11 de julio de 2008

NUESTRO PADRE SAN BENITO, ABAD

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Pr 2, 1-9; Sl 33, 2-4. 6. 9. 12. 14-15; Col 3, 12-17; Mt 19, 27-30

«¡Cállate, cierra los ojos, gusta! Es bueno recibir todo el sol de un solo golpe. Lo ha colocado sobre la lengua para que yo lo trague».

Así se expresa Paul Claudel comentando el salmo 33, y en concreto el verso: Gustad y ved qué bueno es el Señor. Posiblemente, se está refiriendo a la Eucaristía, pero yo creo que puede y debe extenderse también a la Palabra, de la que dice también la Escritura: Cuando encuentro una Palabra tuya la devoro… Es una Palabra que el creyente, y, sobre todo, el monje está llamado a escuchar y vivir de ella.

Por eso Claudel comentando los versos que siguen de este salmo dice: Heme aquí, rico, todo estremecido por esta riqueza que está en mi para distribuirla. No hay peligro alguno de que falte esta riqueza, pues está siempre naciendo y renaciendo en mi para distribuirla.

Un bello comentario que hace recordar versos importantes de la Regla: ¡Cállate, cierra los ojos, gusta! Sería un bello negativo de la primera invitación de la Regla: Escucha, hijo, escucha y acoge la exhortación del Padre amoroso y ponla en práctica… Ya es hora que despertéis. Y abiertos los ojos a la luz deifica, escuchad cada día la voz divina. Si hoy escucháis su voz no endurezcáis vuestros corazones… El que tenga oídos que escuche…

Esta actitud de escucha abierta de los oídos del corazón, no de la oreja de la cabeza, donde con frecuencia se nos puede escapar y marchar fuera por la otra oreja, sino la oreja, el oído del corazón, es algo a lo que nos invita la Palabra de Dios en esta fiesta: Si aceptas mis palabras y conservas mis consejos, si prestas oído a la sensatez, si invocas la inteligencia y llamas a la prudencia… comprenderás el temor del Señor… comprenderás la justicia y el derecho, la rectitud y toda obra buena…

Es importante y necesario comprender el temor del Señor. Comprenderlo y vivirlo. Para poder guardar sin mancha el vestido. Para guardarlo en buenas condiciones, como nos sugiere la Palabra de hoy: revestirnos de ternura, agrado, humildad, sencillez, tolerancia. Yo diría que estas palabras son el gel, o el jabón para mantener el vestido en buen estado. Esto es al menos lo que nos recomienda la Palabra en esta solemnidad monástica. Son palabras que Pablo dirige de manera especial a los elegidos de Dios, a los consagrados de Dios. Yo creo que aquí nos debemos de contar nosotros, que hemos hecho una profesión por la que nos consagramos a tejer en nuestra existencia ese vestido de la ternura, de la humildad, de la sencillez, de la tolerancia…

Pero hay más recomendaciones que son de capital importancia en una vida comunitaria: por ejemplo, perdonar. Nos invita a perdonar después de haber tenido la experiencia del perdón de Dios. ¿Tenemos esa experiencia? De lo contrario, difícilmente vamos a vivir el perdón con nuestros hermanos. ¿Cómo vives la experiencia del perdón con tu hermano? Porque esto ha de ser un contraste de cómo lo vivimos con Dios. Aquí sería importante tener una buena reflexión sobre nuestra vivencia eucarística. La eucaristía es un coctel especial, único, de amor y de perdón. Y no todos saben poner en él ese punto de hielo, ese punto de agitación para lograr una combinación atractiva.

Acaba esta idea del perdón con la imagen del cinturón, para atar bien en nuestra vida la túnica del perdón. Necesitas el cinturón del amor. ¿Llevamos bien ceñido este cinturón? O quizás habría que pasar página e ir a Corintios 13, donde habla muy claro de cómo hay que ceñirse un cinturón de amor.

La última palabra la tiene la paz. Pero no es una tranquilidad que se puede hacer a la medida un corazón endurecido. Que también esto existe. No. Es una paz que hay que perseguir. Olvidando todo lo que queda atrás, viéndolo todo como basura, lanzarse hacia delante. Hay que correr. Pero correr hacia la paz es ir sin prisas por fuera. Correr hacia la paz, es apresurarse hacia el centro de nuestro corazón. Y esto pide como una condición esencial no ir con prisas, ni nervios.

Por aquí va el mensaje del Mesías que en esta solemnidad la Palabra nos pone a nuestra consideración. Este es el mensaje del Mesías que la escuela del servicio divino nos quiere enseñar, y en la cual la Iglesia nos ha puesto este Maestro que es san Benito, y que la oración colecta resume en un par de frases para ser un buen alumno: No anteponer nada al amor de Dios y correr con un corazón dilatado en el camino de sus mandamientos.

El evangelio de Mateo es muy breve. Está tan clara la exigencia de la Palabra en las demás lecturas, en todo el contenido litúrgico de hoy, que se limita a recordar la necesidad de dejarlo todo, un desprenderse que continúa todavía después de nuestro ingreso en el monasterio. Porque nuestro corazón es como un imán al que cada día se adhieren cosas inútiles. En el fondo es una nueva y última llamada de atención a vigilar el corazón que debe ser todo para el Señor, porque Él lo es todo para ti. Lo sepas o no lo sepas. Lo aceptes o no lo aceptes. Y corresponder con generosidad, con fidelidad, a su Palabra es tener la seguridad de no quedar defraudado.