Amor mío. Te quiero… No concibo como podría vivir una comunidad, una familia, una sociedad sin los ecos de esta palabra. ¡Insinúa tanto! Es todo un universo.

Quizás podríamos esperar. Estos próximos días vamos a vivir acontecimientos que estarán profundamente marcados por una imagen. Un hombre, humanidad eterna, colgado en una cruz. Las personas no tienen que leer. Mirar, contemplar… Y saber que quien cuelga de la cruz, está colgado por vivir el amor hasta las últimas consecuencias. Porque leyó esa página tan antigua y la hizo vida. Para destapar a nuestros ojos la humanidad de Dios. Cuando nos cuesta tanto tener tiempo para una lectura sosegada, y nos resulta más fácil, más gratificante mirar imágenes contemplemos sobre todo estos días próximos, días santos para un creyente cristiano, a quien cuelga de la cruz. A quien cuelga de una cruz. La cruz siempre es cima de humanidad y manantial de Dios. Si se llega a ella con amor, desde el amor…

Una vez más Mª Luisa, gracias por tu universo. Un abrazo,

+ P. Abad

10 de abril de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA CUARESMA
Domingo 5º de Cuaresma

San Gregorio de Nisa, obispo, Sobre la creación del hombre (SC 6,203-207)
Cristo realiza un milagro más sublime para que las obras visibles nos aproximen al milagro increíble de la resurrección. Uno de los amigos del Señor estaba enfermo: se llamaba Lázaro. El Señor, que se encontraba lejos, rechaza visitar a su amigo, porque la muerte, en ausencia de aquel que era la Vida, tuviera ocasión y poder de hacer su obra a través de la enfermedad. El Señor, aún en Galilea, explica a los discípulos el estado de Lázaro; les dice, concretamente, que va para verle, para levantar al que yace. Se van de Galilea, para que en Betania les iniciara al preámbulo de la resurrección universal.

Habían pasado cuatro días de aquel hecho. Ya habían cumplido con el fallecido los ritos habituales y el cuerpo había sido depositado en un sepulcro. El cadáver se empezaba a corromper en las profundidades de la tierra, según las leyes normales. Era algo de lo que había que huir, cuando la naturaleza se vio constreñida a devolver a la vida aquel que ya se corrompía, hasta el punto de que sus familiares más cercanos no soportan que el Señor se acerque al sepulcro debido al hedor del cuerpo en descomposición. Pero este hombre, con una palabra es devuelto a la vida. Y así se fundamenta la resurrección: lo que esperamos para toda la humanidad, se realiza ahora en uno de sus miembros.

Del mismo modo, en efecto, que en la renovación del universo, como dice el Apóstol, Cristo mismo bajará en un abrir y cerrar de ojos al grito del arcángel, y al toque de trompeta se levantaran los muertos para la inmortalidad, de la misma manera, ahora, aquel que, a una orden dada, se despierta de la muerte en el sepulcro como uno que se despierta del sueño, sale de la sepultura en toda su integridad y en plena salud, sin que las vendas con que tenía atados los pies y las manos le impidan salir.

De los sermones sobre la Cuaresma de san León Magno, papa
Ante la proximidad de los días que ilustrarán los misterios de nuestra salvación, debemos cuidar con mayor atención purificar nuestros corazones y tener un celo mayor para entregarnos a los ejercicios de virtud. También nuestra devoción debe ser algo más de lo acostumbrado. Cuanto más sublime es la fiesta, tanto más he de prepararse quien la celebra. Tengamos un esmero más generoso para embellecer la misma casa de la oración con un aparato más espléndido.

Vea si en lo íntimo del CORAZON se encuentra esta paz que da Cristo (Jn 14,27). Si el deseo espiritual no es combatido en él por alguna concupiscencia carnal, si no desprecia lo humilde y tiene ansias de grandeza (Rom 12,16), si no se regocija con alguna ganancia injusta, si no pone su satisfacción en el aumento inmoderado de sus riquezas, si, finalmente, el bien del otro no le hace arder de envidia, o, por el contrario, el mal del enemigo le hace saltar de alegría.

Cuanto más santamente pasemos estos días, tanto más religiosamente habremos mostrado que honramos la Pascua del Señor.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Rosa Ma,

Estos días, con la buena temperatura que nos ha traído los primeros días de primavera, suelo pasear un poco más y disfrutar de la paz de la naturaleza que envuelve el monasterio, y de la vida que vuelve a renacer con fuerza. Contemplando la blancura impoluta de la flor del cerezo, sus delicados filamentos interiores, así como el asedio delicado de las múltiples abejas que recogen el polen (néctar) con suavidad y respeto pleno a la flor… Y me preguntaba ¿qué hay detrás de toda esta fiesta de la vida? ¿Cuál es la fuente de donde brota tanta belleza? ¿cómo comienza a derramarse hacia fuera esta fuerza incontenible de vida?

No sé por qué estas preguntas me nacen cuando estos días un amigo ha tenido un derrame cerebral y está muy grave… Y alguien sugería que ante esta situación lo único que se puede hacer es mandarle energía. Esta afirmación era de una persona creyente, cristiana. En otros tiempos seguramente habría dicho: pidamos a Dios por él. Como si tuviéramos cierto pudor de nombrar a Dios.

Dios es la fuente de toda energía, de toda vida. Jesús dice a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida». Pero hoy día se desvincula esa energía de Dios, un Dios que se manifiesta, precisamente, al hombre cuando busca y vive en profundidad una relación de persona a persona. Nos quedamos hoy con unos horizontes muy indefinidos… Quizás hoy al hablar de dar, de comunicar energía queremos expresar un deseo ilimitado, un querer ir más allá de nosotros mismos, en el fondo, quizás un deseo de Absoluto. La nostalgia de sacar lo mejor y más noble de nuestra persona hacia los demás. No se, podría ser. Este deseo, en cualquier caso, no lleva a disolvernos a nosotros mismos, a perder nuestra nota personal… Podría ser positivo incluso si nos llevara a descubrir, a la postre, unos perfiles personales de un Ser superior.

Y por otra parte parece que hablamos en ocasiones con mucha seguridad de estos temas de energía,… cuando mostramos nuestras contradicciones en una sociedad en que no cuidamos un medio ambiente, base vital para nuestra vida, fuente de energía. Como tampoco cuidamos la relación con las personas, sino que vivimos sin vivir en mí, ni en nosotros; en una alocada carrera hacia ninguna parte.

Rosa, tú vives mucho, por tu profesión, la relación personal. ¿No crees que necesitamos cultivar más la amistad?, ¿tener una relación más profunda a nivel de pareja en el matrimonio?, o ¿en relación con los hijos?; ¿tener, quizás no muchos, pero sí algunos amigos, y que toda esta relación nos facilite una profunda experiencia de vida, incluso de renovación de nuestra vida? De cambio personal. Que yo estoy convencido que es el camino para llegar a escuchar el rumor de las Fuentes de la vida; tener en definitiva una cierta experiencia de lo que va a ser un día la resurrección. Un abrazo,

+ P. Abad

3 de abril de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA CUARESMA
Domingo 4º de Cuaresma

Tratado 34,8-9 sobre el evangelio según san Juan, de san Agustín, obispo
El Señor dijo con pocas palabras: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina a oscuras, sino que tiene la luz de la vida, y con estas palabras una cosa es la que nos mandó, y otra distinta la que nos prometió. Hacemos lo que nos mandó, para no desear desvergonzadamente lo que nos prometió, no fuera que cuando nos juzgue nos diga: «¿Ya has hecho lo que mandé, para desear lo que prometí?» «¿Qué fue, pues, lo que mandaste, Señor Dios nuestro?». Te dice: «Que me siguieras». Has pedido un consejo de vida. ¿De qué vida sino de aquella de la que ha sido dicho: «En ti está la fuente de la vida?».

Hagámoslo, pues, siguamos al Señor, destruyamos los grilletes que nos privan de seguirlo. ¿Y habría un hombre idóneo para desanudar estos nudos si no es con la ayuda de aquel al que se ha dicho: «Tú me rompes las cadenas?». De este mismo dice otro salmo: «El Señor liberta a los cautivos, el Señor endereza a los vencidos». ¿Y qué es lo que siguen estos liberados y estos enderezados si no es la luz de la que escuchan: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina a oscuras?». El Señor ilumina los ciegos. Sólo nos veremos iluminados, hermanos, si tenemos el colirio de la fe. Porque Cristo amasó primero la tierra con saliva para ungir al ciego de nacimiento.

De los himnos de san Efrén, Diálogo con Dios
Vuélveme hacia tu enseñanza
pues yo he buscado alejarme
y he visto mi empobrecimiento.
Si, el alma no se puede enriquecer
sino en el diálogo contigo.

Siempre que yo he meditado sobre Ti,
de Ti, yo he recibido un verdadero tesoro;
y todo lo que yo he meditado sobre Ti
viniendo de Ti, ¡raudales han brotado:
para mí, sin medio de detenerlo!
Tu fuente, ¡que ella sea alabada!
esta fuente escapa, Señor,
a quien no tiene sed de Ti.
La sala de tu tesoro está vacía
para la persona que te rechaza.
Es el amor el tesorero
de la sala del tesoro celestial.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Agustín,

Muchas gracias por tus deseos de bendición sobre mi vida y sobre el monasterio. Una bendición que nos llega a través de la palabra como me sugieres en tu escrito: «la Palabra de Dios, incluso silenciosa, atraviesa la noche para engendrar después (y en ella) la Luz verdadera que no se apaga».

Una buena palabra siempre es y será una buena bendición. Las buenas palabras nacen de un buen silencio y siempre llevan adherido a ellas algo de ese silencio que las hace buenas. Necesitamos cada día una buena palabra. Tú me la envías cuando estás viviendo situaciones muy diversas:

Tú, un cristiano laico y comprometido en tu fe, que estás metido a estudiar un documento bíblico, y en griego… Esto es buscar la luz intentando penetrar más y mejor en los secretos de la Palabra que se manifiesta al corazón que la busca y nos deja en el corazón una luz y sabiduría nuevas.

Tú, un cristiano, que estás viviendo también un momento difícil, como lo es siempre el dolor de la enfermedad grave de un familiar muy cercano.

Agustín, hay mucha oscuridad en nuestra sociedad: guerras, hambre, terremotos, droga, esclavitud, explotación humana pura y dura, enfermedades… Necesitamos todos, de esa bendición de Dios, que nos llega mediante su Palabra.

La primera palabra que pronuncio Dios es: «Luz». Es su primera bendición: «Que exista la luz». Así empieza el primer libro de la Sagrada Escritura, el Génesis, y ya todo lo que viene después va a ser una permanente tensión entre esta «luz que era buena», como subraya la página sagrada, y las tinieblas que a partir de este momento van a intentar arrinconarla. Y, siempre en medio de esta tensión Dios tiene a punto su bendición para el hombre, como el Padre de la Parábola de Hijo pródigo. Este es nuestro Dios.

El corazón del hombre, en cambio, confuso, inquieto, desorientado… alienado hacia fuera. Falto de sabiduría, de luz, de profundidad. Por ello, el hombre mira las apariencias, mientras que el Señor mira el corazón. Diría más: el Señor mira desde el corazón. Él está instalado en tu corazón, como fuente de luz. Lo comprendió bien un ansioso buscador de Dios como era Unamuno, cuando escribía estos versos:

«Aquietado el corazón en sí
su luz derrama.
La luz de Dios se espeja como un foco
dentro del corazón».

Lo dice el mismo Dios a través de la Palabra de Cristo: «Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Pero hace también una advertencia seria que haríamos bien de no olvidar, pues es también para nosotros: «Para un juicio he venido a este mundo: para que lo que no ven, vean, y los que ven se queden ciegos».

Somos luz en el Señor. ¿qué haces con la luz?, ¿como nos situamos en la oscuridad de esta sociedad?, ¿optando por seguir dormidos?... La Palabra nos invita a despertar: «Despierta tú que duermes y el Señor será tu luz». La luz que provoca la primera palabra de Dios todavía esta entre nosotros; es más la ha plantado en el corazón. Pero el corazón dormido no puede gozar de la luz.

Agustín, que las circunstancias difíciles de la vida te ayuden a despertar la luz del corazón. Un abrazo,

+ P. Abad