30 de enero de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 4º del tiempo ordinario

San León Magno, papa (del sermón 95 sobre las Bienaventuranzas)

Jesucristo nuestro Señor, recorría Galilea predicando el evangelio del Reino y curando enfermedades. Ahora se separa de las multitudes que lo rodean y se retira a una montaña que había en las cercanías. Se lleva a los apóstoles. Desde aquella sede sagrada les comunicará instrucciones excelsas. Por el lugar desde donde les habla y por la manera como lo hace, les dará a entender que él mismo desde un lugar similar se había dirigido a Moisés. Allí decretaba una justicia terrible, aquí, en cambio, impartirá una clemencia sublime. Quien había hablado a Moisés hablaba a los apóstoles. En el corazón de los discípulos el Verbo escribía, como con una pluma ágil de escribano, los decretos del Nuevo Testamento. No hacía falta que se concentrara en torno a él aquella negra espesor de nubes del AT, ni había que alejar al pueblo aturdido, y aterrorizado, con relámpagos y truenos. Esta vez hablaba con serenidad y transparencia y se dirigía a todos los que se le habían acercado. La suavidad de la gracia iba limando las asperezas de la ley, y un afecto filial sustituía el acatamiento temeroso de los sirvientes.

San Gregorio de Nisa (Homilía 6 sobre las Bienaventuranzas)

La salud corporal es un bien para el hombre, pero lo que interesa no es saber qué es la salud, sino estar sano. En efecto, si alguien explica los beneficios de la salud, pero después toma un alimento que produce en su cuerpo humores malignos y enfermedades, ¿de qué le habrá servido esa explicación si se ve aquejado por la enfermedad? En este mismo sentido debemos entender las palabras que comentamos, es decir, que el Señor llama bienaventurados no a los que conocen algo de Dios, sino a los que lo poseen en sí mismos. Felices —pues—, los limpios de corazón, porque verán a Dios.

Y no creo que esta manera de ver a Dios, la de aquel que tiene el corazón limpio, sea una visión externa, por decirlo así, sino que más bien me inclino a creer que lo que nos sugiere la magnificencia de esta afirmación es lo mismo que, de una manera más clara, dijo en otra ocasión: el reino de Dios está dentro de vosotros; para enseñarnos que quien tiene el corazón limpio de todo afecto desordenado a las criaturas, contempla, en su misma belleza interna, la imagen de la naturaleza divina.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel,

Gracias por tu carta, prometida (una para cada estación del año). No estaba seguro que iba a recibirla. Llegó. Tu carta también es belleza. Me escribes cosas como esta: «¡qué belleza hay en la "Pulchrum Regina omnium nostra", del llibre Vermell de Montserrat! La estoy escuchando mientras escribo estas líneas, y, de nada, ha surgido un momento especial: el silencio de la casa rasgado levemente por la música, tu recuerdo… Y entonces he pensado que esto es la Belleza, este momento breve que casi ya ha pasado. No es la belleza vulgar que el hombre pronuncia cada dos o tres palabras y que encierran múltiples cosas pensamientos, abstracciones. No sé tampoco definirla».

Yo creo, Miguel que la belleza no es para definirla, sino para vivirla, para gustarla en una experiencia singular. A través de una experiencia musical como el Llibre Vermell, o también a través de una relación personal vivida en una combinación de silencio, palabra y afecto... Porque creo también que la belleza tiene mucho que ver con una sabia combinación de silencio y de palabra.

Tú mismo dices que del silencio de la casa, rasgado por la música… El silencio y una palabra, musical en este caso. La música también es una sabia combinación de notas y silencios. Pero en el fondo, opino que siempre estará el ritmo de la palabra como fuente de belleza. Con la palabra manifestamos nuestro mundo interior. En la palabra está la vida, la belleza. Hoy no solemos ser adictos a la palabra, a una buena palabra nacida de un atento silencio. No solemos ser adictos o quizás mejor fieles a una buena palabra, o quizás mejor a la mejor palabra que nos ha ofrecido el Hombre: la palabra de las Bienaventuranzas. A esta palabra, que es el núcleo de la vida del cristiano, pero que no mueve toda nuestra existencia. Nos atrae más la norma, la ley, el mandamiento. Nos da miedo la aventura. Hoy todo lo queremos tener seguro; la norma: el cuarto, el sexto, el noveno… Al punto queremos tener la respuesta. La etiqueta en nuestras manos. Incluso con respecto a Dios. Y el Espíritu de Dios sopla donde quiere y cuando quiere… Esta palabra no la tenemos aprendida. Como no tenemos aprendida esa lección del Monte de las Bienaventuranzas, donde se habla se temas importantes para la vida: justicia, pobreza, misericordia, paz… Desconocemos en gran medida la música de estas palabras. El ritmo musical de estas palabras nos es necesario para la vida. La vida no es norma, rigidez… la vida es aventura, flexibilidad, gracia, misterio, color… y mucho de todo lo que hay guardado en estas palabras tiene que ver con las palabras del Sermón de la Montaña.

Me comentaba un amigo músico, que vive la música y vibra con ella hasta lo más íntimo de su ser, que la música tiene color. Escuchándole a él, estoy seguro. Su palabra vibra hablando de música. Su gesto le acompaña. Su vida tiene color. Contagia entusiasmo por la vida.

Tenemos estas tres palabras preciosas: palabra, música, color. Y además creo que son muy necesarias para vivir la aventura de la vida con entusiasmo. Pero les pediría a mis amigos pintores que si tuvieran que pintar el cuadro de las Bienaventuranzas… qué palabra subrayarían con un color determinado.

Miguel, gracias por tu carta llena de la belleza de otoño…

Un abrazo

+ P. Abad

26 de enero de 2011

SAN ROBERTO, SAN ALBERICO Y SAN ESTEBAN, ABADES DE CISTER

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Eclo 44, 1.10-15; Sal 149 1-6.9; Hebr 11, 1-2.8-16; Mc 10, 24-30

«A continuación el Abad y sus hermanos, sin olvidarse de su promesa, determinaron unánimemente establecer y guardar en aquel lugar la Regla de san Benito, rechazando cualquier cosa que pudiera oponerse a la Regla, esto es, flecos, pellizas, telas y aún capuchas y calzones, sábanas y cobertores, jergones de paja y diversos platos de manjares en el refectorio, grasa y todo lo demás que era contrario a la pureza de la Regla. De este modo, teniendo en todo como norma de conducta para su vida la rectitud de la Regla, se amoldaron a ella y se conformaron a sus huellas, tanto en las observancias eclesiásticas como en las demás. Despojados del hombre viejo, se gozaban de haberse vestido del nuevo. Serán ajenos a la conducta del mundo, la sabiduría del mundo no debe estar en la vida del monje. Ser consecuentes con la etimología del nombre».

Búsqueda del modo y tipo de trabajo para sustentarse a sí mismos y a los huéspedes. Toman conversos laicos, obreros a sueldo. Aceptan tierras alejadas de las poblaciones, ganados… (Exordio Parvo, Cap. 15)

Yo creo que nos puede hacer bien, recordar esta sabiduría de la Regla que nuestros PP. Fundadores querían asumir en su nueva vida, una fidelidad a la Regla para ir logrando en su camino monástico el despojo de su hombre viejo y revestirse del hombre nuevo, según Cristo.

Lo hicieron bien. Por eso como nos invita la Palabra de Dios, en el libro del Eclesiástico: «hacemos el elogio de los hombres de bien». Pero esto no es un elogio fúnebre, como suele hacerse cuando en la homilía de un funeral recordamos aspectos positivos de la vida del difunto. O en la sepultura de un no creyente se hace un elogio de su obra, leyendo fragmentos de sus escritos.

En estos elogios las palabras pasan, y el difunto es olvidado, y la vida sigue…

Nosotros hacemos el elogio de unos hombres de bien, nuestros Santos Fundadores, de los cuales su obra no ha pasado, y las palabras permanecen.

Hacemos el elogio de unos hombres de bien, cuya esperanza no se ha acabado. Hacemos el elogio de unos hombres, cuyos bienes perduran en su descendencia. El elogio de unos hombres que vivieron fieles a la amistad íntima con Dios, amistad que han recibido sus nietos. Hacemos el elogio de unos hombres de bien que en éste y en otros muchos monasterios recordamos año tras año, para contar y celebrar la sabiduría con la que vivieron, en circunstancias muy duras y difíciles. Hacemos el elogio de los Santos Fundadores Roberto, Alberico y Esteban, porque recordando la caridad con la que vivieron queremos pregonar y celebrar la alabanza a Dios, y ser testigos del amor que les hizo a ellos vivir y morir en paz.

Hacemos, hoy, nuestro elogio en torno a las figuras de estos tres monjes antepasados. Hacemos el elogio celebrando el mismo amor que ellos vivieron en torno a la mesa de la Eucaristía.
Pero nuestro elogio fúnebre puede ser como en esos funerales, donde se leen trozos literarios elegidos, poemas bellos, alabanzas vibrantes… palabras, palabras, que quedan abandonadas, disueltas, silenciadas… en la soledad del cementerio.
También nuestro elogio puede ser diferente, porque su obra no ha pasado, y las palabras permanecen.

Su obra no ha pasado, y las palabras permanecen… Y alguno me dirá, o más bien muchos dicen: pero por poco tiempo. No hay vocaciones, no hay futuro, en la Iglesia, y por supuesto tampoco en los monasterios.

Estas expresiones son propias de quienes son servidores del vientre, de su vientre, o de lo que gozan del placer estético de un bello poema declamado al borde de una tumba abierta, que ya nadie escucha. O que ignoran que el futuro del hombre, de la historia, y por tanto el futuro de la Iglesia y de la vida monástica es Dios. Y si este futuro no es Dios, no hay futuro para nadie.

La obra de estos hombres de bien no ha pasado, permanecen sus palabras, esta viva su obra. Esta es mi afirmación cierta, convencida. Esta afirmación es también la de aquellos que dan la respuesta de una vida monástica fiel al evangelio, a la Regla, a nuestros antepasados.

¿Es también la tuya, tú que también dices celebrar a estos hombres de bien?

Nuestra respuesta está en nuestra fe. La fe, que, como nos ha dicho la misma Palabra de Dios, es un anticipo de lo que se espera.

¿Tienes el resguardo de este anticipo en los bolsillos de tu hábito?

Por la fe se responde a la llamada de Dios, se sale, para caminar, sin saber a donde vas. Pero no me entendáis mal: no respondemos a la llamada de Dios saliendo del monasterio para caminar hacia horizontes donde no vamos a encontrar nada, sino que respondemos saliendo de nosotros mismos para caminar hacia el corazón del otro, en el corazón de la comunidad. Dicho así, hermanos, son palabras muy bonitas ¿verdad? Pero quien haya intentado vivirlas, o intenta en este tiempo vivirlas, quizás son muchos los que no las viven, saben que no son fáciles, no son bonitas en la práctica, sino duras, difíciles. Pero quien se atreve a vivirlas experimenta un nuevo vigor. Sabe lo que es vivir de la fe. Y no olvidemos que el justo vive de la fe.

Pero para experimentar este nuevo vigor es preciso adelgazar. O no pasamos por el ojo de la aguja. Estamos demasiado gruesos. En el Exordio hablaba de prescindir de las grasas. Hay grasas muy diversas de las que tenemos necesidad de prescindir. O no pasaremos por el ojo de la aguja, que es la puerta de entrada al Reino. Que no hemos de pensar que simplemente es una metáfora, pues cuando se espantan los discípulos y preguntan: ¿entonces, quien puede salvarse? Jesús responde que es imposible para los hombres, pero no para Dios. Pero este trabajo no lo va a hacer solo Dios. Nosotros somos llamados a poner de nuestra parte. Es la parte que nos exige nuestra fe. Ya habéis oído la respuesta de Pedro: Mira, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido…

Nosotros, ¿verdaderamente lo hemos dejado todo? O ¿nos sobran todavía muchas grasas para facilitar la obra de Dios?

Yo creo que esta fiesta es también una óptima ocasión para volver a hacer, personalmente, un repaso al capítulo 7 de la Regla, deteniéndonos, sobre todo, en los grados seis y siete de la humildad. O si lo preferís dedicar un tiempo a lo que tiene que ser el pan nuestro de cada día: la contemplación de la humildad de Cristo en la Cruz.

23 de enero de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO II
Domingo III del tiempo ordinario

De los sermones de Bossuet

Jesús comienza sus conquistas... Arroja sus redes; las extiende sobre el mar del mundo, un mar inmenso, un mar profundo, un mar tempestuoso y eternamente agitado. En el mundo quiere coger hombres, y, aunque el agua esté turbia, no pesca a ciegas: él sabe bien quien son los suyos; mira, reflexiona, escoge... «Bordeando el lago de Galilea, vio dos pescadores, Simón y Andrés, su hermano, y les dijo: venid conmigo, y os haré pescadores de hombres».

¡Venid, pescadores! Venid, Andrés y Simón; vosotros no sois nada, no tenéis nada. En vosotros no hay nada que valga la pena de buscar, solo hay una gran capacidad para llenar; estáis vacíos del todo, y principalmente vacíos de vosotros mismos: venid, pues, a recibir., venid a llenaros de esta fuente infinita.

Cuando la llamada es clara y cierta, quien es capaz de dudar un momento es capaz, también, de no seguirla del todo; quien puede dejar pasar un día puede dejar pasar toda la vida. Como habrá que cortar algo, cortad ya desde el comienzo, a fin de ser lo más pronto posible de aquel de quien queréis ser para siempre.

Mirad los apóstoles, ellos solo dejan un trabajo poco importante; y Pedro dice: «Nosotros lo hemos dejado todo». Unas redes: es todo el presente que cuelgan en su altar, son sus armas, es el trofeo que levanta su victoria. Está bien de servir aquel que hace justicia y que tiene en cuenta el amor, aquel que de verdad nos quiere ofrecer su reino y que tiene la bondad de quedar satisfecho tan solo con lo que tenemos en las manos.

De la Constitución sobre Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, nº 7

Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa, tanto en la persona del ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz, como, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues, cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, pues él mismo prometió: Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

En verdad, en esta obra tan grande, por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa, la Iglesia, que invoca a su Señor, y por él tributa culto al Padre eterno.

LA CARTA DEL ABAD

Amigo Felipe:

Me dices en una carta que no sabes si me escribes para buscar respuestas a las principales cuestiones de la vida, que quizás yo he encontrado.

Felipe, yo creo que nunca tenemos una respuesta definitiva a las principales cuestiones de nuestra vida, porque un ingrediente principal de la vida es también nuestra muerte. Para mí esto revela la gran sabiduría de nuestro Creador. Nos ha creado como participes del misterio, de Su propio misterio, que nos desborda y nos fascina, nos atrae. Y creo que la posición más correcta ante una vida entroncada con la muerte es la abertura, para estar en una búsqueda permanente de sentido.

Creo que por aquí va la llamada de la Palabra de Dios cuando el evangelio de Mateo recoge la invitación de Jesucristo: Convertíos…

La conversión debe ser la vuelta hacia lo profundo del misterio, pero con todos los recursos de nuestra persona, una vuelta total. Esto nos exige trabajar nuestra persona en una línea de unificación. Nada fácil. Cuando en esta vida es tan frecuente aquello que dice san Pablo, quejándose de las divisiones de los cristianos: «Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Pedro, yo de Cristo». Divisiones que son frecuentes también en la vida social, cultural, política… Caminamos con muchas tinieblas en la cabeza y en el corazón…

Yo distinguiría tres niveles en lo que estamos llamados a incidir para poder acceder a lo hondo del misterio: el nivel del pensamiento, de las ideas; el nivel de las emociones, de los sentimientos; el nivel de las obras, de nuestra acción concreta.

La persona humana, en ocasiones tiene una gran "cabeza", pero le falta "corazón"; puede tener un gran corazón, pero no tener la "cabeza" bien iluminada. En otras ocasiones nuestra "conducta", nuestras acciones, no se corresponden con lo que decimos saber o sentir. Debemos unificarnos

No podemos ser dogmáticos, el dogmatismo seca la vida, la divide y problematiza, la hace infructuosa. En cambio aquel que escucha aquella palabra del profeta: «oigo en mi corazón, busca mi rostro», pone una gran pasión en su vida, que le va iluminando el camino. Entonces, ni la vida, ni Dios vienen a ser un problema. Todo es una invitación a penetrar en el misterio.

Esto me viene a recordar alguna de las palabras que escribió el contemplativo Tomas Merton en un mensaje al hombre de hoy, que le pidió el papa Paulo VI: «No se conoce a Dios tan profundamente, como para intentar resolver el "problema de Dios". Intentar resolver el "problema de Dios" es buscar el ver los propios ojos. No puede uno ver sus propios ojos, puesto que es con ellos con los que se ve. Dios es la luz por la que nosotros vemos, y gracias a la cual vemos, no un "objeto" bien definido llamado Dios, sino que vemos todo en él, el Invisible. Dios es Aquel que mira, la Mirada y Aquel que se ve. Dios se busca en nosotros, y la aridez y tristeza de nuestro corazón es la tristeza de Dios que permanece desconocido, y no se halla todavía en nosotros porque nosotros no nos atrevemos a fiarnos de la increíble verdad: su vida en nosotros. Pues, de hecho nosotros no existimos más que por esto: ser el lugar de su presencia, de su manifestación en el mundo, de su epifanía».
Felipe, debemos volvernos, convertirnos, hacia el misterio de Dios… El camino pasa por volvernos hacia el misterio del hombre, hacia nuestro propio misterio. Es nuestro camino de luz. Que no te falte nunca esta luz…

+ P. Abad

16 de enero de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 2º

Del comentario al evangelio según san Juan, de Orígenes, presbítero

El Hijo de Dios tomó la forma de esclavo para librar a quienes estaban sujetos al pecado. Este es el sentido de la palabra que le dirige el Padre en la profecía de Isaías: «Tú eres mi siervo», y algo más adelante, continúa: «Es gran cosa para ti ser llamado mi siervo». La bondad de Cristo se ha mostrado más grande, más divina y más semejante a la imagen del Padre en el momento en que se ha anonadado a si mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz, y no ha tenido en cuenta su igualdad con Dios, no la ha guardado celosamente como un botín. No ha rehusado hacerse esclavo para la salvación del mundo.

Por eso, queriendo enseñarnos que la misión de siervo la ha recibido como un don admirable del Padre, se apresura a decirnos en la misma profecía: «Dios será mi fuerza, y más adelante añade: Dios me ha dicho: es para ti gran cosa de ser llamado mi siervo». En efecto, si no se hubiera hecho esclavo, no habría podido restablecer las tribus de Jacob ni hacer volver los dispersos de Israel, no habría sido la luz de las naciones, ni una fuente de salvación hasta el extremo de la tierra.

De la Carta a los Efesios, de san Ignacio de Antioquía

Es justo que vosotros glorifiquéis de todas las maneras a Jesucristo, que os ha glorificado a vosotros, de modo que, unidos en una perfecta obediencia, sumisos a vuestro obispo y al colegio presbiteral, seáis en todo santificados.

Aunque estoy encarcelado por el nombre de Jesucristo, todavía no he llegado a la perfección en Él. Ahora, precisamente, es cuando empiezo a ser discípulo suyo, y os hablo como a mis condiscípulos. Porque lo que necesito más bien es ser fortalecido por vuestra fe, por vuestras exhortaciones, vuestra paciencia, vuestra ecuanimidad. Pero, como el amor que os tengo me obliga a hablaros también de vosotros, por esto me adelanto a exhortaros a que viváis unidos en el sentir de Dios. Porque Jesucristo, nuestra vida, es el pensamiento del Padre.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Carmen,

Acabamos de pasar los días de Navidad, donde celebramos el amor de Dios a los hombres, un amor tan desbordante que le lleva a revestirse de nuestra frágil naturaleza. Y todo esto por el deseo divino de acercarnos una luz especial que nos ilumine y oriente en la confusión de nuestra existencia.

Y de alguna manera mostramos nuestro deseo y nuestra necesidad de luz en estos días, cuando, en el ambiente de las casas, de las ciudades, ponemos más luces. Pero tengo la impresión que ese deseo y necesidad permanece en nosotros, que no llegamos a pacificar nuestro corazón con el encuentro de la luz, que continuamos en camino sumidos en bastantes tinieblas. Siempre tenemos necesidad de luz.

Por ello quise hablar contigo, que te mueves de modo especial en este mundo de la luz, de los objetos iluminados, que buscas plasmar personas que destellan luz.

Tus palabras me resultaron muy sugestivas: «La luz es un elemento primordial, intangible; presente en el fondo, en la base. Yo parto de esta luz que está en la base, en el blanco. Esta luz se traduce, luego, a través del color. A través de trasparencias, con pigmentos muy diluidos en capas, "subo" hacia el color».

Y yo me pregunto si la palabra del profeta no está en esta línea cuando Dios dice a través de él: «Desde el vientre me formó siervo suyo… Es poco que seas mi siervo, te hago luz de las naciones».

La luz divina está en la base de nuestra vida, que necesitará manifestarse "por transparencias" y "subir hasta el color" de las cosas, de las personas, en una palabra de la vida misma.

Somos luz en el Señor, enseña san Pablo: «Vivís en la luz y en pleno día. No pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. Estemos despiertos». Es decir hay que incorporar a ese "blanco de la base" los pigmentos" que nos lleven hacia el color de la vida.

Hay otra cosa muy interesante para mí cuando dices que "pones las notas de color para dirigir la mirada del espectador hacia un objeto concreto"… Yo creo que también nuestra luz no es para ponernos a nosotros mismos en el candelero, sino para llevar la mirada del corazón hacia lo profundo. La mirada del otro, para que se encuentre con la luz. Entonces es cuando yo me hago servidor de la luz, que nace también de la base, de lo profundo. Lo importante es el otro… Yo me pregunto, muchas veces, a mí mismo, por qué nos cuesta tanto tomar conciencia de que lo importante es el otro, que en la medida que el otro tiene un protagonismo en mi vida, y no buscando su dominio, mi vida adquiere más madurez, más plenitud, es vida más auténtica.

Y esto vendría estar también de acuerdo contigo cuando me dices que la luz es una herramienta al servicio de un sentimiento interior.

Así debe ser en nuestra existencia: la luz como una herramienta que emerge desde nuestro mundo interior, pero para ponerse al servicio de una luminosidad exterior.
Hoy nos dice la Palabra: «Te hago luz de las naciones». Yo debería escuchar esta palabra en la blancura de mi corazón, y mediante "transparencias" ir perfilando por el color la belleza y la verdad de mi vida.

Pero quizá la "base" no está del todo blanca. Necesitó cuidar la blancura del corazón. Gracias, Carmen, por tus palabras, por tu luz y por la belleza de tu color.

Un abrazo,

+ P. Abad

9 de enero de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA NAVIDAD III
El Bautismo del Señor

Del Sermón II sobre la Epifanía, de san Odilón, abad

Hoy Cristo se ha manifestado al mundo. Hoy ha recibido el bautismo, y, al recibirlo, lo ha consagrado con su presencia divina. Hoy, en Caná, tal como lo testimonia la fe los creyentes, convierte el agua en vino. El agua se convierte en vino espiritualmente, porque al cesar la letra de la ley, brilla la gracia del evangelio gracias a Cristo. Cristo recibe el abutismo y nosotros somos despojados del hombre viejo y revestidos del nuevo. El primer hombre, que por el hecho de proceder de la tierra es terrenal, se ve arrojado. El segundo, que por el hecho de proceder del cielo es celestial se nos impone como vestido. Al ser bautizado Cristo es también consagrado el misterio del santo bautismo con la presencia de toda la Trinidad: se oye la voz del Padre que dice: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido». Y el Espíritu Santo apareció en forma de paloma. Jesús quiso ser bautizado por Juan y manifestarse como Hijo único.

Sermón XXXIX de san Gregorio Nacianceno, obispo

Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con Él; Cristo se hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que Él, para ascender con Él.

Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y así el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua.

Pero Jesús, por su parte, asciende también de las aguas; pues se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Juan Pablo,

Recordando nuestro reciente diálogo a través del teléfono cuando al decirte: «hemos de ser en este tiempo muy humanos», tú contestaste: «en esto estamos de acuerdo».

En otras cosas no estamos tan de acuerdo. Por ejemplo en lo referente a nuestra vida monástica. Es evidente, que no estás solo en esta idea que tienes de la vida monástica. Creéis que nuestra vida sería más eficaz en una vida cristiana más activa. Pero no es el activismo humano quien cambia el mundo, ni tampoco, por supuesto el corazón del hombre. Es el amor. Solo el amor puede transformar el mundo. Y difícilmente puede transformarse el mundo cuando el hombre vive el amor a nivel de la superficie, ya que la eficacia del amor se produce cuando penetra en el interior del hombre y llega al corazón. Y hoy el hombre moderno vive la vida superficialmente. Y por lo mismo en consecuencia también humanamente es superficial.

La vida monástica, los monasterios, son centros de amor. Son comunidades que están llamadas a vivir el amor dentro de nuestra sociedad. Y con el amor otros valores muy humanos de los cuales tiene necesidad el hombre del hoy. Y esto dentro de la nuestra debilidad humana, con la cual siempre hay que contar. No somos super-hombres.

Pero en nuestro diálogo por teléfono todavía apuntamos a un nivel más profundo: «y cuando somos profundamente humanos, de manera creciente, estamos tocando a lo divino». Tú, volviste a contestar: «en esto estamos también de acuerdo».

Se me han ocurrido estas líneas con motivo de la fiesta del Bautismo del Señor, el próximo domingo, que también nos viene a recordar nuestro propio bautismo y nuestra responsabilidad cristiana, que en muchos cristianos deja bastante que desear.

Por el bautismo nos incorporarnos a Cristo, a través de la Iglesia, recibimos el Espíritu de Cristo. Como hay cristianos no practicantes, o que están en contra de lo que hace la Iglesia, que tampoco lo hace todo mal, deciden no bautizar a sus hijos, y que decidan ellos de mayores.

Pero incorporar a un hijo a la Iglesia por el bautismo es sobre todo incorporarlo a Cristo, abrirlo al Espíritu de Cristo, en una palabra: es ponerlo en el camino de Dios, empezar a darle el sentido de Dios, como el sentido más iluminador y pleno de su vida.

Y este camino debe ser sobre todo un camino profundamente humano. Profunda y crecientemente humano, para que llegue a tener un día una experiencia personal del «hombre»: Cristo.

La Palabra de Dios de la fiesta del Bautismo nos enseña también en esta línea: «Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea». «Jesús pasó entre los hombres con la fuerza del Espíritu Santo, haciendo el bien y curando».

Muchas otras referencias podríamos referir de los evangelios, que nos ponen de relieve la profunda humanidad de Jesucristo, como el camino que Dios ha elegido para que el hombre se encuentre con Él.

Juan Pablo, espero que sigamos estando de acuerdo. Un abrazo,

+ P. Abad

6 de enero de 2011

EPIFANÍA DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 60,1-6; Salm 712.7-13; Ef 3,2-3.5-6; Mt 2,1-12

Celebramos la solemnidad de Epifanía. Una fiesta navideña que nos trae el mensaje de la salvación para todos los pueblos: «Todos los pueblos tienen parte en la misma herencia, todos forman un solo cuerpo y participan de la misma promesa», según hemos escuchado en la lectura de san Pablo.

Así de clara y luminosa es la Palabra de Dios: «Todos los pueblos formamos un solo cuerpo». Pero como malos escolásticos tenemos la tendencia a los apéndices defectuosos. Y solemos añadir: «Todos los pueblos un solo cuerpo… pero todavía hay clases». Y en el fondo lo que nos creemos es lo que añadimos nosotros: todavía hay clases. Nuestra situación no se contempla ahí en lo de un solo cuerpo… Es decir, que no lo terminamos de creer, por lo menos si se trata de contemplar y aceptar ciertas consecuencias en nuestra vida creyente.

Y de este modo nuestra vida se mueve en la contradicción como pez en el agua, como si ese fuera nuestro ambiente evangélico normal.

Por ello, sucede que la contradicción se hace extensa a múltiples matices evangélicos:

Predicamos una moral sexual con una fuerte exigencia y caemos por las sendas de la pederastia.

Somos cristianos de misa y comunión diaria, como Dios manda, y nos creemos los mejores, pero desconocemos la Palabra de Dios que dice que Dios acoge a todo el que cree en él y practica la justicia.

Creemos tener una mirada penetrante y segura para lanzar mi juicio personal inapelable, pero olvidamos que contradecimos la misma Palabra de Jesús que nos recomienda vivamente no juzgar, y ya no digo la Palabra del Antiguo Testamento donde Dios nos asegura que los hombres miramos siempre las apariencias, y solo Él mira el corazón.

Pero la contradicción más viva en esta fiesta quizás lo tenemos hoy en las abarrotadas calles de nuestras ciudades transformadas por la sonrisa y la ilusión de miles de niños, que contemplan un nuevo año la llegada de los Reyes Magos, de los Sabios de Oriente.

Hoy queremos hacer protagonistas a los niños con lo caros y sofisticados regalos que les hacemos, y con los cuales pretendemos hacerlos felices. Pero esta no es la realidad. Lo que buscamos quizás es tranquilizar una conciencia culpable. Pues, más bien ésta es una sociedad:

— que aparca a los niños en guarderías apenas nacen…
— una sociedad que permite la explotación de la infancia, en el trabajo, en lo sexual… en la enseñanza… Mientras se dedica a la enseñanza 6.000 millones de dólares, a los gastos militares 780.000 millones de dólares. Será normal pues que en el futuro haya más niños soldados, y sociedades violentas. No veo para qué sirven las encuestas que nos traen últimamente los periódicos sobre la baja calidad de la enseñanza, cuando somos incapaces de mirar al origen del problema. Pero así nos distraemos y lamentamos un poco.

El secreto de Dios no va por estos caminos. El secreto de Dios va por donde nos orienta la Palabra: «por el evangelio, todos los pueblos, tienen parte en la misma herencia, forman un mismo cuerpo, y compartimos la misma promesa».

¿Qué tenemos que hacer?

Si lo que nos dice Pablo nos lo creemos, debemos tomar nota de lo que dice Isaías:
«Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad las naciones. Los pueblos buscan la luz de Dios, los reyes la luz del amanecer».

Lo cual nos pide plantear nuestra vida como una lucha permanente por la luz; una tensión de lucha contra las tinieblas. Empezando en nuestra propia vida. En mi propio corazón.

La ruta la tenemos en el episodio de los Magos o Sabios de Oriente, episodio que siempre ha cautivado la imaginación de teólogos, pintores, poetas…

¿Qué quiere contarnos este episodio de los Magos?

Sencillamente viene a poner de relieve la profundidad del Misterio de Cristo en donde contemplamos una vía abierta de Dios que se manifiesta y ofrece la salvación a todos los hombres. A todas las naciones, como acabamos de escuchar en la Palabra de Dios.

Y otra vía abierta de los hombres que reconocen y aceptan a Cristo, revelación de Dios, como rey, como Dios y como hombre

Así lo enseña san Odilón, abad: «El presentes que ofrecen los Magos manifiestan la profundidad del Misterio de Cristo. En ofrecer el oro, anuncian al rey; al ofrecer el incienso, anuncian a Dios; en presentar la mirra, reconocen al hombre mortal».

¿Cuál es nuestro gesto de acogida de este Misterio que quiere la salvación de todos los hombres? Le ofrecemos el oro, es decir le reconocemos como rey y hacemos para que él domine nuestro corazón? ¿le ofrecemos el incienso, es decir le reconocemos como Dios, un Dios que está en lo profundo de tu corazón, y de todos tus hermanos? Estas ofrendas del oro y del incienso son de capital importancia, para que luego la ofrenda tercera, es decir, la de la mirra a Dios en el hombre, no sea una lastimosa mentira que neutraliza la manifestación de un Dios, a través de la humildad de nuestra humanidad.

3 de enero de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA NAVIDAD II

De los sermones de san Efrén de Nísibis

De la misma forma que la zarza en el Horeb reveló a Dios en la llama, así María, en su virginidad ha revelado a Cristo; siendo perfectamente Dios, ha entrado por el oído al interior de sus entrañas. Y mi Dios se ha hecho hombre de una manera pura, saliendo de las entrañas a la creación.

Una virgen ha concebido a Dios, y exulta el hijo de la estéril ante la concepción de la virginidad. Dios ha llevado a cabo una nueva maravilla entre los hijos de esta tierra: ha nacido sin una unión matrimonial, y su heraldo sobrepasa la naturaleza. Cristo, que tiene en el cielo la palma de su mano, miradlo recostado en un pesebre; quien contiene el mar en sus manos, nace en una cueva; su gloria llena el cielo y el pesebre está lleno de su resplandor.

Moisés quiso contemplar su gloria, pero no pudo verla. Vayamos a verla, recostada en un pesebre con unos pañales. La cara de Moisés brilló cuando Dios le habló; se puso un velo sobre la cara porque el pueblo no podía mirarlo, como nuestro Señor al salir del cuerpo de María entró el mundo y se revistió con el velo del cuerpo

Los nombres de María son muchos, y es necesario que yo la nombre con estos nombres: es el palacio donde reside el Rey de los reyes, poderoso, el cual cuando ha entrado en ella no ha salido, porque de ella se ha revestido del cuerpo y ha entrado en el mundo. Es todavía el cielo nuevo donde reside el Rey de reyes; en ella se ha manifestado y ha entrado en la creación, diseñado y vestido con sus formas. Es la vid del sarmiento que ha dado fruto de una manera más allá de lo natural, y a pesar de que su naturaleza no era semejante a ésta se ha revestido en ella y ha entrado. Es la fuente de donde brota el agua viva para los sedientos; y aquellos que han gustado esta bebida han centuplicado el fruto

De san León Magno, Homilía I sobre la Navidad

HOY, ha nacido nuestro Salvador. Alegrémonos. No es justo dar lugar a la tristeza. El Hijo toma la naturaleza humana para RECONCILIAR y vencer la división. Toma la bajeza de nuestra condición, se rebaja permaneciendo lo que era y asumiendo lo que no era: la majestad se reviste de humildad, la fuerza de debilidad, la eternidad de caducidad.Todo asociado en la UNIDAD de un solo Señor.

Demos gracias a Dios, por la misericordia con que nos ha amado, que nos resucita a la vida de Cristo, para ser una nueva criatura, una nueva obra de sus manos.

Reconoce, oh cristiano, tu dignidad, que participas de la naturaleza divina. Recuerda que arrancado de las tinieblas se te ofrece la claridad de Dios.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Luisa,

Gracias por tu tarjeta de 12 estrellas, una para cada mes de este nuevo año que iniciamos. Las necesitaremos.

Sobre todo la primera de las estrellas: la paz. El hombre quiere la paz, la busca, la necesita… Pero el hecho es que esta paz no la alcanza o si la llega a tener, con facilidad se le rompe. La realidad es que son muchos los conflictos armados en el mundo. En otros casos no son conflictos armados, pero lo son sociales, o religiosos, y a nivel personal.

Vivimos en una sociedad con un ritmo endiablado, en muchos aspectos. En información, sobre todo, en innovaciones tecnológicas, en el ritmo de la vida misma. No es fácil mantener la calma, la serenidad, la paz. Como secuela de todo esto la vida se nos hace difícil, dura.

Necesitamos más que nunca la bendición de Dios, que la Palabra de Dios que escuchamos en el primer día del año se haga realidad en nuestra existencia: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz».

El Señor se fija en ti. Seguro. Pero Él quiere que nosotros nos fijemos en Él. Que se crucen nuestras miradas. Porque entonces es cuando nuestro corazón puede pacificarse, que creo que es el primer paso para la paz: que el corazón del hombre, de cada persona, se pacifique. No podemos ser instrumentos de paz si previamente no estamos pacificados. Y este camino de pacificación pasa por vivir tiempos consigo mismo, de escucha, receptivos en silencio. Una recepción de las cosas y de las personas que, vivido sin juicio alguno, te proporcionaran paz.

La paz es más que una tranquilidad que a veces solo sirve para aprovecharse de los demás. La paz es más que libertad, que se utiliza en ocasiones para robarse mutuamente. La paz es mas que un asueto para devorar los bienes de la tierra sin dejar los placeres. La paz es más que ausencia de violencia física. Para muchos la paz es otra forma de guerra.

Amar la paz, buscar la paz, ser instrumento de paz, es dejarse primero pacificar, y después estar dispuesto a sacrificar tu paz para ayudar a los otros a tener paz. Esta es la paz por la cual tiene que vivir y luchar todo cristiano. Es la paz del Resucitado, que vive y trabaja por la unidad de la persona, por la unidad y reconciliación con los otros. Camino sin final. Apasionante…

Te deseo que vivas con esta pasión que hará amanecer la luz del Señor en tu corazón.

Un abrazo querida Mª Luisa.

+ P. Abad

1 de enero de 2011

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Num 6,22-27; Salm 66, 2-3.5-6.8; Gal 4,4-7; Lc 2,16-21


«Debajo de la nevada
está naciendo el verano.
Espera. Dame la mano
y no preguntes nada».

«Costa de Marfil al borde de una guerra civil, por la disputa del poder. ¿Y cuántos países se hallan en esta situación? Esto es una capa de nieve fría sobre el planeta. Pero hay más nevada: Se tiene la impresión de que de África solamente nos llega gente hambrienta en cayucos, que huye de sus países en guerra que provocamos los occidentales del llamado Primer Mundo. Pero nadie nos habla de otros "cayucos", los grandes barcos cargados de madera para nuestros muebles, materia prima para nuestros Tnos., cobre para nuestras instalaciones eléctricas, caucho para nuestros coches. La nevada de parados sigue cayendo en nuestra sociedad del bienestar, ya con el peligro de que la nieve se convierta en hielo. El sida continua segando vidas a razón de 6.000 personas diarias. Mientras la industria farmacéutica es reticente a abandonar sus privilegios. La lucha por el dominio sobre las fuentes de agua de la tierra convierte a ésta agua en una nieve extremadamente fría y resbaladiza, que adormece muchas esperanzas. Europa es luz y aliciente por los valores que simboliza, pero no siempre por las conductas concretas que encarnan estos valores. También esto es una gran nevada. 40 personas diarias sin techo son acogidas cada día por el Ayuntamiento de Lleida estos La luz un 10% más cara. Pero no más que un café. Por lo menos nos proporcionan material para hacer un muñeco de nieve, y sonreír».

Todo esto es una pobre muestra del enorme tapiz nevado que envuelve nuestro planeta.

Verdaderamente tenemos una fuerte nevada sobre la superficie de la tierra. Pero hay quien tiene una mirada capaz de atravesar el limpio blanco de la nieve y aspirar ya el cálido bienestar de la nueva estación.

Los datos no son fáciles para el optimismo. Pero nosotros acabamos de escuchar la Palabra de Dios.

Esta Palabra nos habla de la bendición de Dios que debe pasar a través nosotros: «Dirás a los israelitas… Que el Señor te bendiga».

La bendición siempre es la novedad de una nueva creación, hace lo que dice. Y esta bendición está deseando la protección, la luz, el favor de Dios. Pero Dios nos quiere hacer instrumentos de su bendición. Una bendición que viene como consecuencia de la mirada divina posada sobre nosotros

¿Somos conscientes de esta mirada divina? Es importante cruzar nuestra mirada con la mirada divina. Solamente de este cruce de miradas nacerá la paz en nuestro corazón.

Esto debería ser fácil para nosotros los monjes que estamos llamados a ser, así lo dice la Regla, buscadores de Dios, buscadores de la mirada divina.
Pero ¿no creéis que aunque el ritmo de nuestra vida no es endiablado como el de fuera, en la vida diaria de la sociedad, sin embargo también necesitamos atemperar algo nuestro ritmo?

No os parece que nos queda bastante por progresar en el deleite de los trabajos que hacemos cada día? Es decir aquel "entretener el tiempo", como recoger el tiempo en el corazón, un corazón que luego vive el deleite de hacer bien su trabajo, como una hermosa oración y alabanza a Dios

Quizás necesitamos vivir ese verso del inicio: «Espera. Dame la mano. Y no preguntes nada».

Espera esa mirada de Dios, su Palabra en el corazón, su luz en tu rostro. Y después dar la mano a tu hermano, sentirte cerca de él, No preguntar, sino hacer la alabanza desde el silencio del corazón, hacer el trabajo desde un corazón silencioso. No es fácil mantener un corazón silencioso, pero es la llave maestra para la experiencia de la paz.

Yo creo que aquí tenemos el camino para la paz. Un camino para la paz que necesitaremos a lo largo de este año.

Tenemos una buena compañía. La mejor compañía que se nos podía dar: La Reina de la Paz. María que nos ha traído el Príncipe de la Paz. María que envolvía las cosas con su mirada sencilla, amorosa, y las atraías hacia sí, para guardarlas en el corazón, como nos decía el evangelio.

Estos son los caminos en los que nos ofrece acompañarnos Santa María, Madre de Dios.

Ella nos da el Hijo en la carne, en nuestra misma naturaleza, para que sepamos reconocerle. Ella nos acompaña para con su ayuda acertemos a continuar darlo a la luz como Príncipe de la paz, en un mundo donde no hay paz.

Pero la placenta donde debe germinar esta semilla del Cristo, donde debe envolverse este precioso tejido de la vida, del Cristo, es otra palabra: NOSOTROS.

Los que oían a los pastores que hablaban de su experiencia del Mesías, se admiraban.

Demos la mano a Santa María, en silencio, no digamos nada. Hasta contemplar, como los que nos ven y escuchan se admiran de lo que decimos, y de lo que vivimos. Y caminaremos dando gloria y alabanza a Dios.