27 de junio de 2010

DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
1Re 19,16.19-21; Salm 15,1-2.5-11; Gal 4,31-5,1.13-18; Lc 9,51-62

Reflexión: Seguir a Cristo

"Seguir a Cristo"… Esta es la tarea del cristiano. El cristiano es otro Cristo. Al principio de la vida de la Iglesia se les llamaba "los discípulos del Camino". La vida cristiana es, pues, sencillamente un "seguimiento" de Cristo.

La primera palabra de Jesús a los discípulos que elige es esta: ¡Seguidme! Porque, como recuerda Jesús en el mismo evangelio, no son los discípulos quien eligen al Maestro sino que es Jesús quien les llama. A Simón y Andrés, a Santiago y Juan, a Mateo… Su palabra llena de autoridad provoca la adhesión.

Después permanecerán con él, que les irá iniciando progresivamente en su misión y en el misterio de su persona. Porque no se trata sólo de aprender unas doctrinas, sino compartir un destino con la persona de Jesús. Les va a exigir una renuncia total; a las riquezas, a la seguridad, al abandono de los suyos. Una respuesta radical, como nos sugiere también el evangelio de este domingo. Tendrán que seguir a Jesús hasta la cruz. Es decir llegar a vivir, como Cristo, al amor hasta el extremo. «Si alguien quisiere venir en pos de mí, renuncie a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24). Jesús, exigiendo a sus discípulos tal sacrificio, no sólo de los bienes, sino también de su persona, se revela como Dios y acaba de revelar hasta dónde van las exigencias de Dios. Seguir a Cristo, estar cerca de él, para imitarle, creer en él, es decir mantener una relación viva con su persona.

Para Pablo, seguir a Cristo es conformarse con él en su misterio de muerte y de resurrección. Esta conformidad, a la que estamos predestinados por Dios desde toda la eternidad (Rom 8,29), se inaugura en el bautismo (Rom 6,2ss) en nuestra incorporación a su misterio de vida, y debe profundizarse por la imitación (1Cor 11,1), mediante una permanente actitud de acogida de su palabra, de sus gestos, de su persona; vivir con él la comunión voluntaria en el sufrimiento, en medio del cual se despliega el poder de la resurrección.

Según Juan, seguir a Cristo es entregarle la fe, una fe entera, fundada en su sola palabra y no en signos exteriores (Jn 4,42), fe que sabe superar las vacilaciones de la sabiduría humana (Jn 6,2.66-69); es seguir la Luz del mundo tomándola por guía (Jn 8,12); es situarse entre las ovejas reunidas en un solo rebaño mediante el único pastor (Jn 10,1-16).

Finalmente, el creyente que sigue a los apóstoles (Hech 13,43) comienza así a seguir a Cristo «dondequiera que va» (Ap 14,4 Jn 8,21s) hasta penetrar en pos de él, «en el otro lado del velo, donde entró él como precursor» (Heb 6,20). Entonces se realizará la promesa de Jesús: «Si alguien me sirve, sígame, y donde yo estoy, allí estará también mi servidor» (Jn 12,26).

Palabra

«Eliseo mató la yunta de bueyes…ofreció de comer a su gente… Y se marchó tras Elías». Una llamada profética con una respuesta pronta, sin dilación de Eliseo. Una respuesta radical, aunque leyendo el evangelio observamos que la radicalidad total viene a través de la llamada de Dios a través de Jesucristo: "Deja que los muertos entierren a los muertos".

«Cristo nos ha liberado para vivir en libertad». Cristo llama a las personas a "ser ellas mismas". La educación de Dios empieza en el interior de las personas, porque el amor no se impone desde fuera, sino que gana el corazón y se mueve con suavidad y fuerza desde dentro abierto a la colaboración de la misma persona. El amor siempre conlleva un respeto profundo al otro.

«Vuestra vocación es la libertad. Una ley que se concentra en el "amarás a tu prójimo». Una vocación que se desarrolla a partir de los deseos del espíritu, de la sabiduría del espíritu, que debe llevar a proyectarnos hacia los demás con sumo respeto, ayudándoles también a ser ellos mismos. Podríamos recordar el axioma de san Agustín: "Ama y haz lo que quieras".

«Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?». Este sería un placer muy gratificante para muchos que se dicen "cristianos". Creo que hay hoy día muchos cristianos "incendiarios". No han llegado a comprender que el fuego no debe bajar del cielo. Ya bajó. Dejó la hoguera encendida, para que los que le siguen tomen este fuego y lo trasladen hasta el corazón de los demás. Los que sean.

Sabiduría sobre la Palabra

«De igual forma que sucede con el cuerpo humano, el cristiano debe ser conocido como cristiano en todo su ser; debe, pues, testimoniar, teniéndolos como rasgos de su vida, todos aquellos bienes que existen en Cristo. Pues si según una parte eres tal y como lo exige el nombre de Cristiano, pero en otra te inclinas a lo contrario, no harás otra cosa que dividirte, haciendo las veces de enemigo de ti mismo, concitando en ti por la virtud y el vicio tal guerra civil, que de ninguna forma podrás estar en paz ni reconciliado contigo mismo. Pues, como dice el Apóstol, ¿qué comunidad hay entre la luz y las tinieblas?» (Gregorio de Nisa, Sobre la vocación cristiana, 15)

«Cristo es el centro de la historia y de todas las cosas, nos conoció y nos ama, compañero y amigo de nuestro vivir, varón de dolores y de esperanza; el que ha de venir de nuevo y ha de ser, finalmente, nuestro juez y, según confiamos, también nuestra plenitud y nuestra bienaventuranza. Cristo es el principio y el fin, el Alfa y Omega, rey del mundo nuevo, la razón oculta y suprema de la historia humana y de nuestra suerte futura; él es el mediador y como un puente trazado entre la tierra y el cielo; en sumo grado, más que todos, es el más perfecto Hijo del hombre, porque es Hijo de Dios, eterno, infinito e Hijo de María, la bendita entre todas las mujeres, madre suya según la carne y madre nuestra por comunión con el Espíritu del Cuerpo místico». (Pablo VI, Homilías)

24 de junio de 2010

LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 49,1-6; Sal 138,1-3.13-15; Hech 13, 22-26; Lc 1,57-66.80

Una persona me contaba un sueño que había tenido hace tiempo y cuyos protagonistas eran monjes.

«Esta persona soñó que entraba en una gran iglesia, en un gran templo. Nada más entrar, la puerta, de grandes dimensiones y peso, se cerró herméticamente. Fue avanzando hacia adelante a través de todo el templo, y cuando llegó al presbiterio se encontró con unos grandes tubos de piedra, entró en uno de ellos y se encontró con un pequeño cuadro o plano donde había señalado un camino que fue siguiendo. A medida que avanzaba las palabras que decía se elevaban rápidamente en el tubo convirtiéndose en sonidos agradables, armonías musicales. Y observó que en los demás tubos había un monje en cada uno de ellos. Todos estos sonidos que salían de los tubos los recogían fuera un grupo de monjes copistas que los convertían en hermosos poemas, o bellas composiciones musicales».

Este sueño me ha llevado a pensar en las dos figuras bíblicas que resalta hoy la Palabra de Dios en esta solemnidad de San Juan Bautista que hoy celebramos. Así como en nuestra propia vida monástica.

En primer lugar David, un hombre conforme al corazón de Dios, de quien hizo un Salvador para su pueblo. David fue un hombre de Dios que penetró en este gran templo. El templo de la creación, en el pueblo de Dios, y fue avanzando hacia el Mesías y entró en uno de los grandes tubos de piedra de que habla el sueño. Y sus palabras y sus gestos muy diversos fueron recogidas por su pueblo para elaborar hermosos poemas y composiciones musicales que dieron consistencia a la esperanza del Mesías en el pueblo de Israel, a toda su descendencia.

Después vino Juan Bautista. Este empieza a vibrar por el Mesías, a saltar de gozo en el vientre de su madre, antes de entrar en el templo. Su oído es de especial sensibilidad a la presencia del Mesías. Escucha, en la oscuridad del vientre de Isabel que Dios pronuncia su nombre.

Abre sus ojos a la luz envuelto en la "gracia de Dios". Por ello los padres Zacarías e Isabel le ponen como nombre Juan, es decir «el Señor da la gracia».

Y como un regalo singular de Dios a sus padres, al pueblo de Israel y a toda la humanidad, entra en el templo, cuya puerta se cierra herméticamente tras de él. E iniciará un camino de anuncio del Mesías. Sin volverse atrás. «Quien mira hacia atrás, después de poner la mano en el arado, no es digno de mí». Dios nunca es pasado, no tiene nada que conservar, sino siempre dinamismo creador. Dios es en sí mismo, siempre presente, un presente creador de belleza. Y para nosotros el más atractivo futuro.

Juan Bautista se siente totalmente cogido por esta pasión de Dios. Es "gracia de Dios". Es Juan. Y dentro de este gran templo va con su palabra de fuego avanzando al encuentro del Mesías, del Cordero de Dios, que viene a salvar al mundo. Y nos adelante su mensaje de reconciliación.

Palabra de fuego, espada afilada, flecha bruñida. Esclavo del Señor. Avanza a medida que va creciendo seducido por Dios, en una escucha permanente de su voluntad.

Y se adentra en los tubos de piedra para ir recorriendo el camino, y viviendo las más diversas situaciones. Experimentando el cansancio, el fracaso... Por ello le enviará mensajeros a Jesús: «eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro». Son los ecos de nuestra voz dentro de los tubos de piedra. Nunca estamos seguros de la autenticidad de una buena melodía en nuestra vida. Pero, no obstante, Juan siempre va caminando con la esperanza de se apoyaba en el derecho del Señor. De que tenía preparada la recompensa en el salario que le tenía preparado quien le había llamado.

Y lo que salía de los tubos lo recogían los copistas, para escribir estrofas llenas de belleza y sonidos armoniosos. Y el pueblo de Dios ha plasmado la figura del Bautista en la fuerza de la brillante composición literaria del evangelio, donde nos aparece Juan Bautista con el equilibrio armónico de una vida cogida por completo por la verdad de Dios. Y continúa siendo el dedo que nos señala al Mesías, que nos muestra los senderos para encontrarnos con nuestro Salvador.
Por esto ya desde antes del s.IV el pueblo cristiano ha tenido siempre cerca de él la figura del Bautista, en la seguridad de que sigue siendo hoy para nosotros Juan Bautista, es decir que el Señor nos sigue dando su gracia.

Pero con esta gracia de Dios se nos llama a hacer el camino a través de los tubos de piedra. En cada tubo había un monje. ¿Como hacemos este camino hacia el Mesías? O también nos dice el sueño que fuera había un grupo de monjes copistas que escribían bellos poemas, o magnificas composiciones musicales.

«Me brota del corazón un poema bello», nos recuerda también el salmista. «Cantaré y danzaré para el Señor», dice el salmista en otra parte.

¿Vamos escribiendo este poema bello? ¿vamos ensayando nuestro canto y danza para el Señor, con la melodía de Juan Bautista?

20 de junio de 2010

DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Zac 12,10-11; Salm 62,2-9; Gal 3,26-29; Lc 9,18-24

Reflexión: Confesar a Cristo

La fe no es para guardarla en un estuche, y mostrarla en determinados momentos para "quedar bien". La fe es una vida. Una vida que nos viene de Dios, mediante Jesucristo. Y la vida es algo que se da en este tiempo que Dios nos da para ir haciendo camino hacia nuestro destino definitivo. Hasta Su casa. Que es también la nuestra. En el discurrir concreto del tiempo, en el desarrollo día a día de la vida es cuando, lógicamente tenemos que manifestar lo que somos, y como lo somos. Es cuando tenemos que manifestar por tanto como yo vivo, como yo contemplo esa relación con Jesucristo, que al ser una relación viva y de vida, tiene que manifestarse en mi vida concreta, en cada circunstancia concreta de mi vida.

Y aquí es cuando he de considerar como confieso mi fe en Cristo. Una confesión de fe, que al ser una vida, naturalmente que tendrá matices diversos. Entonces podríamos hacer una muy larga relación de testimonios. Ha habido confesiones de fe y las seguirá habiendo a lo largo de la historia.

Pongo alguna de ellas: Unamuno empieza su obra «el Cristo de Velázquez» haciendo alusión a la fe del pueblo:

«Aquí encarnada
en este Verbo silencioso y blanco
que habla en líneas y colores, dice
su fe mi pueblo trágico…»

Una confesión de fe que se manifiesta en relación al Crucificado, a su Pasión.

Un teólogo de hoy, Olegario Gonzalez, escribe sobre Cristo: «Lo que tenemos en la existencia de Cristo es, por tanto, no solo un hecho interno de la historia humana, sino sobre todo una revelación de la entraña divina. Dios no es indigencia sino generosidad y amor. Jesús es el "ungido" de Dios, el Mesías, Cristo. Este nuevo nombre de Jesús será el nombre identificador de todos los que luego le han seguido, creído y esperado en él, incluso muerto por él. De Cristo nos denominamos cristianos» (La entraña del Cristianismo)

Una confesión de fe más en línea con el evangelio de este domingo, que nos habla de un Cristo que nos revela, nos habla de la profundidad de Dios.

«No busquéis pasar como legítimo nada de lo que hacéis por vuestra cuenta; solo aquello que es común: una plegaria, una sola súplica, un solo espíritu, una sola esperanza en el amor; una alegría sin defecto: esto es Jesucristo; no hay nada mejor que él». (San Ignacio, A los Magnesios 7)

Una confesión de fe que va en la línea de una unidad profunda de todo: con Él, entre nosotros. Muy en la línea de la reconciliación con Dios y entre nosotros, que, en definitiva, es el mensaje que Cristo nos trajo y nos dejó como misión, para vivir en nuestra vida de fe.

Palabra

«Derramaré un espíritu de gracia y de clemencia». Un espíritu que nos permite reconocer a Cristo en su vida muerte y resurrección como el Enviado de Dios. Necesitamos esa gracia para ser conscientes de la cercanía, de la presencia de ese Dios bueno entre nosotros. Y necesitamos esa clemencia que siempre encontramos en Él, pero que también deben los demás encontrar en nosotros.

«Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo… Os habéis revestido de Cristo». Hay que cuidar el vestido. Hay que cuidar nuestra fe, vivirla de manera más fiel, en una relación más cordial y fraterna con nuestros hermanos. Rompemos con frecuencia este "vestido". No tenemos la "pasión" por la unidad. Se nos "escapa" el misterio trinitario en nuestra vida.

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». La fe siempre fue y será una interpelación personal que nos hace Dios a través de Cristo. Es importante no olvidar esta pregunta en nuestra vida de fe. Y considerar como es nuestra respuesta en la vida concreta de cada día.

Sabiduría sobre la Palabra

«Los obispos, ayudados por los presbíteros y diáconos, recibieron el ministerio de la comunidad para presidir, en lugar de Dios, la grey, de la cual son pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros dotados de autoridad. Enseña, pues, este sagrado sínodo que los obispos han sucedido por institución divina en el lugar de los apóstoles como pastores de la Iglesia, y quien a ellos escucha a Cristo escucha, y quien los desprecia, a Cristo desprecia y a Aquel que le envió». (Lumen Gentium)

«No hay mejor que la unidad: ¡cuídala! Sé responsable de todos, como el Señor cuida de ti; aguanta a todos con amor, como ya lo haces. Date sin descanso a la plegaria. Pide un conocimiento más grande que el que tienes. Vigila, poseyendo como posees un espíritu que no duerme. Habla con todos, uno a uno, según la manera de hacer de Dios. Asume las debilidades de cada uno, como un perfecto atleta. Al que son una peste procura sujetarlo con suavidad y mansedumbre. No todas las heridas se tratan igual… Sé astuto como las serpientes y sencillo como las palomas. Si eres de carne y de espíritu es para que trates con delicadeza las cosas que se te presentan a la vista y las invisibles piden que te sean manifestadas». (Ignacio de Antioquia, Carta a Policarpo)

13 de junio de 2010

DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
2Sam 12,7-10.13; Salm 31,1-2.5.7.11; Gal 2,16.19-21; Lc 7,36-8,3

Reflexión: la Ley y la gracia

El hebreo «torá» posee un significado más amplio, menos jurídico que el griego «nomos». Designa una «enseñanza» dada por Dios a los hombres para reglamentar su conducta. Se aplica ante todo a las leyes que la tradición del Antiguo Testamento hacía depender de Moisés. El Nuevo Testamento, fundándose en este sentido del término, clásico en el judaísmo, llama «la ley» a toda esta legislación que se remonta a Moisés (Rm 5,20), por oposición al régimen de gracia inaugurado por Jesucristo (Rm 6,15 Jn 1,17).

Sin embargo, se habla también de la «ley de Cristo» (Gal 6,2). La teología cristiana distingue los dos Testamentos, llamándolos «ley antigua» y «ley nueva». Para recubrir toda la historia de la salvación, reconoce además la existencia de un régimen de «ley natural» (Rm 2,14s) para todos los hombres que vivieron o viven al margen de los dos precedentes.

La palabra que designa la gracia (gr. «kharis») no es pura creación del cristianismo; figura ya en el Antiguo Testamento. Pero el Nuevo Testamento fijó su sentido: Es el nuevo régimen instaurado por Jesucristo y en oposición a la economía antigua.

La gracia es el don de Dios que contiene todos los demás, el don de su Hijo (Rom 8,32). Es el don que irradia de la generosidad del dador y envuelve en esta generosidad a la criatura que lo recibe.

Por una coincidencia significativa, la palabra hebrea y la palabra griega, traducidas en latín por «gratia» y en español por gracia, se prestan a designar a la vez la fuente del don en el que da y el efecto del don en el que recibe. Es que el don supremo de Dios no es totalmente ajeno a las relaciones con que los hombres se unen entre sí, además de que existen entre él y nosotros nexos que revelan en nosotros su imagen. Mientras que el hebreo «hen» designa en primer lugar el favor, la benevolencia gratuita de un personaje de alta posición, y luego la manifestación concreta de este favor, demostrado por el que da y hace gracia, recogido por el que recibe y halla gracia, y, por fin, el encanto que atrae las miradas y se granjea el favor, el griego «kharis», con un proceso casi inverso, designa en primer lugar la seducción que irradia la belleza, luego la irradiación más interior de la bondad, finalmente los dones que manifiestan esta generosidad.

Para nosotros la Ley es Cristo, que es el don, la gracia de Dios mediante el cual nos manifiesta su amor y la llamada a vivir teniendo a Cristo como nuestra Ley. En este sentido siempre será difícil la concreción de una norma para tener la seguridad del cumplimiento de la Ley de Cristo, que ha manifestado el don de su gracia, amando hasta el extremo. Nuestra Ley debe ser pues, un esfuerzo permanente por hacer del amor nuestra ley.

Palabra

«He pecado contra el Señor». «Un corazón contrito tú no lo desprecias», dice el salmista. Por ello Dios perdona a David ante su conciencia de pecado y su arrepentimiento. Dios es un Dios misericordioso y de justicia, pero hace prevalecer la misericordia con la criatura humana.

«El hombre no se justifica por la ley, sino por creer en Cristo». Dominan en la vida creyente de muchos cristianos la norma, la ley, pues solemos buscar la seguridad con el cumplimiento de la misma, pero ésta es una seguridad que no llega hasta la profundo del corazón. Hasta el corazón solamente llega la Palabra de Dios, que lo sondea todo. Por eso, es necesario que busquemos una estrecha relación con la persona y la enseñanza de Cristo, para llevar paz y verdadera seguridad al corazón.

«Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí». Esta enseñanza de san Pablo es un gran estímulo para nosotros seguir ese mismo camino, que por otro lado ya hemos empezado por el bautismo, que es el momento en que comenzamos a ser templo de Dios, que Cristo empieza a vivir en nosotros.

«Sus muchos pecados le son perdonados, porque tiene mucho amor». El amor atrae al Amor. El amor atrae el perdón. Aunque en ocasiones vivimos estos caminos del amor de forma un tanto heterodoxa, por negligencia, por debilidad, por ignorancia… pero en el fondo de nuestro ser buscamos el amor y queremos y necesitamos vivir el amor. Conviene que no dejemos endurecer nunca el corazón como el fariseo del evangelio, que es la manera en que nos incapacitamos o nos cerramos para el amor.

Sabiduría sobre la Palabra

«La súplica y las palabras de los que oran deben hacerse con un método que implique paz y discreción. Debemos pensar que estamos en la presencia de Dios. Hay que ser agradables a los ojos de Dios tanto por la postura como por el tono de voz. Pues así como es propio de los desvergonzados estar siempre gritando, también lo es de una persona discreta rezar con preces comedidas. El que ora, queridos hermanos, no debe ignorar como oró el publicano junto al fariseo en el templo. No oró con los ojos erguidos jactanciosamente hacia el cielo, ni con las manos desvergonzadamente levantadas, sino golpeándose humildemente el pecho y confesando los pecados ocultos, y de esta forma solicitaba la misericordia de Dios. Dios escucha al corazón y no a los sonidos». (San Cipriano, Tratado sobre el Padrenuestro)

«Para conocer el precio de nuestra alma, no tenemos más que considerar lo que Jesucristo hizo por ella». (Santo Cura de Ars)

«Es imposible conseguir la victoria sobre cualquier pasión si no estamos penetrados de esta idea madre: que nuestra industria y nuestro propio trabajo no pueden por sí solos obtener el triunfo sobre ella». (Casiano, Colación 5,13)

11 de junio de 2010

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (Año C)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ez 34,11-16; Salm 22,1-6; Rom 5,5-11; Lc 15,3-7

Una persona amiga me contaba este sueño que tuvo:

«Desde pequeña siempre había soñado con tener una casa. Un día me encontré con ella. Rodeada de mucha gente subía rodeada de mucha gente por medio de una gran escalera, hasta llegar a una gran habitación. Una vez estábamos todos allí se oyen unas voces: mirad ya llegan. Y aparecen tres grandes personajes. Después apareció otro gran personaje vestido de una gran luz. Yo no le veía la cara. Poco después envuelto en luz se dirigió a mí, y me dijo: mujer, ¿qué quieres? Y en ese momento me desperté».

¿Quién no sueña con tener una casa? Una casa no se improvisa. Una casa es un espacio donde se da el encuentro, la reunión, la acogida. Es un espacio donde Dios se da a conocer. (Moratiel, Conversando desde el silencio) Por ello quizás ese soñar con la casa desde pequeña era una forma de mostrar la nostalgia de Dios. ¿Quién no tiene nostalgia de Dios? Quien no tiene nostalgia, deseo de llegar y entrar en la casa donde uno sabe que le esperan.

Entrar en la casa, subir mediante la gran escalera acompañados por mucha gente. No entramos solos. Entrar en la casa es entrar en el corazón. Y no entramos solos en el corazón. Volver a la casa, volver al corazón es volver al calor, a los abrazos de los que nos aman. Y este es un camino que ya desde que empezamos a soñar no lo hacemos solos. Ya decía el poeta Peguy: «Hay que salvarse juntos. Hay que llegar juntos a la casa de Dios. No vaya a encontrarnos estando los unos separados de los otros. Hay que pensar un poco en los otros, hay que trabajar un poco por los otros. ¿Qué nos diría Dios si llegamos a Él los unos sin los otros?» (Palabras cristianas)

Y por eso este Dios ya anunció desde antiguo que iba a venir Él mismo a mostrarnos el camino hacia la casa. «Que vendría para recogernos en nuestra dispersión, y llevarnos a prados deliciosos, hacernos reposar junto a las fuentes de agua viva».
Quizás necesitemos aprender de corazón estas palabras del salmo 22, e incluso todo el salmo. Porque quizás no acabamos a alargar nuestra mano a Dios. Es lo que también nos recuerda Peguy: «Conozco al hombre, dice Dios. Yo sé tratar al hombre. Como que es mi oficio y la libertad una creación mía. Y que se puede pedir al hombre mucho corazón, mucha caridad, mucho sacrificio. Pero no hay manera de lograr un poco de confianza, de reposo, de calma, un poco de abandono en mis manos, de renuncia. Todo el tiempo está en tensión. Yo creo que soy capaz de conducirles un poquito».

Y cuando estamos juntos los unos a los otros. Cuando estamos caminando y entrando a la casa los unos con los otros. Aparece el gran personaje. La Palabra se hace presencia viva en nuestro espacio interior, sin saber como han entrado, pero ahí está. Esta experiencia que nos recuerda de forma bella san Bernardo: «El Verbo de Dios, que es Dios mismo viene al alma y la deja; cuando no lo tiene se queja de su ausencia, sueña con su presencia. El hombre, el alma reconoce la presencia del Verbo en que tiene la sensación de la gracia; cuando no lo tiene lo busca, lo desea, lo sueña sin cesar. Y percibe su presencia sobre todo por los movimientos del corazón». (Hom. 74, sobre el Cantar)

No percibimos el rostro de Dios. Pero en la gran casa del mundo, cuando estamos rodeados de muchos de nuestros hermanos, sentimos una presencia, sentimos un aliento de vida, la respiración suave de alguien junto a mi y una pregunta:

Mujer, ¿qué quieres?
Hombres ¿qué quieres?

Y no vemos ningún rostro frente a nosotros. Porque esta pregunta es como la campana que a las 5 de la mañana me despierta y me muestra el camino para ir a encontrarme con el rostro somnoliento o despejado de mis hermanos. O es la pregunta que me llega desde rostros muy diversos de esta sociedad difícil, que esperan de mi una respuesta.

Y es evidente que yo tengo que ir dibujando a lo largo de las horas del día la belleza de ese rostro que en principio aparece inexpresivo, oculto, como un lienzo que el gran personaje me ofrece porque sabe que tengo una gran capacidad de crear una obra bella.

Pero la belleza puede tener su código, pero lo que aparece claro es que va emergiendo más allá de toda norma lógica.

La lógica de la belleza, como la lógica del corazón yo creo que siempre es desconcertante. Y mucho más la lógica del corazón de Dios. Como lo es la escena del evangelio. Como es desconcertante y fuera de toda la lógica la mayoría de los relatos de Jesús:

El pastor tiene 100 ovejas, se pierde una, deja las 99 en el desierto y se va a buscar la perdida. No se habla de un mínimo de atención y seguridad de las 99, mientras marcha por los caminos a la búsqueda de la perdida. Obsesionado el pastor por la que se ha extraviado. Es la lógica del corazón.

Inmersos en el desierto de este mundo, inmersos en la soledad de esta sociedad. inmersos en el dolor de este mundo. Pero inmersos. Necesitamos soñar. Porque al corazón del hombre le sientan bien los sueños.

6 de junio de 2010

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y DE LA SANGRE DE CRISTO

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Gen 14,18-20; Salm 109,1-4; 1Cor 11,23-26; Lc 9,11-17

«El Amado dio una gran fiesta y reunió en torno a él una corte de grandes y numerosos varones, y durante el festín les hizo grandes dones. El Amigo acudió también a la fiesta y el Amado le dijo: —¿Quién te ha llamado a mi palacio? Y el Amigo le respondió: —El amor y la necesidad me han hecho venir para admirar tus rasgos divinos tus seducciones y el esplendor de tu gloria». (Ramón Llull, Llibre de l'Amic i de l'Amat, n. 94).

Estos versos de Ramon Llull nos sugieren la gran fiesta de la vida cristiana: la Pascua. Esta fiesta de donde emerge con todo esplendor nuestra fe y que celebramos también cada día en la Eucaristía, y de modo especial cada domingo, que es el día que nace la primera y original Pascua, con la resurrección del Señor.

A pesar de que no es una fiesta principal dentro del ciclo del año litúrgico, en la línea de aquellas grandes solemnidades que hemos venido celebrando: Navidad, Epifanía, Pascua, Ascensión y Pentecostés, y que se fueron configurando ya desde los primeros momentos de la vida de la Iglesia.

Esta fiesta, como otras, que tiene su importancia evidentemente, nacen y se instituyen para subrayar aspectos concretos del misterio de Cristo. En concreto la fiesta del Corpus como la llamamos popularmente, quiere destacar el misterio de la presencia, del sacrificio, de la comunión, del sacerdocio de Cristo. Y luego con el añadido de la procesión viene a expresar una dimensión de culto, de adoración, de presencia del Dios con nosotros, de una Iglesia en camino con su Señor por las rutas del mundo, por las ciudades y pueblos.

Y todos sabemos que esta fiesta que empieza a celebrarse en Lieja el 1247, se afianza en el s. XIV con la procesión del Santísimo Sacramento, hasta tener un fuerte arraigo en la religiosidad popular.

Pero volvamos a los versos de Llull y a la Palabra de Dios que acabamos de escuchar. La Eucaristía debe ser para nosotros eso: la fiesta, la gran fiesta. El poeta dice que reúne «a grandes y numerosos varones. Y les otorgó grandes dones». Posiblemente estos asistentes acuden bajo el compromiso de una relación concreta con el Amado que organiza el banquete. Por consideraciones sociales o de otro tipo. Pero se hace presente el Amigo, y da la impresión de que no había sido llamado, y por eso el Amado le pregunta-¿Quién te llamó a mi casa? Y es preciosa la respuesta del Amigo: «El amor y la necesidad me han hecho venir, para admirar tus rasgos divinos, tus seducciones y el resplandor de tu gloria».

Hoy posiblemente a muchos cristianos les hace venir a esta fiesta la obligación de oír Misa. Al Amigo de Dios, «el amor y la necesidad». Porque Dios es bueno y amigo de los hombres. Así se manifiesta Dios con su encarnación, y así también lo hace Jesús en la primera eucaristía, en la Ultima Cena cuando dice: «a vosotros os he llamado amigos». Todos tenemos necesidad de este Amigo, de este Amado que lleva su amor hasta el extremo. Todos tenemos necesidad de este amor del Amado que celebramos en la eucaristía. Primero, porque Él nos dejó un mandamiento: «Tomó el pan, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Y lo mismo con la copa: esta copa sella la nueva Alianza. Haced esto en memoria mía. Cada vez que coméis y bebéis en esta fiesta anunciáis mi venida».

Nosotros, ¿comemos y nos saciamos?

Jesús sigue distribuyendo hoy sus panes para saciarnos. Pero como les dirá poco después en la sinagoga de Cafarnaum: «busquemos el pan que sacia dando la vida eterna». Este pan es el mismo Cristo. Tenemos necesidad de este Cristo que sacia nuestra hambre más profunda, a la vez que despierta las fibras más íntimas de nuestra capacidad y necesidad de amor.

Hoy más que nunca necesitamos este fuego de Cristo, necesitamos que su pan nos haga sentir muy a lo vivo la presencia de su Espíritu de amor. Jesús sigue bendiciendo su pan y nos lo da para que lo sirvamos a la gente, como hizo en aquella primera multiplicación que anuncia la Eucaristía.

¿Cómo es nuestro servicio de amor? ¿qué pan damos a la gente?

El Amigo también dice al Amado que le hace venir a la fiesta «la necesidad que tiene de admirar sus rasgos divinos, su seducción y el esplendor de su gloria».

Admirar al Amado, admirar a Cristo, y por tanto vivir aquel verso del salmo 62: «mi alma se ha enamorado de ti, me sostiene tu mano». Enamorarnos de Cristo, admirarlo… Esto nos exige vivir una relación muy asidua a través de su palabra.

En la eucaristía siempre escuchamos su Palabra que nos ofrece sabiduría, luz y fortaleza para la vida. La misma celebración de la eucaristía viene a ser en su conjunto todo un compendio del misterio de Cristo: su vida muerte y resurrección.

Pero el Amigo siempre busca más del Amado. Y busca conocer más profundamente a Cristo, contemplar en la meditación de su Palabra sus rasgos divinos. Provocarle con nuestras lecturas y meditación para que nos seduzca cada día. Y así no falte nunca en nuestra vida ese esplendor de su gloria, que esperamos, por su misericordia, contemplar y gozar un día en toda su plenitud.

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE CRISTO

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Gen 14,18-20; Sal 109,1-4; 1Cor 11,23-26; Lc 9,11-17

Reflexión: Fiestas del Señor, Corpus Christi

Además de las fiestas del Año Litúrgico, a lo largo del cual celebramos el Misterio de Cristo, nos encontramos, tanto en Oriente como en Occidente otras fiestas, que están también dedicadas a los misterios de Cristo, porque siempre el centro de la vida litúrgica es el misterio de Cristo. No celebramos otro misterio en la liturgia. Pero son fiestas que no se contemplan en los grandes misterios que tienen una armónica colocación a lo largo del Año litúrgico, que se fue configurando a partir de los primeros años de la vida de la Iglesia como son Navidad, Epifanía, Pascua Ascensión, Pentecostés.

Son fiestas dedicadas a aspectos concretos del misterio de Cristo, relacionados con títulos del Señor, o aspectos de devoción que surgen en determinado momento de la vida de la Iglesia.

La fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, o como se la conoce más popularmente "Corpus Christi" tiene un origen teológico devocional. Surge en Roma en la Edad Media en honor del Santísimo Sacramento, debido a una decisión tomada por el papa Urbano IV, en concreto en el año 1264, con la Bula "Transiturus de hoc mundo".

Esta fiesta viene a poner de relieve algunos aspectos de la presencia real y permanente de Cristo en la Eucaristía. Es el momento de un movimiento teológico y popular de afirmación de la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, que se empezó a extender por Occidente a partir del s.X. Por primera vez, no obstante se celebró en Lieja en 1247. Se afianzó en el s.XIV con la procesión del Santísimo Sacramento, y ha llegado a tener un fuerte arraigo en la religiosidad popular.

En la perspectiva de la institución de la Eucaristía en el contexto pascual del Jueves Santo esta fiesta —del Cuerpo y de la Sangre del Señor— celebra el misterio de la presencia, del sacrificio, de la comunión, del sacerdocio de Cristo. La procesión eucarística, expresa una dimensión de culto, de adoración, de presencia del Dios con nosotros, de una Iglesia "en camino" con su Señor por las rutas del mundo, por las ciudades y por los pueblos.

Palabra

«Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino. Era sacerdote del Dios Altísimo y bendijo a Abraham». Salem se identifica con Jerusalén. Melquisedec como sacerdote-rey es una prefiguración de Jesús. Con la presentación del pan y del vino marca lo que más adelante será el sacerdocio instituido por Cristo, que sustituirá al sacerdocio del AT.

«Yo he recibido una tradición que procede del Señor». Es el primer relato de la institución de la Eucaristía, después de los evangelios. La Eucaristía será el recuerdo más entrañable, más valorado por los creyentes cristianos. Es el memorial que Jesús invitó a sus discípulos, muy encarecidamente a guardar, y a celebrar. De hecho, dentro de este memorial está todo el misterio de Cristo: vida, muerte y resurrección.

«Cada vez que coméis este pan y bebéis de la copa proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva». Celebrar la Eucaristía, es decir comer el pan y beber el vino es proclamar la muerte del Señor, pero simultáneamente es adentrarse del misterio del Resucitado. Al proclamar la Muerte de Cristo nos incorporamos a Él, para empezar a vivir con Él la vida de resucitados.

«Él les dijo: —Dadles vosotros de comer». El relato de Lucas nos recuerda este gesto de Jesús que es anuncio del sacramento del pan y del vino, o del Cuerpo y la Sangre del Señor. De este sacramento los cristianos y los sacerdotes están llamados a ser un instrumento que haga posible que este alimento alimente a los hombres y tengan vida eterna.

«Él tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los dio a los discípulos». Recoge los gestos de Jesús, previos a dar el alimento a la multitud. Son gestos que también se recogen en el rito eucarístico.

Sabiduría sobre la Palabra

«A fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida. ¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, de más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?» (Santo Tomas de Aquino, Opúsculo 57, fiesta del Cuerpo de Cristo)

«El Amado dio una gran fiesta y reunió en torno a él una corte de grandes y numerosos varones, y durante el festín les hizo grandes dones. El Amigo acudió también a l fiesta y el Amado le dijo: —¿Quién te ha llamado a mi palacio? Y el Amigo le respondió: —El amor y la necesidad me han hecho venir para admirar tus rasgos divinos tus seducciones y el esplendor de tu gloria». (Ramón Llull, Llibre de l'Amic i de l'Amat, n. 94)

«Tal presencia se llama "real", no por exclusión, como si las otras no fueran "reales", sino por antonomasia, porque es también corporal y substancial, pues por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro». (Pablo VI, Misterium Fidei)

1 de junio de 2010

LECTIO DIVINA

SALMO 21 (20)

1 Al músico principal. Salmo de David

2 ¡Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
y cuánto goza con tu victoria!
3 Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.
4 Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
5 Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.
6 Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
7 Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia:
8 porque el rey confía en el Señor,
y con la gracia del Altísimo, no fracasará.
9 Que tu izquierda alcance a tus enemigos,
y tu derecha caiga sobre tus adversarios:
10 Préndeles fuego como a un horno
el día en que te muestres;
que el Señor los consuma con su cólera
y el fuego los devore.
11 Destruye tú su estirpe en la tierra
y su descendencia entre los hombres.
12 Aunque preparen tu ruina y tramen intrigas,
nada conseguirán;
13 porque los pondrás en fuga
asestando el arco contra ellos.
14 Levántate, Señor, con tu fuerza,
y al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Ideas generales sobre el salmo

Es una acción de gracias por la victoria del rey, o del Señor a favor del rey, entonada por la comunidad. Este salmo sería un complemento del anterior como petición confiada y acción de gracias por la concesión de la victoria. Este salmo completa al 20 con la presencia del enemigo derrotado, en fuga, destruido, que son datos solamente apuntados en el salmo 20.

Tratándose de un salmo "real" es lógico que tenga relaciones con otros semejantes, por ejemplo el salmo 2 (petición) con el 18 (lealtad y la diestra de Dios, la presencia del enemigo).

Una composición armónica de dos secciones, cada una de 6 versos, con un verso central de unión y articulación. Los versos 7 y 14 son la aclamación del pueblo, que está presente en la coronación del rey.

En 2-7 alguien se dirige al Señor en nombre del rey mostrando como se alegra el monarca, e indicando el por qué de esta alegría.

En 9-13 alguien se dirige al rey en nombre del Señor.

Hay unas repeticiones artificiosas. Como poema es modesto.

No nos dicen mucho las repeticiones: Yahvé y el rey se juntan en v. 2 y 8; que la victoria es fuente de gozo y de honor en v. 2 y 6; que las bendiciones son buenas y duraderas en v. 4 y 7.

Las acciones de Dios son 14 en todo el salmo: 8 en la primera parte y 6 en la segunda, lo cual no tiene una importancia especial. Más interesante es contrastar su contenido activo y enérgico con las acciones del rey, casi todas sentimientos y actitudes.

En el centro se encuentra la confianza en Dios, actitud básica y central del rey: es lo más importante que ha de hacer. En los extremos la celebración del rey y de la comunidad. En el centro la lealtad a Dios, como el soberano con su vasallo.

"Este salmo es una descripción grandiosa y verdaderamente oriental del ideal israelita de lo que es un rey". (Gunkel)

Leer

Leer varias veces, haciendo un repaso a las ideas generales, como un primer y asiduo contacto con el salmo.

Meditar

v. 2-7: La comunidad se dirige al Señor teniendo al rey como centro de atención. Es como si el rey estuviera en medio, en su escaño, silencioso, mientras la comunidad habla por él. Solo al final del salmo la comunidad habla de sí: "cantaremos tu poder" (v.14).

Se destacan dos cosas: el poder victorioso del Señor, todo suyo, y los beneficios concedidos al rey. (bendiciones, longevidad, corona, gloria, honor…)

v. 2: Todo es gracia de Dios; la victoria se la debe a Dios. Todo debe redundar en gloria de Dios.

"La fuerza de Dios es Cristo" (Orígenes); "El profeta David anuncia la victoria completa de esta Rey que es su descendiente". (Eusebio)

v. 3: "Los deseos del corazón". Parece que todos se han puesto de acuerdo en una oración comunitaria. "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos". Dios no niega nada a una comunidad que tiene "un solo corazón y una sola alma".

La coherencia entre lo que se dice, se piensa, se siente y se vive… es lo que más agrada a Dios.

"El deseo de Cristo, es que como el Padre y Él son uno, nosotros seamos también uno". (San Jerónimo)

Escribe Paul Claudel: "Todos los deseos de su corazón, ¿es lo que tú deseas? Aquí están".

v. 4: Una bonita definición de Dios: "el que nos lleva la delantera". Dios siempre tiene la iniciativa. "El nos amó primero (1Jn 4,10). Cuando se adelanta es para amarnos, para bendecirnos, ayudarnos…

"Esta corona es la gloria de la Encarnación; no es solo salvación, sino vida, gloria, magnificencia, alegría, esperanza y misericordia" (Atanasio)

v. 5: La vida larga es una de las bendiciones de Dios.

"Te pidió vida y se la has concedido. Cuando el rey Ezequias pedía la vida, deseaba simbólicamente a Cristo" (Orígenes)

v. 6: «La resurrección añade a Cristo una nueva gloria, según Jn 12,28: "Yo lo ha glorificado y lo glorificaré todavía". Cristo en su forma de Dios poseía gloria y honor; cuando se ha hecho hombre, Dios lo ha exaltado» (Orígenes)

v. 7: Escribe Claudel: "Tú lo restaurarás con Tu rostro: Le haces brotar de su cuerpo la bendición como un torrente".

v. 8: Confianza en Dios. Es una aclamación emotiva de la asamblea. Entusiasma a la comunidad la confianza del rey en Dios. El pueblo se siente seguro.

v. 9-13: Continúan los verbos en segunda persona como en la primera parte; el mismo sujeto. Se citan los beneficios al rey. El "tú" de la segunda parte es Dios.

Una imagen grandiosa de Dios que alcanza a sus adversarios, que abarca todo. Es la misma idea del Salmo 139,7-10

v. 9: "Tú permites a tus enemigos perseguir a tu familia para que se ejerciten sus atletas; pero su orgullo no durará mucho tiempo: poco después tu mano los agarrará, tu derecha interceptará a quienes huyen" (Eusebio)

vv 10-13: Son frases muy duras los vv 10-13. Parece una oración blasfema. Escribe Alonso Schökel: "Los enemigos del rey y del pueblo son enemigos del plan histórico de Dios, intentan destruir la salvación histórica que Dios va realizando; por eso el pueblo reza para que Dios destruya esa agresión".

Lo que Dios no destruye es la libertad que nos ha dado a cada uno.

v. 14: Invocación final y participación coral en la fiesta.

"No han querido reconocerte en tu humildad: levántate en tu fuerza ya que ellos han dominado la debilidad" (San Agustín). Escribe Claudel: ¡"Sube, Señor, crece, elévate! ¡elévate, exaltación! Y nosotros entregaremos a tu gloria el combate de nuestra pequeñez".

Orar

Señor, somos polvo y ceniza,
somos nada, Tú eres el Santo
Tú has puesto en nuestro espacio interior
un manantial de vida
un fuego ardiente…
Abre nuestro oído interior
para que escuchemos
el rumor de tu Espíritu
y no seamos confundidos.
Amén.

Contemplar

Dedicar un tiempo en silencio a repasar en silencio el salmo, llevando nuestra atención a todo lo que puede despertar, o despierta, en esta vida nuestra confianza en Dios.