26 de septiembre de 2010

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Am 8,1.4-7; Salm 145,7-10; 1Tim 6,11-16; Lc 16,19-31

Reflexión: La justicia (2)

Se consideraba, preferentemente, el sentido jurídico de justicia en el AT. El sentido ético y religioso vendría después como consecuencia lógica. Últimamente se considera la coexistencia de estos diversos sentidos sin prioridad alguna. Aquí tenemos el peligro de mirar las cosas desde nuestra mentalidad occidental, más hecha a las distinciones. El contexto semítico del mundo oriental antiguo está dominado por la idea de un orden cósmico constituido por un dios supremo, y en el cual el hombre debe integrarse.

El término bíblico de justicia ("sedaqah") engloba la acción de Dios que salva al hombre y la entrada del hombre en esta salvación mediante su fidelidad a la Alianza. La justicia bíblica no es una propiedad metafísica de Dios en sí mismo o una virtud moral entre los hombres, sino que designa más bien una relación original entre Yahvé y su pueblo en un doble movimiento:

— Salvación dada gratuitamente por Dios y respuesta del hombre que deviene justo, adoptando una conducta conforme a la voluntad divina.
— Cuando se habla de una justicia humana entendida en sentido interhumano y social es siempre en referencia a la "sedaqah".

Con esta noción de fondo se comprenden los sentidos más particulares de la justicia, considerada en Dios o en el hombre.

Es un "proceso sacral". Dios interviene para castigar a los enemigos de Israel (Deut 32,21) o a los pecadores en general (Is 5,16), o para librar al inocente, o para perdonar al que le implora (Sal 7,18).

A nivel humano este sentido judicial se halla en los profetas, en sus denuncias al pueblo. En este sentido anunciarán al Mesías como el Justo por excelencia, que ejercerá la justicia perfecta (Sal 45,4); Jer 23,5)

Paralelamente, encontramos los otros sentidos, que a menudo es difícil de separar. La moral bíblica no es algo secularizado, sino que está penetrado de sentido religioso.

El tema del justo en el AT viene a ser sinónimo de rectitud y santidad, y nos introduce en un modo de pensamiento relacional, en donde el hombre se experimenta como religado a Dios en lo más profundo de su ser y comprometido en una historia, al término de la cual las promesas de Dios sobre el hombre tendrán su cumplimiento.

Palabra

«Os acostáis en lechos de marfil, coméis los carneros del rebaño… y no os doléis de los desastres». «Comamos y bebamos, que mañana moriremos». Es la filosofía de muchos, cerrados a la trascendencia, a la vida de Dios, pero también, está claro, a la vida de los hermanos.

«Practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza». Vivimos en una sociedad tremendamente injusta. Vivimos en una sociedad donde crece la irreligiosidad. Vivimos en una sociedad decadente en su fe, por lo mismo que pierde nivel religioso. Vivimos en una sociedad donde no domina el amor, que es lo que da sentido a la vida. Vivimos en una sociedad impaciente; y el ritmo de la vida cada día hace crecer más esta impaciencia. Así no puede arraigar la paz. Vivimos en una sociedad dura, donde la delicadeza es "rara avis"; domina la competitividad el excluir al rival, anularlo. Estas seis palabras que nos recomienda san Pablo tenemos urgencia de ejercitarlas.

«Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que eres llamado». Todos somos llamados a la vida eterna, pues Dios, nuestro Creador quiere la salvación de todos los hombres, pero ha dispuesto a los hombres con una libertad, para que esa salvación no sea solamente un don gratuito de Dios, sino también un esfuerzo por parte del hombre que es llamado a colaborar con Dios en su propia salvación.

«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente…, y un mendigo estaba echado en su portal». ¿Acaso esta historia no es una historia de hoy? Hoy hay hombres que visten y alardean de la última marca, que sus banquetes son de viandas cuidadosamente seleccionadas, porque domina ya hasta el hastío de la comida. Pero no quieren oír los gritos del que está echado a su puerta, quizás esperando las sobras que van a ir a la basura. Y que quizás ni eso llega a conseguir. Hoy es dura la vida, muy dura con innumerables "Lázaros" en los portales de las buenas casas. Tan innumerables que incluso podríamos decir que son también naciones las que banquetean y otras que están arrojadas en los dinteles de aquellas que tiran más de lo que comen.

Sabiduría sobre la Palabra

«Manteneos en actitud de fe y justicia y seguid el ejemplo del Señor, firmes e inmutables en la fe, fraternales, amándoos unos a otros, asociados en la verdad; procediendo recíprocamente con la misma mansedumbre del Señor, sin despreciar a nadie. Cuando podáis hacer una obra buena, no dilatéis su cumplimiento, "porque la limosna libra de la muerte". Someteos unos a otros, "manteniendo entre los gentiles una conducta ejemplar ,de forma que por vuestras buenas obras" se os alabe a vosotros y no se blasfeme, por vuestra culpa, de Dios. "Porque ¡ay de aquel por cuya culpa se blasfema el nombre de Dios!". Enseñad así a todos la sobria conducta que os es propia. Quien no se abstenga de la avaricia, se contagiará de la idolatría y tendrá que ser considerado como un gentil que ignora el juicio de Dios. "¿Es que no sabéis que los santos han de juzgar al mundo"?, como Pablo nos enseña». (San Policarpo, Carta a los Filipenses)

«Es necesario, pues, que cada uno de nosotros pueda vivir en un contexto de justicia, y, más aún, que cada uno de nosotros sea justo y actúe justamente respeto a los seres próximos y lejanos, respecto a la comunidad, respecto a la sociedad de la que es miembro… y respecto a Dios. La justicia no es ciencia humana. Es virtud, es capacidad del espíritu humano, de la voluntad humana y también del corazón. Es necesario, además, orar para ser justos y saber ser justos». (Juan Pablo II, Audiencia general 8.11.1978)

19 de septiembre de 2010

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Am 8,4-7; Salm 112,1-8; 1Tim 2,1-8; Lc 16,1-13

Reflexión: La justicia

"Escuchad esto los que exprimís al pobre, despojáis al miserable". Estas palabras del profeta Amós con las que empieza la primera lectura de la Palabra de Dios en este domingo, son de viva actualidad.

La doctrina de los profetas está centrada fundamentalmente en ser fieles a la Alianza de Dios, un Dios justo y misericordioso, que espera, que desea que su pueblo viva esta misma justicia y misericordia. Por ello son constantes las llamadas de los profetas a vivir la justicia y la misericordia.

Después de tantos siglos nuestra sociedad sigue necesitando esta llamada a la justicia, en un mundo profundamente injusto, en un mundo de desigualdades sangrantes, dramáticas…, tan dramáticas que están provocando día tras día el abandono y la muerte de miles de personas en el centro de una sociedad del bienestar.

En esta sociedad del bienestar, en una sociedad donde hay recursos para atender a las necesidades de todos, unos comen tres veces al día (o más) otros comen una sola vez, muchos más que los anteriores, y otros no tienen un trozo de pan para llevar a su estómago vacío, y no les queda sino esperar, sin esperanza un nuevo día, en el que Dios hace salir el sol para todos los hombres, a lo que ese Dios justo y misericordioso ha dado la responsabilidad de cuidar del mundo de la creación. Una creación que tiene al hombre como el centro más valioso. Y del cual depende toda la belleza de esa creación.

Escribió Juan Pablo II en su encíclica "Sollicitudo rei socialis": «La Iglesia tiene confianza en el hombre, aún conociendo la maldad de que es capaz, porque sabe bien —no obstante el pecado heredado y el que cada uno puede cometer— que hay en la persona humana suficientes cualidades y energías, y hay una "bondad" fundamental (cf. Gen 1,31), porque es imagen de su Creador, puesta bajo el influjo redentor de Cristo, cercano a todo hombre… Está en juego la dignidad de la persona humana, cuya defensa y dignidad nos han sido confiadas por el Creador, y de las que son rigurosa y responsablemente deudores los hombres y mujeres en cada coyuntura de la historia». (n. 47)

Como creyentes nos tenemos que preguntar si y como compartimos esta confianza. Y como participamos en ese juego de la dignidad de la persona.

Palabra

«Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre». El poder, el dinero… caminos que busca con frecuencia el hombre, y a todos los niveles, es decir el que tiene más, abusa más, es más injusto, el que tiene menos abusa menos, pero en definitiva, también obrando la injusticia. Necesitamos todos mentalizarnos de la dignidad de la persona humana, de toda persona humana.

«Te ruego que hagas oraciones, plegarias, súplicas por todos los hombres, por los que tienen mando». Que vivan su servicio con generosidad, y a la vez ayudando a contribuir que el servicio público, sobre todo el de la política, aumente en su prestigio ante la sociedad.

«Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». Tener en cuenta esta Palabra nos debe hacer crecer en la tolerancia, pues todos estamos llamados a crecer también en el conocimiento de la verdad.

«Un hombre rico tenía un administrador que derrochaba sus bienes». Nosotros somos administradores… Todo lo que tenemos lo hemos recibido, todo lo tendremos que volver a entregar. Es importante ser conscientes de cómo administramos estos bienes. La vida, la salud, la capacidad de relación con los demás…

«Ningún siervo puede servir a dos amos». Podemos tener el corazón dividido. De hecho en mayor o menos medida lo tenemos dividido, pues son muchos los intereses diversos que "tiran" de nuestro corazón, por ello es necesario poner en nuestra vida el esfuerzo permanente de unificar nuestro corazón.

Sabiduría sobre la Palabra

«Mirad, y considerad prudentemente qué raíces y frutos nacen de la estirpe de la avaricia, la cual la definió acertadamente el Apóstol como la raíz de todos los males (1Tim 6,10), porque ningún pecado se comete sin deseo desordenado, y todo apetito ilícito es enfermedad de esta codicia… No hay ningún vestigio de justicia donde habita la avaricia». (S. León Magno, Sermón 60,4)

«Amar la justicia no es otra cosa sino amar a Dios. Y como este amor de Dios va siempre unido al amor que se interesa por el bien del prójimo, el hambre de justicia se ve acompañada de la virtud de la misericordia». (S. León Magno, Sobre las Bienaventuranzas)

«La justicia, después de la prudencia, es más noble que cualquier otra virtud moral: después, la fortaleza y la templanza». (Sto Tomás, Summa, 1-2,66)

«Se puede pensar con toda razón que el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar». (Concilio Vat. II, Gaudium et Spes, 31)

12 de septiembre de 2010

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILIA
Ex 32,11.13-14; Salm 50,3-4.12-13.17.19; 1Tim 1,12-17; Lc 15,1-32

Reflexión: Misericordia

El término hebreo (ra'hamim) expresa el apego instintivo de un ser a otro. Según los semitas, este sentimiento tiene su asiento en el seno materno (Re 3,26), en las entrañas (rahamim) — nosotros diríamos: el corazón— de un padre (Jer 31,20; Sal 103,13), o de un hermano (Gen 43,30): es el cariño o la ternura; inmediatamente se traduce por actos: en compasión con ocasión de una situación trágica (Sal 106,45), o en perdón (Dan 9,9).

Otro término hebreo (hesed), traducido en griego por una palabra que también significa misericordia (eleos), designa de suyo la piedad, relación que une a dos seres e implica fidelidad. Con esto recibe la misericordia una base sólida: no es ya únicamente el eco de un instinto de bondad, que puede equivocarse acerca de su objeto o su naturaleza, sino una bondad consciente, voluntaria; es incluso respuesta a un deber interior, fidelidad con uno mismo.

No cesan de resonar los gritos del salmista: «¡Piedad conmigo, Señor!» (Sal 4,2; 6,3; 9,14; 25,16); o bien las proclamaciones de acción de gracias: «Dad gracias a Yahveh, pues su amor (hesed) es eterno» (Sal 107,1), esa misericordia que no cesa de mostrar con los que claman a él en su aflicción. Se presenta, en efecto, como el defensor del pobre de la viuda y del huérfano: éstos son sus privilegiados.

Si Dios es ternura, ¿cómo no exigirá a sus criaturas la misma ternura mutua? Ahora bien, este sentimiento no es natural al hombre: homo homini lupus! Lo sabía muy bien David, que prefería «caer en las manos de Yahveh, porque es grande su misericordia, antes que en las manos de los hombres» (2Sa 24,14). También en este punto va Dios progresivamente educando a su pueblo.

Jesús, «sumo sacerdote misericordioso» (Heb 2,17). Jesús, antes de realizar el designio divino, quiso «hacerse en todo semejante a sus hermanos», a fin de experimentar la miseria misma de los que venía a salvar. Por consiguiente, sus actos todos traducen la misericordia divina, aun cuando no estén calificados así por los evangelistas. Lucas puso muy especial empeño en poner de relieve este punto. Los preferidos de Jesús son los «pobres» (Lc 4,18; 7,22); los pecadores hallan en él un «amigo» (7,34), que no teme frecuentarlos (5,27.30.15,1s; 19,7). La misericordia que manifestaba Jesús en forma general a las multitudes (Mt 9,36; 14,14; 15,32) adquiere en Lucas una fisonomía más personal: se dirige al «hijo único» de una viuda (Lc 7,13) o a un padre desconsolado (8,42; 9,38.42). Jesús, en fin, muestra especial benevolencia a las mujeres y a los extranjeros. Así queda redondeado y cumplido el universalismo: «toda carne ve la salvación de Dios» (3,6). Si Jesús tuvo así compasión de todos, se comprende que los afligidos se dirijan a él como a Dios mismo, repitiendo: «Kyrie eleison!» (Mt 15,22; 17,15; 20,30s).

Palabra

«Veo que este pueblo es de dura cerviz». El pueblo da la espalda a Dios y se vuelve a los ídolos. Pero las entrañas de Dios se conmoverán una y otra vez delante de las numerosas infidelidades. Aunque el hombre sea infiel, Dios permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo.

«Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente, y me dio la fe y el amor cristiano». Así es el corazón de Dios que se conmueve siempre con el hombre, creyente o ateo. Dios es paciente en su misericordia, y esta paciencia que siempre es espera determina la salvación del pecador. Por otro lado, además del testimonio frecuente, constante de la Escritura, envía a su Hijo para mostrarnos el camino de la vida.

«Este acoge a los pecadores y come con ellos». Este es Jesús. La libertad en el amor y en la misericordia. Que no juzga, que acoge.

«Pierde una oveja, deja las 99 en el campo y se va en busca de la perdida». Da la impresión de que abandona las 99, en su solicitud por la extraviada. ¿Cómo contemplamos nosotros a los extraviados?

Sabiduría sobre la Palabra

«He aquí que llama a todos los que se han manchado, desea abrazarlos, y se queja de que le han abandonado. No perdamos este tiempo de misericordia que se nos ofrece. No menospreciemos los remedios de tanta piedad que el Señor nos brinda. Su benignidad llama a los extraviados, y nos prepara, cuando volvamos a él, el seno de su clemencia. Piense cada cual en la deuda que le abruma, cuando Dios le aguarda y no se exaspera con el desprecio. El que no quiso permanecer con él, que vuelva; el que menospreció estar firme a su lado, que se levante, por lo menos después de su caída… Ved cuán grande es el seno de su piedad, y considerad que tenéis abierto el regazo de su misericordia». (San Gregorio Magno, Hom. 33 sobre los evangelios)

«Se da prisa en buscar la centésima oveja que había perdido… ¡Maravillosa condescendencia de Dios que así busca al hombre; dignidad grande la del hombre, así buscado por Dios». (San Bernardo, Serm. 1 de Adviento)

«¿Dónde me esconderé de Dios? ¿Dónde te esconderás, hermano? En su misma misericordia. Nadie puede huir de Dios más que refugiándose en su misericordia». (San Agustín, Sermón 351)

5 de septiembre de 2010

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Sab 9,13-19; Salm 89,3-6.12-14.17; Film 9-10.12-17; Lc 14,25-33

Reflexión: Seguimiento

Seguir a Dios es andar por los caminos de Dios. En la Escritura vamos conociendo a los largo de la Historia de la Salvación estos caminos, que nos trazará con más claridad su Hijo, que quiere conducir a todos los hombres a su Reino. Pero el hombre siempre tiene que estar en la actitud y disposición de buscar y conocer a este Dios, que viene a ser el verdadero sentido de su vida.

Seguir significa adhesión total y sumisión absoluta, es decir, fe y obediencia. David, que observó los mandamientos, es el modelo de los que siguen a Dios con todo su corazón (1Re 14,8). Cuando el rey Josías y todo el pueblo se comprometen a vivir según la alianza, deciden "seguir a Yahveh".

Después seguir a Dios se va a identificar con seguir a Jesús, que no es sólo adherirse a una enseñanza moral y espiritual, sino compartir su destino. Ahora bien, los discípulos están sin duda prontos a compartir su gloria: "Hemos dejado todo para seguirte; ¿qué nos corresponderá, pues?". (Mt 19,27)

Jesús exige el desasimiento total: renuncia a las riquezas y a la seguridad, abandono de los suyos (Mt 8,19-22 10,37 19,16-22), sin reservas ni miradas atrás (Lc 9,61s). Exigencia a la que todos pueden ser llamados, pero a la que no todos responden, como en el caso del joven rico (Mt 19,22ss).

El discípulo, habiendo así renunciado a los bienes y a los lazos del mundo, aprende que debe seguir a Jesús hasta la cruz: "Si alguien quisiere venir en pos de mí, renuncie a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16,24) Jesús, exigiendo a sus discípulos tal sacrificio, no sólo de los bienes, sino también de su persona, se revela como Dios y acaba de revelar hasta dónde van las exigencias de Dios. Pero a estas exigencias no podrán responder los discípulos sino cuando Jesús haya hecho el primero el gesto del sacrificio y les envíe su Espíritu.

Para Pablo, seguir a Cristo es conformarse con él en su misterio de muerte y de resurrección. Esta conformidad, a la que estamos predestinados por Dios desde toda la eternidad (Rom 8,29), se inaugura en el bautismo (Rom 6,2ss) y debe profundizarse por la imitación (1Cor 11,1), la comunión voluntaria en el sufrimiento, en medio del cual se despliega el poder de la resurrección (2Cor 4,10s 13,4 Flp 3,10s 1Pe 2,21).

Según Juan, seguir a Cristo es tener en él una, una fe entera, fundada en su sola palabra y no en signos exteriores (Jn 4,42), fe que sabe superar las vacilaciones de la sabiduría humana (Jn 6,2.66-69).

Entonces se realiza la promesa de Jesús: "Si alguien me sirve, sígame, y donde yo estoy, allí estará también mi servidor" (Jn 12,26).

Palabra

«¿Qué hombre conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere?» Es necesario sumergirse en las páginas sagradas para acceder al conocimiento de la voluntad divina. Es necesario también tener en cuenta el dinamismo de la vida; tener también en cuenta la necesidad de purificar nuestro propio corazón, pues nuestros pensamientos son mezquinos, falibles, movidos por sabiduría humana.

«Quizás se apartó de ti para que le recobres ahora para siempre; no como esclavo sino como hermano». Este texto de l carta a Filemón muestra el gran corazón de Pablo, su sensibilidad, movida siempre por su extraordinario amor a Jesucristo.

«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre… no puede ser discípulo mío». El amor de Dios es absorbente. Esto hoy no siempre se comprende. Incluso puede escandalizar. Sobre cuando no consideramos que nuestra vida aquí en este tiempo es algo provisional, en que todo lo humano, todo absolutamente todo, es simple apoyo para abrirnos a otra dimensión que nos es desconocida, y que Jesús no invita a olvidar y menospreciar a los seres queridos, sino a darles el valor relativo que tiene todo lo de este mundo, aunque debemos saber valorarlo y apoyarnos en ello.

Sabiduría en la Palabra

«Seamos fieles a nuestra vocación. A través de ella nos llama a la fuente de la vida aquel que es la vida misma, que es fuente de agua viva y fuente de vida eterna, fuente de luz y fuente de resplandor, ya que de él procede todo esto: sabiduría y vida, luz eterna. El autor de la vida es fuente de vida, el creador de la luz es fuente de resplandor. Por eso, dejando a un lado lo visible y prescindiendo de las cosas de este mundo, busquemos en lo más alto del cielo la fuente de la luz, la fuente de la vida, la fuente de agua viva, como si fuéramos peces inteligentes y que saben discurrir; allí podremos beber el agua viva que salta hasta la vida eterna». (San Columbano, Instrucciones 13, 2-3)

«Sigamos las sendas que él nos indica e imitemos en particular su humildad, aquella humildad por la que él se rebajo a sí mismo en provecho nuestro. Esta senda de humildad nos la ha enseñado él con sus palabras, y, para darnos ejemplo, él mismo anduvo por ella, muriendo por nosotros. Para poder morir por nosotros, siendo como era inmortal, la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros… Para que no quedáramos abandonados en el abismo, sino que fuéramos exaltados con él en la resurrección, los que , ya desde ahora hemos resucitado por la fe y por la confesión de su nombre…. Nos dio y nos indicó, pues, la senda de la humildad. Si la seguimos confesaremos al Señor». (San Agustín, Sermón 23)